La acumulación de malos resultados para el Deportivo Alavés en sus enfrentamientos con el Athletic durante las temporadas que han coincidido en Primera había ido generalizando una sensación de pesimismo entre los aficionados albiazules que distorsiona un tanto la situación real entre ambos conjuntos y minusvalora los recursos con los que cuenta el conjunto alavesista para poder superar el desánimo. Por más que se hayan repetido los fracasos en los enfrentamientos entre ambos, en el quinquenio 1998-99 a 2002-03 se obtuvo una victoria por nueve derrotas, no conllevaron a una condena absoluta ni nos condujeron a un destino inevitable. De hecho, en tres de esas temporadas se quedó por encima de los bilbaínos en la clasificación general y, además, nos dio el billete para jugar dos años la copa de la UEFA.

De todas las derrotas, la más dolorosa fue sin duda la que se produjo el viernes 19 de mayo de 2000, última jornada de Liga, que nos relegó a un sexto puesto cuando con la victoria se habría conseguido el subcampeonato. Encontrándome en Madrid por motivos laborales, y como no podía perderme aquel trascendental encuentro, el día anterior, mientras hacía tiempo en la sala de espera de urgencias de un hospital de Toledo, reservé un billete de avión a Bilbao para el día siguiente y me presenté a la hora de comer en el hotel de concentración para vivir junto al equipo aquellos momentos históricos. Pero no pudo ser. No solo por nuestra incapacidad para doblegar al conjunto bilbaíno, o por la mayor intensidad que emplearon sus jugadores (parece que se jugaban más que el Alavés), también hubo otra razón de peso que tuvo mucho que ver a la hora de inclinar la balanza hacia el lado del rival que, con su arduo y confuso triunfo, alcanzó el muy preciado undécimo puesto de la clasificación. ¡Ay si hubieran peleado con la misma determinación durante toda la campaña!

En cambio, en las cuatro últimas temporadas los resultados obtenidos por el conjunto albiazul, tanto en su feudo como a domicilio, han sido altamente satisfactorios: cuatro empates, tres victorias y una sola derrota (sufrida en la 2017-18). Se da la circunstancia paradójica de que en la campaña que se produce la única victoria en feudo bilbaíno (2005-06) el Alavés acabó la temporada en el puesto decimoctavo, uno de los tres premiados con el descenso. Se aprecia que, en general, cuanto mejor es el resultado logrado por el Alavés en los enfrentamientos entre ambos, peor es la clasificación al final de esa temporada. De este modo, si solo teníamos en cuenta el tanteador de los últimos años, estos hacían presagiar que, si no se cometían errores de bulto, el equipo dirigido por el Garitano alavesista tenía bastantes posibilidades de lograr un marcador positivo. Aunque también había que tener presente la trayectoria mostrada por ambos esta temporada y esta apuntaba a que el equipo del Garitano bilbaíno se mostraba muy firme en su feudo, donde había ganado los dos encuentros y no había recibido un gol.

¿Cuál de estas dos opciones iba a prevalecer sobre la otra? Nada más empezar el encuentro conocimos la respuesta. El entrenador albiazul disponía para el encuentro de todos sus efectivos, la única baja era la obligada de Burgui. Es decir, podía elegir entre muchas opciones pero se decantó por una más defensiva, si cabe, que en anteriores compromisos. La elección de Navarro por Martín así lo indicaba. Total, ¿para que? Para nada. Se encerró atrás, de manera ordenada, eso sí, trabajando con ahínco para mantener la portería a cero (sinónimo de premio), pero al final les marcaron tantos goles como los recibidos hasta entonces. El Alavés es un equipo amable, respetuoso, miedoso, que no quiere hacer daño a su adversario y, además, el balón le quema en los pies; una vez recibido el primer gol su capacidad de reacción es nula. Resetear luego a unos jugadores preparados casi exclusivamente para defender es una tarea, al parecer, harto complicada por mucho que se lo expreses con diferentes dibujos. No cuentan con argumentos para llevar el peligro a la portería rival. Aunque, por si acaso, siempre nos quedará dejar todo en manos del azar y confiar en que se cumpla lo del epígrafe: un mal resultado en el derbi conlleva una buena clasificación final.