Del altar de Arrate al pórtico de la gloria. De Eibar al cielo de Madrid. Ese es el viaje astral de Primoz Roglic, conquistador de la Vuelta. El esloveno talló el trono de la carrera cincelando con esmero una actuación que le subraya como el mejor ciclista. Roglic izó su bandera en el santuario de Arrate, en Moncalvillo, en Suances y en el Mirador de Ézaro. Cuatro victorias de etapa en escenarios distintos que enfatizan su polivalencia y su gobierno en Madrid. Es el ciclista total. Su triunfo en la terraza de Finisterre, le elevó definitivamente al liderato, que siempre fue suyo salvo el lapso de Formigal, cuando Carapaz le arrebató la prenda. Roglic, voluntad inquebrantable, dominó la carrera de punta a punta y evidenció su talla de gran ciclista incluso cuando en el Angliru y La Covatilla le tocó sufrir. No se derrumbó. La resistencia y la capacidad de sufrimiento le sostuvieron cuando fue necesario.
La victoria de Roglic es el triunfo de un ser humano sobre el abatimiento. No solo derrotó la tenacidad y fiereza de Richard Carapaz, segundo, y la frescura de Hugh Carthy, tercero, que le acompañaron en el podio final, sino que cicatrizó la herida del Tour de Francia. Reponerse de la sacudida de la crono de La Planche des Belles Filles, resalta el carácter del esloveno. Cualquier otro se adentraría en un estado abúlico, semidepresivo, tras semejante electroshock. Alma de campeón, el esloveno prefirió enfrentarse a sus miedos. Acalló esas voces que dudaban de su recuperación como ciclista. Ese, probablemente, haya sido el gran logro de Roglic; levantarse de una derrota amarga, cruel y aniquiladora.
En la Vuelta se midió consigo mismo en un ejercicio de introspección, un psicoanálisis. El esloveno practicó una autopsia sobre lo que es y que será. Se miró en el espejo, se radiografió los adentros y pudo sonreír, reconstruido, rehabilitado. La victoria en la Vuelta contiene el estímulo imbatible del regreso de un ciclista que nunca se dejó. Huyó del victimismo. Cualquier otro hubiese renunciado a seguir corriendo durante un tiempo tras la sacudida del Tour, pero el esloveno, excelente competidor, jamás se abandonó. Mentalidad de hierro, el triunfo de la Vuelta resulta reparador para Roglic, que continúa en lo más alto del escalafón. Nadie ha sido capaz de disputarlo todo. En el año más extraño de nuestras vidas, el esloveno ha reunido un palmarés envidiable. Refractario a la lisonja, centrado en la burbuja de la competición, el esloveno fue segundo en el Tour y ayer celebró su segunda Vuelta. Un logro magnífico bajo cualquier análisis. Es el mejor ciclista.
Roglic defendió el título de la Vuelta sin excusas ni coartadas. A pesar de la carga física, mental y emocional que le supuso el Tour, el esloveno no buscó ni un pretexto. Se presentó en Irun con la idea, insobornable, de volver a ganar. El esloveno compite. Eso es todo. Lejos del marketing, la propaganda y el merchandising, el ciclista que aterrizó desde los saltos de esquí, habla en la carretera. Ese es su universo. El hábitat que prefiere. Para qué hablar si puedes pelear. Roglic siempre está dispuesto para el combate. Eso le otorga mayor relevancia a sus logros. No se esconde. Desea ganar y lo hace siempre que puede. Roglic elevó el vuelo de una Vuelta con aspecto de superviviente.
En el estreno, en Arrate, dejó claras sus intenciones. En el primer duelo entre los mejores, se destacó. Tomó el mando en el estreno. Había acabado 2019 de rojo en Madrid y en Eibar lucía el mismo color un año después. Abrió huella en una carrera en la que decoró su vitrina con tres victorias de etapa más. Su segundo hito lo obtuvo en Moncalvillo en un duelo brutal con Carapaz, su enemigo íntimo. El ecuatoriano le había arrebatado el liderato en Formigal bajo la tempestad. Roglic se repuso en el vis a vis con Carapaz. Como en aquellas escenas tatuadas en la memoria sepia de los duelos de Anquetil y Poulidor en el Puy de Dôme o los de Coppi y Bartali, Roglic y Carapaz descargaron un espectáculo excelso. Ese día Roglic recuperó buena parte del tiempo perdido con Carapaz.
La Vuelta estaba en un puño, con el esloveno y el líder del Ineos enredados en menos de un palmo. En ese ecosistema de igualdad máxima, el esloveno encontró otra rendija. Roglic avanzaba segundo a segundo, disputándolo todo. Ambicioso. Eso le engrandece. En Suances, en un final rematado con un repecho, el esloveno se adelantó a todos. Recogió la bonificación y otros tres segundos. Ese botín, le sirvió para encaramarse al liderato empatado a tiempos con Carapaz.
El Angliru surgió para examinar a los mejores. En una subida agónica, donde se trata de sobrevivir y no caerse, Roglic se mantuvo en pie a pesar de que la empalizada le dejó sin su mejor pose. Carapaz, otro corredor que no entiende el ciclismo sin el estandarte del ataque, obtuvo una renta de 10 segundos sobre el esloveno. Ese día, Hugh Carthy, vencedor en el coloso asturiano, certificó su candidatura al podio. Entró la carrera en el desenlace de la última semana con euforia. Sin positivos de coronavirus, un logro excelente de la organización, se encaminaba la Vuelta hacia Madrid.
Antes, el reloj ejercería de juez supremo en el Mirador de Ézaro. Roglic, el mejor de los contrarrelojistas entre los candidatos al triunfo, se llevó la etapa y obtuvo un gran tesoro. Distanció en 49 segundos a Carapaz, que disponía de un colchón de 10 segundos sobre Roglic, y casi en medio minuto a Carthy. El esloveno lucía nuevamente de rojo. No contento con ello, Roglic se personó en el esprint de Ciudad Rodrigo para arañar otra media docena de segundos tras atravesar Las Hurdes. Roglic siempre está hambriento. No deja ni las migas.
Con la alforja llena de 45 segundos sobre el ecuatoriano y cerca del minuto sobre Carthy, el esloveno afrontó el no va más en La Covatilla. En las rampas de la montaña de la Sierra de Béjar, Roglic soportó la tortura en una etapa estupenda en la que Carapaz se lanzó con todo hacia la Vuelta. El esloveno, aislado, sin el parapeto de su equipo, supo sobrevivir a una situación muy complicada en una cima con niebla y viento que a punto estuvo de sepultar su estupenda actuación en la Vuelta. Roglic encontró cobijo y amparo en el Movistar en un momento crítico de la subida y esquivó el directo de Carapaz, que buscaba el K. O. El ecuatoriano limó 21 segundos respecto al líder, pero se quedó corto. Roglic, un campeón de cuerpo entero, se tambaleó, pero se sostuvo. De regreso de la derrota del Tour, el esloveno alzó su orgullo y se coronó en la Vuelta. Roglic, campeón de principio a fin.