La verdad es que una carrera tras el verano, justo después, sobre todo si te has pegado un mes de agosto, como ha sido en mi caso, sin hacer nada, pues una buena idea no es, pero esta cita en Laguardia se ha convertido en un clásico en mi calendario de carreras desde que empecé en este mundo. Ya es la octava edición y ocho años que llevo yendo a una prueba peculiar por lo que al recorrido se refiere. Este discurre además de por el centro de la localidad alavesa, por un montón de bodegas, teniendo incluso la posibilidad de acceder a un par de ellas. Todo lo dicho anteriormente unido al perfil, no precisamente llano, que tiene debido a la orografía del terreno, la convierte en una rara avis en las carreras de asfalto.
Sobre el papel no parece muy complicada ya que son apenas doce kilómetros, por un terreno a priori cómodo, con buen piso, a pesar de discurrir por caminos, pero que cuando empiezas a subir y a bajar sin parar, este rompe piernas, si te has excedido al principio, en los primeros kilómetros, te lo hace pagar con dos fuertes subidas en el último kilómetro y medio. En ese final es donde a muchos se les hace, nunca mejor dicho, cuesta arriba, pero por lo menos la proximidad y el buen ambiente reinante en la línea de meta hacen sacar fuerzas de donde se piensa que no hay para llegar con una sonrisa.
A eso de las cinco y cuarto de la tarde del sábado llegamos David y yo a Laguardia, con tiempo de sobra para recoger los dorsales, cambiarnos de ropa e incluso tomar un café y calentar un poco antes de que a las seis y media, con puntualidad inglesa, se diera la salida, rodeados de una multitud de gente del pueblo y acompañantes que hacían una larga fila que duraba casi 300 metros. Salimos tranquilos y nos tomamos con suavidad el paso por las calles del pueblo, disfrutando de los numerosos ánimos que nos llegaban de todas partes. Es una gozada poder correr por el mismo medio de Laguardia entrando por la puerta de San Juan y saliendo por el otro extremo, por la puerta de Santa Engracia. Justo en este momento entramos en el paseo de El Collao, que rodea parte de la villa. Ya se oye a corredores el comentar “vamos bien de ritmo, ya hemos hecho un kilómetro y así hasta el final, poco a poco”, a otros más conservadores y sabiendo lo que queda diciendo, “guarda, guarda que nos embalamos y ya sabes lo que toca después”. Todo dentro de una sana competitividad, por lo menos en las posiciones traseras, que es donde me suelo mover siempre. Seguramente en la cabeza de carrera hablaremos de otras cosas.
Una vez dada una vuelta entera a Laguardia y pasar de nuevo por la línea de salida encaramos una larga bajada que nos lleva a la zona de las bodegas. Es justo en este tramo, al pasar y entrar dentro de la bodega de Solar Viejo, donde en la cuesta que nos lleva a Bodegas Ayesa y a Ysios, coincido con el dorsal número 1, Ángel o, como todo el mundo le conoce en Laguardia, Angelito. Se trata de su primera carrera, nunca ha participado en ninguna, aunque ha estado ligado siempre al mundo del deporte en el pueblo, ya que era el encargado del polideportivo durante muchos años. Este año se ha animado y junto con su hijo se ha puesto en la línea de salida, con el objetivo de llegar a la meta. En el kilómetro cuatro lo tenía pegado a mi así que muy mal no iba. El ritmo que llevaba era bueno y aunque quedaba lo más duro se le veía buena cara. Por supuesto que consiguió llegar a meta junto al hijo, en medio de una enorme ovación por parte de todos los que ya nos encontrábamos allí. Enhorabuena Ángel, ahora a no dejarlo y a por otra. Tras pasar por dentro de la bodega de Javier San Pedro con la imponente sierra de Cantabria delante aprovechamos para refrescarnos con el primer avituallamiento. Lo cierto es que no hacía mucho calor, pero sí algo de humedad con lo que el líquido nos vino de maravilla. Justo en este punto pegamos un pequeño acelerón a nuestra marcha. Si bien la idea era hacer la carrera tranquilos, una vez metidos en faena y como las sensaciones eran buenas, decidimos ponerle un poco más de esfuerzo en cada zancada.
compañía de beasain Es en el punto kilométrico cinco donde me encontré con una pareja de chicos llegados de Beasain. Cualquiera que conozca un poco de carreras de montaña sabe que, a mediados de julio, durante un fin de semana entero, esta pequeña localidad guipuzcoana se convierte en el epicentro de las carreras por el monte, con la celebración del Ehunmilak y con ella sus hermanas pequeñas, la g2h (la cual he corrido cuatro años) y la maratón marimurumendi. Pues bien, tanto Martín como Kopi, además de comentarme que esta no era su primera participación en esta prueba en Laguardia, que les encanta la zona y que no hace el calor y la humedad de otros años, un hándicap en estas fechas del año, me decían que en 2020 estarán de voluntarios en la más grande de todas las carreras antes citadas, que no es otra que la Ehunmilak, con sus 168 kilómetros y 11.000 metros de desnivel positivo. Yo por mi parte, les anuncié y así también lo proclamo en estas líneas que si no pasa nada en 2020 estaré en la línea de salida en Beasain, para tomar parte de dicha carrera. Será para mi el reto más grande al que me he enfrentado nunca y por supuesto espero verles en algún cruce o donde la organización decida que hacen falta. Cuando digo lo de ponerme en la línea de salida es eso, empezar la prueba. Terminar es el objetivo, pero con mucho respeto por las majestuosas dimensiones de la citada prueba.
Además de infundirme ánimos para el año que viene y decirme que permanecerán atentos para intentar verme, no nos damos cuenta y subimos la cuesta de Bodegas Pujanza rápidos, como si no costara, y tras atravesar el segundo avituallamiento David y yo volvemos a acelerar un poco más con dirección el Prao de la Paul, una laguna artificial declarada biotopo protegido por su extraordinario valor biológico y ecológico. Un auténtico placer correr por esos caminos. Lo cierto es que transitar por estos lugares hace que casi no pienses en correr y que la cabeza y sobre todo la vista vaya disfrutando de todas las maravillas que rodean este sitio. Miramos el reloj, para ver el ritmo, y como ya sabemos lo que queda, le comento a David que relajemos un poco la velocidad que las dos cuestas finales hay que tomárselas con cautela, pero con fuerza.
últimos dos kilómetros Una vez finalizado el recorrido por dicha laguna y haber atravesado un viñedo por el mismo medio de las parras de las vides repletas de uva, a punto de ser recogida en los próximos días, estamos en el kilómetro diez. Por delante solo dos kilómetros, pero nos encontramos en la parte baja de Laguardia y la meta está arriba. Lo cierto es que desmoraliza un poco lo que queda salvo que hayas sido previsor y hayas guardado algo. La primera parte complicada donde ya duelen un poco las piernas es la cuesta que está justo al lado del campo de fútbol. Empieza suave pero poco a poco va aumentando su desnivel hasta llegar a ser más una pared que una cuesta. Justo delante mío va Gorka, otro chico del pueblo, el cual va acompañado de su hijo. Este año le he cogido un poco antes que el año pasado y se lo comento más con el fin de darle ánimos que por otra cosa. Él me responde que anda un poco más flojo pero que cuenta con la motivación de su hijo corriendo a su lado, lo que le está ayudando en estos difíciles metros finales. No nos damos cuenta, pero muchas veces esa gente animando y esas palabras de apoyo que nos dan nos hace sacar fuerzas, muchas veces de donde no las hay.
Superado ya este tramo dejo a Gorka disfrutar de los últimos metros con su hijo y es ahí donde a escasos 200 metros por delante mío observo que va Roberto. Roberto, uno de los organizadores de la carrera, perteneciente a la peña Los Zaborricos, a pesar de tener pocos minutos libres durante todos estos días de preparativos de la prueba, se calza las zapatillas de deporte y realiza la carrera como un corredor más. Como posteriormente me contará realmente se le queda corta, no porque no sea distancia suficiente, seguro que puede correr y bien pruebas más largas, sino porque entre el estrés de todo lo que rodea esta cita, no es hasta pasada la mitad del recorrido cuando empieza de verdad a disfrutar de él.
Nos queda la última cuesta y anda Roberto unos cien metros delante. Decido pegarme un calentón y subir a tope la rampa entera con el objetivo de llegar a su altura e intentar cruzar la línea de meta junto a él. Es mi manera de darle las gracias por todo lo que me ha ayudado en los días previos y durante la carrera en todo lo que he necesitado. Quiero destacar, además de la entrada en meta, la cantidad de gente apostada justo en la parte superior de la cuesta Mata, nombre como se le conoce a dicha subida al pueblo de Laguardia, haciendo un pasillo humano por donde era prácticamente imposible no sentirte arropado por todos los ánimos del publico allí concentrado.
satisfacción en la meta Por fin llegamos a donde todo comenzó escasamente una hora antes. El tiempo en meta no es este año importante, ya que veníamos a contar la experiencia, extraordinaria, en esta carrera popular, si bien es cierto que entre acelerones y calentones la hora y seis minutos que teníamos prevista se ha transformado en poco más de una hora y un minuto, lo cual nos deja a David y a mi bastante satisfechos.
Ya en meta nos espera un buen avituallamiento repleto de fruta, algo de dulce, bebidas para poder recuperar lo sudado y cómo no el ya tradicional cañero de cerveza. Si le sumamos el fastuoso sorteo de regalos entre todos los corredores, que va desde vino de todo tipo, pasando por prendas de ropa y alguna otra sorpresa más (este año nos vamos con las manos vacías, no ha habido suerte), todo esto hace del final de la carrera un buen punto de encuentro entre corredores, voluntarios y familia.
Después de la reconfortante ducha nos vamos para coger el coche y retornar a casa, no sin antes brindar un merecido aplauso al mas que brillante atleta Javi Conde y a todo el club Saiatu de atletismo adaptado, merecidos homenajeados este año en Laguardia. Me despido confirmando mi presencia y la de David en la novena edición de esta prueba en 2020. Aquí tenéis un fijo en vuestra carrera. Muchas gracias por todo y, como siempre, nos vemos en el monte.