Las campanas de la basílica Begoña llamaban al encuentro de los feligreses de la Itzulia en un lienzo azul con algún penacho blanco despistado que arrastraba el viento del norte. El ciclismo en Euskal Herria tiene muchos devotos. Fieles. Gente de cuneta y fe. También la tiene Mikel Bizkarra, que bautizó la crono de Bilbao, un viaje entre el templo bilbaino y el recuerdo del Bilbao industrial, el que invoca simbólicamente la chimenea de ladrillo del Parque de Etxebarria sobre la Plaza del Gas, el anfiteatro natural donde retumbaba la Aste Nagusia. El ciclista del Euskaltel-Euskadi se santiguó tres veces antes de partir. Su idea era sobrevivir sin sobresaltos a la ascensión a Santo Domingo, a la aceleración en Artxanda, la terraza de Bilbao, y la bajada kamikaze por Enekuri hasta girar hacia el Guggenheim, centinela escamado de titanio del tramo llano hasta adentrarse a la Plaza del Gas y trepar la cuesta pirata, una ascensión burlona, con rampas del 20%. La carrera de Bizkarra no estaba en el reloj. Se lo dejó en casa.
Eso pertenece a los relojeros de la Itzulia. Primoz Roglic es uno de ellos. El mejor. El más exacto. El esloveno luce una cruz en el antebrazo. Una señal para reivindicarse. Aquí y ahora. Roglic, campeón de la Itzulia en 2018, evitó cruzarse con Tadej Pogacar, que cerraba el conteo. Era su primer duelo después del big-bang del Tour, de aquel día de dolor para Roglic y de gloria para Pogacar. Eligió madrugar Roglic, concentradísimo en el calentamiento sobre el rodillo. Una centrifugadora. Roglic ensayó todas las posturas de la crono sobre el rodillo, como en un ejercicio de visualización. Acertó en su viaje al liderato de la Itzulia. Devoró el esloveno cada pulgada del recorrido. Siempre hambriento. Se disparó como un cohete el esloveno al cielo de Bilbao. Un chupinazo para la fiesta de la Itzulia. Estruendoso. Roglic, hierático en la pose, pero poderoso y profundo en el pedaleo, plegó el asfalto. Apisonadora. Marcó un crono de 17:17 en la chimenea. Le quitó el hollín.
Nadie pudo con él. Solo le atosigó Brandon McNulty, que se quedó a dos segundos del registro de Roglic. El resto de favoritos tuvo que rendirse ante el vuelo raso del esloveno, que alejó en 28 segundos a Pogacar. "Se me hizo larga la segunda parte de la crona. Era dura", expuso el joven esloveno. Roglic se escapó de los malos recuerdos. El esloveno es una bestia competitiva con una mentalidad a prueba de bombas. Se bunquerizó en la Itzulia y se tomó la revancha del Tour. "No es una carrera entre nosotros dos solos", reivindicó Roglic. En su foro interno, el esloveno sabe que la victoria en Bilbao tiene un gran significado. Es un asunto personal. Un triunfo balsámico para las cicatrices que le dejó el Tour.
Solo McNulty contrarió a Roglic en tres horas, el tiempo que permaneció enroscado en la silla de los tiempos. El esloveno comió frente a la pantalla. De su sobremesa brotaba una sonrisa. Carapaz, rostro de guerra, tenía otro gesto. Sufridor. El ecuatoriano combatió contra la referencia de Roglic, que le endosó 45 segundos. Le toca remontar al ecuatoriano. También a Tao Geoghegan, su camarada en el Ineos, al que se le cruzaron las manecillas. Se le clavaron. El inglés entregó 1:08. Sergio Higuita contabilizó un retardo de 53 segundos. En ese contexto, a Roglic le salían las cuentas.
Entonces, el UAE lanzó el globo sonda de Brandon McNulty. El norteamericano al que Matxin le tiene una fe enorme. Lo entronca el director vizcaino con Pogacar, el fenómeno. El norteamericano, perfil de hilo, fue el mejor en trepar por Santo Domingo. Ligero, pizpireto, vivaz, rebajó la marca de Roglic en la corona de la crono en cinco segundos. Sin embargo, a McNulty se le escurrió el triunfo en la serpiente final. Le picó las piernas. La ascensión se le hizo larga. Los metros definitivos se le estiraron como el asfalto blando y chicloso. Dos segundos peor que Roglic. Suspiró aliviado el esloveno, que después fue testigo de la actuación de Mikel Landa.
MIKEL LANDA
El escalador del Murgia se manejó con criterio y mantuvo el tipo frente a Roglic. Landa, al que nunca le entusiasmo medirse al reloj, se emparejó con los escaladores, que salían a contener, a limitar las pérdidas. Se dejó una veintena de segundos en Santo Domingo para rematar en el Parque de Etxebarria con una perdida de 49 segundos. A Adam Yates le fueron mejor las cosas. El inglés, que venía de conquistar la Volta, se emparejó con Roglic en la primera toma de tiempos. Pero como si fueran vasos comunicantes, padeció el mismo síndrome que atrapó a McNulty. Se tufó en la ascensión por la ladera, 400 metros que provocaban un cambio de ritmo tras el frenesí de la bajada y el llano. Colapsó Yates, que tuvo una pérdida de 28 segundos. A Hugh Carthy, compatriota, el reloj también le señaló con el neón de la derrota. 1:06.
IZAGIRRE, CLAVADO
A la margarita del reloj le tocaba deshojar a Ion Izagirre, campeón en curso de la Itzulia, y a Tadej Pogacar, el hombre que le arrancó de las manos el Tour a Roglic. El de Ormaiztegi, que contaba con la fantástica referencia de Alex Aranburu, padeció. Clavado. Izagirre no se encontraba cómodo. Desenfocado, lejos de su mejor versión entregó 1:09. Pogacar tenía como faro la luz de McNulty, el mejor en Santo Domingo. El joven esloveno se coló entre el norteamericano y Roglic en la chepa de Bilbao. Ocurrió que Pogacar no pudo mantener ese ímpetu. De repente, la distancia de la crono creció para él. El sobreesfuerzo en el primer acto, le endureció las piernas en el resto del trazado. Se oxidó el esloveno de las piernas de oro cuando giró hacia la Plaza del Gas. Los lazos que diseñan la ladera le ataron. Camisa de fuerza. Le trastabillaron. El formidable Pogacar estaba enroscado a la impotencia. Calculó mal. Donde Roglic fue un cañonazo, tartamudeó Pogacar, ausente de sí mismo. El joven esloveno tuvo que claudicar. 28 segundos peor que su compatriota, que completó una crono sensacional para ganar el primer combate. Roglic marca la hora de la Itzulia.