LA CUBILLA (ASTURIAS) - Ante el cierre tenso de Asturias, el de las jornadas de las cumbres borrascosas, en el Astana se balanceaba el discurso a modo de un gallego en una escalera, que nunca se sabe si baja o si sube. Depende. Ion Izagirre y Omar Fraile, que no necesitan traductores ni interpretes porque no se enredan en pensamientos y hablan claro, sostenían dos discursos distintos. Eran dos haciendo un gallego. Fraile decía que el día era el de las oportunidades por la tunda que llevan los cuerpos. Izagirre mantenía que la fatiga invitaba a la precaución y a la calma. Fue un cortina de humo en una etapa que se cerró con un telón de niebla en la inédita ascensión a La Cubilla. En realidad, Fraile e Izagirre hablaban el lenguaje de la guerra desde orillas distintas que confluyen en el mismo río. Fraile fue el acelerador del Astana en La Cubilla para desprender a Quintana, perdido en la niebla. Izagirre hizo de catapulta para Miguel Ángel López, que recuperó el tono bravo. La capa de Supermán convocó a Pogacar, su rival por los asuntos de podio, y sedujo a Primoz Roglic, que se personó un rato más tarde, cuando observó que a Valverde se le oxidó el ritmo con el segundo respingo de López. Al campeón del mundo le tapó la manta húmeda de la derrota. El arcoíris se apagó. Sin luz en La Cubilla, donde hubo fuego artificiales en la celebración en la cumbre de Jakob Fuglsang, el mejor de la fuga. Entre la aristocracia, con la niebla cegando la cima, López, Pogacar y Roglic pisaron en la misma huella. Valverde, remolcado por Marc Soler, su mejor sherpa, perdió 23 segundos respecto al trío.

López y Pogacar merodean al Bala, escaso de pólvora en La Cubilla, donde Roglic hizo más suya la Vuelta. El esloveno, al que no se le observan flancos débiles aventaja en 2:48 a Valverde, que tendrá que bizquear para controlar a los pujantes Pogacar y López. A falta de una semana, el esloveno le merodea a 54 segundos y el colombiano a 1:11. Roglic parece ajeno a esas disputas menores. El líder alcanzó el segundo día de descanso enfriando el champán de la Vuelta. Desde La Cubilla se ve Madrid. En la montaña asturiana, que comparan con el Galibier no se sabe bien por qué, el líder estrujó aún más el bastón de mando de la carrera. Después de que su equipo guiara la ascensión, se mantuvo firme cuando el Astana, que por delante lanzó a Fuglsang al encuentro de su primera victoria en una grande, prendió la mecha. No sabe correr de otra manera la tropa kazaja. Entiende el ciclismo como una ofensiva constante. La idea de dar vuelo a Supermán rondaba en el espíritu de los kazajos desde que López perdiera adherencia en El Acebo. De algún modo, querían recuperar la autoestima de Supermán, al que lastimaron en el primer round de la montaña asturiana. Con esa premisa grabada a fuego, el Astana dispuso a sus artilleros. Se cobraron la pieza de Quintana. El colombiano tuvo que rendirse en La Cubilla. En un puerto constante, sin muros, Quintana se disolvió en silencio, recogido sobre sí mismo. A Valverde también le tocó plegarse. “23 segundos no es nada”, estableció el murciano tras ceder terreno.

El cansancio acumulado fue el mullido sofá donde se repantingó el pelotón, pastoreado por el Jumbo tras otro arranque picando rueda que lo alteró todo hasta que el caos se convirtió en orden. Con la fuga formada por un buen número de dorsales, entre ellos, Erviti, Fuglsang, Luis León Sánchez, Knox, Tao Geoghegan , Barceló , Bizkarra o Madrazo, que se jugó la Montaña con Bouchard, también fugado, el armisticio se instaló en los dominios del Jumbo, que cruzó el paisaje con aire funcionarial. La alegría y la algarabía pertenecía a la escapada. El balneario del Jumbo lo clausuró el Astana, que izó el orgullo en La Cubilla tras tres puertos sin laceraciones. Los kazajos poseen ese aire del Grupo Salvaje de Sam Peckinpah, tipos duros dispuestos a enfrentarse al peor destino. No vacilaron. Se lanzaron con todo. Astillado Quintana, continuaron empujando con el poder de un bulldozer. Izagirre recogió el último relevo. Era el arco para la flecha de López. Se tensó el de Ormaiztegi en una aceleración que convirtió el pasaje apenas un reducto de sufridores. Supermán se desabrochó. Al abordaje.

Su repunte reunió de inmediato a Pogacar, Roglic y Valverde. También a Soler. Fue un amago. Se pararon las figuras del póquer de la Vuelta. Soler, incandescente, arreció. El catalán tomó unos metros. En ese impasse, recuperaron el pulso Kuss, Majka y otros. López, inconformista y obstinado, apostó nuevamente. All-in. Su salida, fulgurante, la cauterizó Pogacar, un rayo. El esloveno es su sombra. Roglic tuvo un pequeño cortocircuito. Más por las dudas que por energía. López atacó fuerte, pero yo estaba pendiente de Valverde (el segundo clasificado). No salí enseguida, pero cuando vi a Valverde en apuros salí a por López”, dijo. El líder se situó a rueda de Valverde, el único que le inquieta. A el Bala le faltó muelle. No pudo percutir. Así que Roglic, con ese estilo tan suyo, cargado de hombros a modo de un culturista, estrujando el manillar, atrapó a Pogacar y López sobre raíles en una estampa de rodador puro. Valverde vio partir a Roglic. El murciano dicharachero de El Acebo era un dorsal taciturno en La Cubilla. López, Pogacar y Roglic colaboraron de buena gana. Todos contra Valverde. Los primeros, para afeitarle tiempo y el líder para obtener aún más renta. En ese debate, Soler socorrió a Valverde, que se quedó con la palabra en la boca. El catalán, inmenso, arrastró la rueda del murciano. Le prestó sus piernas y le arropó con el ánimo. Lo necesitaba Valverde, desfigurado ante el jaque de López, Pogacar y Roglic. Por delante Fuglsang, ingrávido y poderoso, resolvió con contundencia. Geoghegan le siguió de oídas. Había perdido el contacto visual. Lo mismo le sucedió a Valverde, que corría a ciegas en la niebla.