nemigo común y gran desconocido. Vaya por delante el tembleque que me acompaña desde que decidí incluir entre mis personajes a éste. Se me amontonan los dedos y las letras se esconden bajo el teclado provocando dislexia a cada uno de los diez dedos de mis manos.

Ni una broma con esto. Está en juego la salud. La de todos nosotros.

He buscado fotos del bicho y las había de todos los colores, tamaños y formas. Dicen que el origen de la enfermedad está, estuvo, en Wuhan, en su mercado, donde, entre otros animales, murciélagos y pangolines esperaban turno para sopas, guisos y cremas medicinales. Pudiera ser que el murciélago defecara desde el aire y el pangolín, que pasaba por debajo, entre el follaje, se lo llevara a la boca -el excremento y el virus- al mismo tiempo que los insectos de su menú nocturno. Luego mutó y se expandió. El cómo, el por qué y de qué manera ha llegado hasta nosotros, lo ignoro. En el mundo global que nos ha tocado vivir ayer ya es mañana. Hoy toca prevenir, adelantarnos en lo posible, evitar el contagio y aislar la enfermedad mientras los profesionales encuentran el antídoto o la vacuna.

Algunos científicos, como el profesor Francis Mojica, investigador y microbiólogo postulado al premio Nobel no ha dudado en lanzar al aire el dardo envenenado: "no me extrañaría que el coronavirus se haya escapado de un laboratorio". "¡Hostias, ya te decía yo!", debieron pensar unos miles de adscritos a las teorías conspiratorias que se propagan tan rápido como la epidemia. "Es la guerra económica", dicen otros, "¡Contra China"! Bueno, no ricemos el pelo liso, y oigámosle de nuevo, a Mojica, que tira con bala, con calma y en reposo, poniéndole cordura al momento de pánico que compulsivos de las emociones y de las expresiones -de los que compran lo que no les cabe en casa- van regalando, a la manera protagonista, allá por donde pasan. "La gripe a nadie asusta, y debería probablemente", dice y advierte. Y enseña y previene. Cuidémonos de ambas, huyendo del riesgo, evitando el contagio y el contacto y observando las máximas medidas de higiene -que son mínimas- lavándonos las manos. El bicho se mueve por el aire pero se agarra a nuestras manos y a todo lo que tocamos.

120.000 casos en 126 países y 4.000 muertos. Viaja en avión pegado a nosotros y en nuestras cosas. Ha llegado a todos los sitios, excepto a la Antártida. Y está aquí. Y, de repente, afecta a todo lo que hacemos. Pues hagamos bien una cosa. Evitemos su expansión. Pongámosle coto. Guardemos distancia y, en caso de infección, al médico. Por cierto, evitemos el colapso en los hospitales. Y vaya por delante lo que supone disponer de una sanidad pública y eficiente. Una suerte. Una fortuna. Los niños lo transmiten mejor que nadie porque se mueven y lo tocan todo. La gente mayor, por su debilidad, se defiende peor. Quedémonos en casa un tiempo. Salgamos pero evitemos el contacto y lavemos nuestras manos continuamente. Hay que aislar al virus y encontrar pronto una vacuna.

El contraataque lo iniciaron en China, donde la orden de gobierno es voz y porra. Continuó en Italia, con el acordonamiento sanitario de 16 millones de ciudadanos del norte del país e, inevitablemente, la reacción nos ha llegado a nosotros, desobedientes y descreídos, que funcionamos tanto en cuanto las barbas del vecino vayan dando señales. Si no, quietos y mucha guasa. Acción y medidas han saltado el Atlántico. En el norte, el que no paga se guarda. Y en el sur€ a echarle imaginación.

El virus ha entrado en nuestras vidas. Y por fin la calle ha tomado consciencia. La vida y las cosas de la vida. La cultura. Y el deporte. La pelota también. Ayer jueves nos íbamos a poner guapos, uniformados y relucientes, para hacernos una foto en las escaleras del palacio de la provincia junto a las principales autoridades de Álava y Vitoria. El lunes decidimos suspender el acto, justo después de que cerraran los centros deportivos de la ciudad. La selección alavesa de pelota no iba a ser presentada como tampoco participaría en la primera jornada del torneo GRAVNI. ¿Qué sentido tiene entrenar, vigilar las recomendaciones sanitarias y cumplir con las directrices de las autoridades para perder razón y coherencia trasladando el problema a territorios vecinos? Se suspende toda actividad deportiva hasta finales de mes. Por el momento. Y tras éste, todos en cadena, el rosario de adscritos y adhesiones, terminando con el fútbol profesional, que se han vuelto locos para ir esquivando lo inevitable: que también son personas, que no tiene sentido un espectáculo en el que no haya público y que, por supuesto, ellos también se contagian.

Un par de semanas atrás, en una de las finales del Provincial de Trinquete, uno de los pelotaris no pudo participar porque decidió quedarse en casa, en cuarentena y vigilando su estado. Un familiar había dado positivo y, observando la recomendación federativa, dejó su puesto a otro compañero. Y como éste otro par de casos, resueltos de una u otra forma, cuando valía más la voluntad y el sentido común que los requerimientos oficiales.

Vamos a convivir una larga temporada junto al coronovirus. Pero no revueltos. Ojo avizor. Atentos para arrinconarle y cerrarle todas las vías de escape, procurando no perjudicar al vecino, proteger en la medida de lo posible al anciano y a los débiles. Con el objetivo de que nuestros médicos trabajen tranquilos, no se colapsen nuestros hospitales, los enfermos sean atendidos siempre debidamente y que los investigadores encuentren pronto la vacuna.

Y que nos sirva de lección. La sanidad es gratuita, pero nos cuesta mucho dinero, que pagamos entre todos con nuestros impuestos. Somos afortunados por ello. Y funciona. Aprendamos a ser solidarios, a tomarnos en serio lo que es muy serio, la salud, y, sobre todo, lavarnos con mucha frecuencia las manos, protegernos de la transmisión con el vehículo que mejor lo transmite, la mano.

Ahora hay que combatirlo cuerpo a cuerpo y, luego, ser muy previsores. Con ésta y con todas las gripes. Contra éste y con el resto de viruses. Enemigo público número uno y un toca pelotas.