- Tadej Pogacar madrugó de buena mañana con sonidos de rap y la voz de Josean Fernández Matxin, su director. Su música preferida. Le anima y le guía. El esloveno visualizó la brutal subida a Santa María del Yermo, a su ermita, en coche. Allí le condujo su director. Le abrió los ojos. Donde el cielo tiene una sucursal, el joven esloveno encontró la gloria. Feligrés en el infierno de Santa Lucía. “Matxin me dijo que tenía que ser el primero en coronar para tener ventaja”, cuenta. Obediente, Pogacar, que es una antorcha, quemó cuatro segundos a Primoz Roglic en la bonificación. “Tadej fue un poco mejor en el esprint y se mereció esta victoria”, dijo el líder. El joven esloveno ha restado 8 segundos al líder en las dos últimas jornadas. Es el premio a su valentía. A su ciclismo de rompe y rasga. Pero también a sus ganas de aprender. Pogacar sabía que la victoria había que arrancarla del averno. Una subida volcánica que también alertó a Roglic. El líder se despertó antes para reconocer una ascensión que comprobó el material del que están hechos los eslovenos. Ambos son de oro. Dos campeones de cuerpo entero. De punta a punta. Su debate, que viene enconado desde el Tour de Francia, se reprodujo entre rampas imposibles, un festín para los sentidos. En ese escenario para ascetas y sufrientes, Pogacar y Roglic se retaron en cada pulgada de una ascensión bronca y durísima que deja la Itzulia cerrada en el ring de los eslovenos, a los que separan 20 segundos. En Ermualde, Pogacar arañó a Roglic en una Itzulia anudada por la bandera eslovena. Detrás de los dos fantásticos, a cinco segundos, Valverde, Yates y Landa agasajaron la cumbre en un final apoteósico, enorme, escultural. McNulty está a 30 segundos del líder, Yates a 39, Valverde a 50 y Landa, a 1:00. Romería en las paredes de Santa Lucía.

La subida a Ermualde engaña en el comienzo. El biombo de la naturaleza se encarga del truco. Ojos que no ven. Los árboles impiden hacer un retrato robot. Célula durmiente. Por eso madrugaron Pogacar y Roglic. Los eslovenos rastrearon la ascensión antes de comenzar la etapa. Se desayunaron el futuro. No querían subir a tientas en un puerto que ciega por el esfuerzo. Pogacar vio antes la meta. “Si no, no hubiera ganado”, determinó el prodigio esloveno. Él y el líder llegaron emparejados, a un palmo el uno del otro, pero Pogacar le adelantó lo suficiente para arañar otros cuatro segundos en su vis a vis. Roglic manda en la Itzulia con Pogacar en el cogote. Es su Tour. Su Itzulia. Vidas cruzadas. Detrás de ellos, Landa, estupendo; Yates, sólido, y Valverde, incombustible, accedieron al templo, un altar para el sacrificio.

Antes del desfogue, Roger Adriá, Mikkel Honoré, Larry Warbasse, Dani Navarro, Oier Lazkano y Go-tzon Martín se vistieron de contrabandistas para cruzar la frontera del sufrimiento. Portaban los sacos de la ilusión como despensa de la aventura. Con ese nutriente llegaron a los 7 minutos de ventaja en un día de viento del norte y sol de primavera. La tempestad esperaba en Santa María del Yermo, una ermita colgada del cielo, incrustada en la línea defensiva del Cinturón de Hierro. No habría paz para los malditos en un puerto de agonía, salvajismo y brutalidad. Tampoco para los fugados, crucificados antes de Malkuartu. Oier Lazkano, rebelde, fue el último en entregarse en los paisajes que fotografían la infancia de Go-tzon Martín. Encaramarse a la terraza de Laudio exige el pago del sacrificio, una experiencia rayana al misticismo. Una senda hacia el dolor y la redención en un puerto vigilado por tres cruces de piedra. Un calvario en el que desfigurarse. A Santa Lucía se sube intentando no desintegrarse en sus tres kilómetros, con un desnivel medio del 15,6%, siete herraduras y rampas que alcanzan el 23% en su tramo central, el escenario de un crimen. Una ascensión que resta vida y suma arrugas.

Al pórtico del puerto escondido, camuflado por el bosque, accedió el grupo de elegidos por carreteras añejas, donde prevalece el olvido y la memoria después de apurar Malkuartu, donde se produjo el ensayo general del asalto a la gran cumbre. Ineos pensaba en Adam Yates y el Israel en Michael Woods, el escalador que se emocionó en Oiz y se encorajinó en Gaubea. Los fogoneros de los equipos de los favoritos tejieron la aproximación a Malkuartu, el aperitivo a Emualde. El Israel decidió pastorear el ascenso, que recordaba la huelga de Tubacex. Lucha obrera en las pintadas. Los pinos sombreaban el esfuerzo, cobijados los rostros de los favoritos, arremolinados, hombreando, al trasluz. Mollema perdió lumbre.

En el descenso, se erizó Mikel Landa, que perdió la trazada en la primera curva pero pudo rectificar. En el ciclismo moderno, las bajadas son un campo de minas. Aliviado el susto, el murgiarra se embolsó en la panza del grupo. Fraile trazó el resto del descenso. Engordó el grupo. Atravesado el callejero de Laudio, un nervioso ramal, un giro a la derecha embocó hacia el infierno por un hilo de asfalto. Solo existe un modo de escapar: seguir adelante. Woods no pudo. Se estrelló con Kelderman. Carapaz e Higuita abrieron hueco. Un pellizco antes de una huida hacia las profundidades del alma, a los rescoldos del tuétano.

Alcanzar la cumbre fue un plegaria. Una herradura lanzó un puñetazo en un lugar en el que no existen señales que indiquen el porcentaje de la pendiente. Juega con los ciclistas. ¡Danzad malditos! El puerto tachona las piernas. Achata la nariz. Boxeadores que encajan. Las bicis de carbono son de plomo. Arrodilla a los infieles. El punto de fuga es un muro. En ese tramo, se gatea. Pogacar no entiende el ciclismo sin izar su orgullo, su estatura de campeón. No balbuceó. Tampoco pestañeó. Desenfundó su ira. Roglic se activó en cuanto observó el baile espasmódico de Pogacar, puro rock&roll. De repente, era julio. Se cruzaron las miradas. Enemigos íntimos. Landa y Adam Yates observan de cerca el duelo a quemarropa entre Roglic y Pogacar.

Dos rampas tremendas que fluctúan entre el 22 y el 23% serenaron la subida, a cámara lenta. Pedaleo en suspense. Un fundido a negro en un día luminoso con el cielo empapelado de azul. Pogacar, revoltoso, joven e intrépido volvió a cargar. Roglic no le concedió ni una pulgada en curvas que se enroscaban sobre sí mismas. Las rampas zarandeaban los organismos, ciclistas convertidos en un amasijo de escombros. Herrumbre. Aliviado el jadeo, Landa, Valverde y Yates irrumpieron en la habitación sin vistas en la que discutían los eslovenos por el trono de la Itzulia. Las tres cruces del calvario invocaron el acelerón de Roglic. Valverde trató de enlazar con el líder, pero se asfixió. Pogacar, que es la mitad de joven que Valverde, soportó el fogonazo de Roglic. En el esprint, el joven esloveno pudo con el líder. Pogacar amenaza a Roglic.

Escapada. Oier Lazkano dejó constancia de su clase durante la tercera etapa de la Itzulia. El ciclista del Caja Rural se insertó en la fuga del día, en la que también estuvo Gotzon Martín (Euskaltel-Euskadi). Lazkano, morfología de clasicómano, fue el que más avanzó entre los escapados. “La Itzulia pasaba por las carreteras de casa, los lugares donde entreno. Quería buscar la fuga y así ha sido. Sin duda, marchar escapado por casa en una prueba del nivel de la Itzulia te da un plus. Tenía fuerzas en esa parte final, así que he decidido intentarlo, también por los puntos de la montaña. Estoy muy contento”, apuntó el gasteiztarra, que completó una gran actuación y mostró su poderío cuando se trata de rodar.