- En un Tour donde cada manecilla es una mina de oro, los favoritos corren con camisa de fuerza, atados a sus miedos, porque la derrota es la primera opción. Prevalece el instinto de supervivencia, más si cabe ante una etapa mastodóntica, un monstruo que ajustició a más de uno. Solo Mikel Landa, que sabía que un ramillete de segundos no eran suficientes para decorar la crono a La Planche des Belles Filles y buscar el podio, pensó en grande. Honor para él. Por eso, el escalador alavés decidió que sus costaleros endurecieran el asalto a la Madelaine, un puerto eterno y altísimo, con la barbilla por encima de los 2.000 metros. El Tour tomó altura. Landa quería estar en la azotea de los Campos Elíseos. Pinturas de guerra. Alineó a sus camaradas en el gigantesco Madelaine para lijar la resistencia del resto.
Bahrain quería clavar la pértiga para dar alas a Landa en el Col de la Loze, la montaña por donde bajan los esquiadores. En dirección opuesta reptaba el Tour. Corriente arriba hasta los 2.304 metros, una bajada a los infiernos. El ciclismo siempre fue contra la lógica. Así funciona Landa. Jugó a ganar. Pero sus piernas desvelaron el farol. En ese escenario hipnótico, cruel, bello y brutal, Landa enmudeció. El alavés que había hostigado la jerarquía, que llamaba a la revolución, se quedó sin voz. Afónico. Tragado por una mole tremenda que conquistó el vuelo de López y enfatizó la jerarquía de Roglic sobre Pogacar, que cedió quince segundos. En el techo del Tour, Roglic respira más tranquilo. Pocagar está a 57 segundos. Al líder le aplaudió Macron, presidente de Francia. A Landa le vitoreó la cuneta. La victoria de los vencidos. El de Murgia cedió 1:20. Es séptimo. A 3:27 del líder y a 2 minutos del podio.
La subida al calvario la abrieron Carapaz, Alaphilippe y Gorka Izagirre, los mejores de la fuga. Entre los favoritos, Landa refrescaba su ambición. Agua para el fuego. Así se reavivan las brasas. Roglic no dejaba ver sus ojos. El líder corre con máscara. Pogacar, a su lado, aguardaba con el maillot a dos aguas. Oxígeno para el cuerpo. Aire para impulsar su cometa. Porte, el inesperado, acompasaba la respiración junto a López. El metrónomo lo gestionaba el Bahrain. A Urán no se le percibía, pero estaba. Ese es su método. Pello Bilbao adelgazó el grupo de inmediato. Giro de tuerca. El gernikarra era una invitación a la rebeldía de Landa. Bilbao era un liquidador. Demolió a Gesink, Bennett y Van Aert. Carapaz también se deshizo de Gorka Izagirre. Después claudicó.
Dumoulin y Kuss blindaban a Roglic en una lengua de asfalto estrecho. La belleza de lo salvaje. La melodía de seducción antes de estamparse con un muro. Una pista asfaltada que vigilaban los generadores de nieve. El Tour de la distopía. Roglic, Kuss, Pogacar, Landa, López, Porte y Urán subían a chepazos, bamboleando los hombros, acompasando el martirio. Letanía en una montaña delirante. De la Cruz, jornalero de Pogacar, bramó su ira. Su grito silenció a Landa. Mudo. Sin respuesta. El alavés se apartó de los favoritos. Al arcén. Al escalador de Murgia le burló una montaña que era un tobogán de emociones. Su Tour se congeló al sol. Landa gripó, derrotado por los forzudos de la carrera. Roglic, Pogacar, Kuss y López desafiaban al Col de la Loze, un leviatán vallado por telesillas. La pesadilla de una tarde de verano.
Apergaminados por el esfuerzo, ojerosos en el abismo, Roglic dio pase libre a Kuss. El líder prescindió del colibrí del Jumbo cuando a la montaña le quedaban más de dos kilómetros. Lujo asiático. Pogacar se emparejó al líder. Sidecar. En ese ajedrez, López, irreverente, ofensivo y ambicioso rompió el tablero. Rasgó el velo de las miradas de los eslovenos y alzó el vuelo. Superman. Alcanzó a Kuss, que aminoró la marcha en una empalizada. Para López no había muros. Los atravesaba con furia. Roglic y Pogacar enlazaron con Kuss. Roglic aceleró tras otro tobogán. Cambio de rasante. El final era un salto de vallas. De foso en foso. De pozo en pozo.
Arrancó Roglic y a Pogacar se le abrieron las costuras. El líder empastó con Kuss. Pogacar, doliente, llegó. Renqueaba su juventud. La montaña le había envejecido. En ese instante, Roglic se despidió de su sombra. El líder agarró unos metros. Veía a López, pero sus piernas no llegaban a las del colombiano en una ascensión que desempolvó el ciclismo de la agonía extrema. Ciclistas desperdigados, abrumados, sin forma y perfiles borrosos. Pogacar se moría en cada pedalada para dar con Roglic. Estuvo a punto de lograrlo, pero el líder volvió a desenmascararle en otro cambio de rasante. López aterrizó en el podio, a 1:26 del líder. Roglic se despegó quince segundos de Pogacar, que entró con los ojos cerrados de dolor. En el Tour de Roglic, donde Landa se quedó sin voz.
Antes de la etapa reina. En realidad, Egan Bernal llegó tocado al Tour después de tener que abandonar el Dauphiné con el físico diezmado por culpa de los dolores de espalda. La dolencia no amainó y Bernal se cansó de sufrir. El colombiano se bajó de la carrera antes de que partiera la etapa reina. El Tour abandonó al campeón en el Grand Colombier, cuando el Jumbo le ejecutó en la plaza pública. Con anterioridad, Bernal mostró sus limitaciones en el Puy Mary. Fue su primera grieta. El martes su perfil se derrumbó hasta hacerse polvo en Villard de Lans. Con el dolor de espalda laminándole el ánimo, el colombiano se tachó ayer de la carrera.