Leía el otro día una noticia que me llamó poderosamente la atención: “Soy Gareth Thomas y quiero compartir mi secreto con vosotros. Estoy viviendo con el VIH. Ahora tenéis esta información, que me hace extremadamente vulnerable pero no me hace débil”. Gareth, de 45 años, es el jugador con más internacionalidades (100) con la selección galesa de rugby. Thomas, quien declaró en 2009 que era homosexual, ha tomado la valiente decisión para no ser víctima de más chantaje y poder mandar un mensaje de optimismo ante su enfermedad.

A su vez, en el otro lado del periódico, me percataba de esta otra noticia. Alejandro Valverde relataba lo mucho que le pesó los primeros meses el arcoíris, le suponía tal necesidad de hacerlo bien, de honrarlo siempre, que la presión acabó hundiéndolo.

“Perdí el deseo de ganar, me faltaba esa hambre, ese plus necesario para vencer. Internamente pensaba que si ya había ganado el Mundial ya lo había ganado todo, y fue un desastre. Se me olvidó disfrutar en la bici”. Valverde nos relata algo que nunca antes había contado, que un día de marzo de 2012 se levantó y se sintió mal, con mareos, hormigueos, y miedo, auténtico pánico, e interiormente se preguntaba que si lo tenía todo por qué estaba así.

Alejandro empezó a acudir a un psicólogo. Le diagnosticó una depresión.

“El cuerpo, que tiene memoria y algún día tiene que sacar afuera todo lo que tiene guardado, y la mente, que va por su cuenta, empezaron a echar fuera todo lo que había sufrido entre 2008 y 2011”. Valverde habla de su depresión siete años después porque cree ha llegado el momento. “El maillot arcoíris pesa y me salió contarlo”, dice. “Y al hacerlo, me he liberado”.

Todos tenemos secretos. Cosas que de alguna manera no queremos que los demás sepan. Historias personales que nos dan vergüenza. Pasajes de nuestras vidas, ocultos en lo más interno de nuestro ser. ¿Qué nos impide revelarlos? ¿Qué los mantiene ocultos?

Podría ser que nuestro miedo al fracaso sea tan fuerte que a menudo sacrificamos relaciones personales que tal vez no vuelvan a presentarse con tal de no sentirnos inseguros o vulnerables. Podría ser que el considerarnos imperfectos, sea un lastre. Es posible que no queramos que el resto de personas nos perciban totalmente alejados de aquello que hemos conseguido y por lo que somos reconocidos. Podría ser que hemos creado un personaje con el que los demás se sienten cómodos e identificados y del cual no estamos, nosotros mismos, totalmente convencidos.

¿Quién eres? ¿Quién eres de verdad? Sin tapujos , sin dobleces. Ese que es el autentico tú. ¿Cuánto de alejada es tu visión de ti mismo con respecto a la que tienen los demás de ti? ¿Qué te gustaría que vieran los demás de ti y el resto de las personas no percibimos?

Si somos lo suficientemente conscientes de la vergüenza como para nombrarla y hablarle, prácticamente habremos acabado con ella. Si hablamos de ella, empieza a marchitarse. La gente muchas veces prefiere pensar que la vergüenza está reservada para las personas que han sufrido traumas. Esto no es cierto. Todos y cada uno de nosotros sentimos vergüenza. Y aunque parezca que ese sentimiento se oculta en nuestros más oscuros rincones, suele habitar los lugares más comunes.

Mi aspecto físico, la familia, adicciones, etiquetas, hacerse mayor, o la amistad. Nuestra necesidad, natural por otra parte, de sentirnos aceptados socialmente. El dolor de sentirse rechazado y desconectado del resto, provoca en nosotros mismos una búsqueda de cierto equilibrio para poder mantenernos de pie, sin hundirnos. ¿Te reconoces riéndote abiertamente de algo que no has entendido o no te resultaba gracioso con tal de sentirte parte del grupo?

Gareth y Alejandro no son distintos. Sufren de vergüenza. Ansían aceptación y en su caso, como deportistas de élite, reconocimiento y convertirse en ejemplos para los demás. La vulnerabilidad está asociada, en muchos casos, a un síntoma de debilidad, de decepción, de tristeza. Pero, a su vez, es el punto de partida de la integración, del valor, de la empatía y de la creatividad.

No es cómo te ven, es cómo tú imaginas que te ven. Tú mismo haces tu propio juicio de valor. Tú mismo te identificas como débil. Tú mismo asocias todo esto a una decepción. Stop. Párate por favor. La vulnerabilidad es incertidumbre, riesgo y exposición. ¿Vas a dejar de amar a alguien porque puede que no nos corresponda, puede que no siga en nuestras vidas y puede que se marche de la noche a la mañana?

Buff, quiero ser libre. Quiero liberarme de estas ataduras que me encadenan a mi personaje y no me permiten ser genuino. Soy imperfecto. No lo hago todo bien, es más, hago muchas cosas muy mal. Creo, personalmente, que para que lo demás me pudieran aceptar, tendría que empezar por aceptarme a mí mismo.

En el caso de estas dos historias, Thomas y Valverde, han empezado por aceptarse. Estoy convencido de que les queda camino por recorrer pero ya han dado los primeros pasitos.

Y tú, ¿por dónde empezarías? ¿Cuál sería tú primer pasito? ¿Qué necesitarías para arrancar?

¿Te atreves a jugar?

El autor es socio de Sport&Play