TERUEL ? El miedo a lo desconocido enciende a los inconscientes y a los aventureros. Por eso la locura abrazó a Ángel Madrazo, el hombre que pelea con pico y pala por reinar en las montañas. Madrazo conquistó la cumbre de Javalambre, en Teruel, que no existe. En ese no lugar en el que se eleva el Observatorio Astrofísico de Javalambre, alcanzó el clímax Madrazo. “He conseguido lo que llevo buscando toda la vida. Estoy en una nube. No me lo creo”, confesó Madrazo tras hollar un pico para ver las estrellas de cerca. Una tierra árida que le bautizó de felicidad fue su cielo. Allí anidó Madrazo la mejor victoria. A 1.950 metros de altitud, en el Pico del Buitre, El Gorrión de Cazoña se hizo rapaz y sacó las garras para imponerse a José Herrada y Jetse Bol. Desplegó las alas tras un ejercicio de supervivencia, fe, tesón, resistencia y melodrama para volar más alto que nadie.
Madrazo talló su nombre en Javalambre, que era una aparición de aspecto fantasmal. El cántabro, un jornalero, se asomó a la gloria en el balcón que mira el universo. Allí, lo más lejano se acerca tanto que hasta el universo puede tocarse con los dedos. En la terraza a las estrellas, agarró Madrazo la gloria que nunca pensó que obtendría. Por eso, el cántabro lloró su dicha. Con él lo hizo la familia del Burgos-BH ante el día más feliz Madrazo fue primero y Bol, su compañero, segundo. Un doblete que dio sentido a todo el proyecto. Fueron las lágrimas de felicidad para la victoria de los vencidos tras un acto heroico. También lloró Herrada. Desolado.
No se derrotó nunca Madrazo, colgado a 45 kilómetros de meta y después revivido en una ascensión tensa y dura. “En el ascenso teníamos buena ventaja, pero el ritmo me mataba, por eso fui haciendo la goma”, relató Madrazo. “A falta de 50 kilómetros se me pusieron las patas guapas y el equipo me dijo que “tranquilo, que ya has cumplido”, pero no me quise quedar atrás y dije: “Yo ahí entro como sea”, expuso el vencedor. El cántabro murió y resucitó varias veces en la misma montaña. Lázaro. Aferrado al alma, Madrazo se impulsó a la historia con una arrancada genial cuando parecía que se apagaba. Su vuelo fue incluso más rápido que el de Supermán López, nuevo líder de la Vuelta.
El colombiano mostró el poder de su capa en Javalambre con un ataque que solo pudieron rastrear el eterno Valverde y el pujante Roglic, que se dejaron una docena de segundos con el colombiano. “He podido meterme con Roglic en la persecución de Supermán López. El objetivo era minimizar la pérdida de tiempo”, analizó Valverde. Miguel Ángel López decoloró a Nicolas Roche, que se estrelló en Javalambre, una montaña que también mostró las costuras de Quintana, 54 segundos peor que López. “Nairo está muy fuerte y esta subida le venía bien, pero todos los días no son iguales”, radiografió Valverde. En la frontera del minuto quedó Rigoberto Urán. López recuperó el liderato con 14 segundos sobre Roglic y 23 respecto a Quintana. Valverde es cuarto a 28 segundos. Roche es quinto.
Ante el perfil amenazante de Javalambre, el puerto que se estrenaba y del que no había referencias ni memoria, se impuso la prudencia en el pelotón. La quietud arengó a Madrazo, Je- tse Bol y Herrada, tres tipos contra el mundo. Los favoritos, incrustados en la calma, aguardaban el remate puntiagudo del día como única preocupación. Nadie se rebeló en el pelotón, plegado en la hamaca. Con las piernas en huelga, en una actitud más que discutible, se apresuraron los fugados ante un oportunidad única. El sorteo del oro. Madrazo, un hombre a una escapada pegado, toda la Vuelta de gira, como aquellos afiladores que le sacaban chispas al negocio, continuó su persecución obsesiva de los puntos que extrae, laborioso, de las entrañas de las montañas. Un minero en busca de la veta de oro que le hiciera rico. Vestido con el maillot de la montaña, el sueño que impulsa a Madrazo estos días, supo el cántabro que debía sufrir lo indecible ante la oportunidad de su vida. La cháchara y dejadez del pelotón era un bingo para los tres escapados, que compartían el premio. En el gran grupo se imponía la contemplación. En ese ambiente de absoluta despreocupación, Madrazo, Bol y Herrada construyeron diez minutos de renta.
De tanta distensión y vacile, en el pelotón hubo una montonera. La escena tuvo aire cómico. Cayeron sin caer. Molestándose unos a otros. Urán se fue al suelo, pero se recuperó con celeridad, acompañado por su muchachada. La caída retrató la ausencia absoluta de atención. Poco después, el coche del Burgos-BH a punto estuvo de llevarse por delante a Madrazo, su propio corredor. Fue un susto. “Estaba como en los encierros de San Fermín, en la plaza. Cuando me vino el coche dije: “vaya cornada”, comentó Madrazo. El director del equipo burgalés estaba dando el botellín a Jetse Bol y no vio a Madrazo, frente al capó. Tocó al ciclista, pero por fortuna, Madrazo continuó tras ser embestido. Recuperado del sobresalto, la jornada discurrió entre el arrebato de los fugados y la desgana de los favoritos.
lópez, el más fuerte Sonó el despertador a media tarde, en las inmediaciones de Arcos de las Salinas, el pueblo que apuntala los bajos de Javalambre. Ineos tocó la corneta y se acabó la paz. La entrada al puerto era estrecha. En el trío, Madrazo racaneaba y se estiraba. Guerra psicológica. Bol resistía. El mando era de Herrada, incomodado por el dúo del Burgos, que manejó de maravilla la ascensión para rematar al conquense, que no pudo despegarse de ellos. Por detrás, el Jumbo dio aire a la cometa. Mudó el rostro entre los jerarcas, que comenzaron a notar el fuego que crepita en el esfuerzo. Carthy y Van Garderen, peones de Urán, hicieron las brasas para la hoguera. Allí se quemó De la Cruz. Boqueó el líder Roche, demasiado exigido en un subida brutal que penalizó a muchos.
Quintana, exuberante días atrás, era un ciclista tenue. Valverde ondeó su autoestima y desnudó al colombiano, sin potencia para acceder al cambio de ritmo de Valverde, que en su desgarro arrastró a Miguel Ángel López, Primoz Roglic, Sepp Kuss y el jovencísimo Tadej Pogaçar, que mostró su calidad. Por delante, Madrazo era una goma que cedía y se recomponía ante el marcaje de Herrada y Bol. En el retrovisor, Miguel Ángel López entró en la cabina de teléfonos. Abrió el maillot. Se descamisó. Su arrancada, un despegue enérgico, no encontró respuesta ni en Valverde ni Roglic. El colombiano era imposible para el resto de favoritos, con la nariz arrugada. En el debate por la victoria, Madrazo, el último en aparecer en escena de la que entraba y salía porque cedía varios metros, se recompuso en la agonía. Herrada giró el cuello para situar a sus rivales. Se lo partieron. Para cuando enfocó la vista al frente, Madrazo era el hombre más feliz sobre la tierra. En la cima del mundo observó las estrellas. El Gorrión voló en Javalambre.
César Ortuzar