la época reciente del Arsenal no ha sido precisamente de éxitos. En los últimos 12/13 años, los gunners se han llevado más sinsabores que otra cosa.
Para remontarse a su último título de Premier League hay que echar la vista hasta la temporada 2003/2004, la de los famosos invencibles. Su última alegría europea, si no se cuenta la final de la Liga Europa del año pasado, fue la final de París en 2006, que el Arsenal cedió ante el Barcelona.
Desde entonces, en Highbury, y más tarde en el Emirates, las expectativas eran altas y los resultados bajos. Solo las copas domésticas parecían sostener en el cargo a un Wenger que se mantuvo 22 años anclado en el sillón londinense. Acostumbrado a ser la cuarta espada de la Premier, el Arsenal se deshizo del técnico galo hace dos temporadas, terminando un idilio que acabó en relación tóxica y que amenazaba con enquistarse más.
En el norte de Londres se eligió a Unai Emery para sucederle. Un técnico con experiencia europea y nuevas ideas, llamado a revitalizar la estructura, y que llegaba de una experiencia en París no satisfactoria, pero en la que también obtuvo prestigio.
Sin un gran nivel de inglés al principio, Emery se esforzó por aprender y perfeccionar una lengua extranjera, pese a que los aficionados e incluso los medios de comunicación ingleses se mofaran de manera infantil de él y sus intentos por pronunciar la lengua de Shakespeare. Se hizo viral sus “Good ibining”, la manera en la que el técnico vasco intentaba decir “Good evening” (buenas tardes) y que en las redes sociales causaba que fuese objeto de diversos memes.
Emery trató de implantar un nuevo estilo en un club que aún languidecía de los problemas de Wenger. El Arsenal quería ganar a corto plazo, sin caer en la cuenta que no había equipo para ello. El estilo fluido y de toque de Wenger paso a transformarse en el rigor defensivo que el preparador de Hondarriba planeaba.
Sin embargo, una gran delantera formada por Alexandre Lacazette y Pierre-Emerick Aubameyang contrastaba con el resto del equipo. Mucho jugador joven en el medio del campo apoyado por estrellas en el ocaso como Mesut Özil y jugadores intrascendentes como Granit Xhaka y una defensa incapaz de competir en la Premier.
El Arsenal estaba a años luz de Manchester City y Liverpool y estaba menos hecho que Tottenham Hotspur y Chelsea. De ahí que terminara quinto en su primera temporada con Emery al cargo.
No se dio por mala y la final de la Europa League fue la guinda que se cayó del pastel. Quizás esa final de Baku pudo proporcionar mucho más crédito a Emery, pero perderla fue el primer clavo en su ataúd.
Desde aquello no ha llegado nada bueno. Los gunners perdieron toda la paciencia que tenían durante la época de Wenger, y a Emery se le exigían resultados rápido y sin fallos. Los refuerzos no convencieron, sobre todo en defensa, donde David Luiz no ha sido la solución a los problemas defensivos, sino al contrario. Tras la peor racha de resultados en 27 años, con siete partidos seguidos sin ganar, el consejo directivo del Arsenal tomó la decisión de despedir a Emery.
El español también tiene su culpa de lo ocurrido y en muchas ocasiones pecó de temeroso a la hora de jugar con su tridente más potente, el formado por Aubameyang, Lacazette y el fichaje más caro de su historia, Nicolás Pepé, pero en líneas generales, a Emery se lo llevó por delante las ingentes cantidades de paciencia perdidas cuando Wenger cosechaba decepción tras decepción. - Efe