oñati - Irizar cuelga la bici el sábado en la Clásica tras 16 temporadas en el pelotón profesional. Las enciclopedias ciclistas de Internet subrayan con fluorescente su única victoria, la general de la Vuelta a Andalucía en 2011. Reflejan sus numerosas comparecencias en Flandes o Roubaix. Destacan sus 21 participaciones en pruebas de tres semanas: diez Vueltas, seis Tours y cinco Giros. Pero las frías estadísticas no son expresivas respecto al principal activo de una dilatada carrera: las experiencias. Ya en vísperas del adiós al pelotón, Irizar (Oñati, 1980) recibe a este diario en su pueblo, en su cafetería Bizipoz, para repasar con tostadas y café toda una vida ligada a las dos ruedas.
¿Por qué la bicicleta?
-En gran parte por mi padre. Le gustaba mucho el ciclismo. Y era amigo de Juan Ignacio Egaña, dueño de Zahor y patrón del equipo ciclista de Oñati. El aita me llevaba a ver las carreras y me entró el gusanillo, un veneno que sigo llevando dentro. Ahora lo están recibiendo mis hijos.
¿Cuándo transformó ese veneno en resultados deportivos?
-Siempre me lo tomé muy en serio. Yo al principio hacía atletismo, pero hubo dos años en los que me apunté también a una carrera ciclista que se organizaba en el pueblo. Gané las dos veces, superando a los txirrindularis del club, del Aloña Mendi. “Si con una bici que no es mía hago esto?”, pensé. Así que planteé a mis padres que me compraran una, para pasarme a la carretera. Recuerdo que pagaron 114.000 pesetas por aquella Contini de color verde. Así empecé, con quince añitos.
¿En qué momento percibió que podía llegar al pelotón profesional?
-Diría que en 2001, en la tercera temporada en aficionados. Ofrecía un muy buen rendimiento, pero sabía también que tenía gente por delante, mejor colocada para dar el salto. “Si espero un año y sigo a este nivel, pasaré yo también”. Llegó ese año y lo di todo: gané cuatro carreras, fui campeón de Gipuzkoa, campeón de Euskadi, me llevé una etapa en Bidasoa? Madariaga me comentó que la campaña siguiente correría en el Euskaltel, en profesionales. Pero en septiembre vinieron malas noticias.
Un cáncer testicular.
-Durante la Vuelta a Goierri, estaba en la habitación con mi compañero Asier Atxa y me contó que la novia de uno de sus mejores amigos había fallecido, víctima de un cáncer. Aquello me marcó y recuerdo que enseguida empecé a autoexaminarme. Palpé el bulto en el testículo. Fuimos al médico a mirarlo. Y ahí empezó toda la historia.
Ahí usted ya sabía que iba a dar el salto a profesionales?
-Sí. Y Madariaga me comentó que, si me recuperaba y volvía al nivel anterior, me guardaba el sitio en el equipo. Pero yo no sabía a ciencia cierta si aquello me lo decía únicamente para animarme.
Siempre cuenta que, cuando le detectaron el cáncer, se planteó dos metas: pasar a profesionales y ser aita.
-La primera de ellas ya la traía de serie (risas). Respecto a la segunda, ten en cuenta de dónde venimos en la familia. Alaitz es hija única, y cuando tenía cuatro años perdió a su aita en un atentado del GAL. Yo también soy hijo único, y cuando tenía 18 años mi padre se quitó la vida. Éramos dos hijos únicos, habiendo perdido a nuestros padres en situaciones dramáticas, y nos encontramos con que, como consecuencia de la enfermedad, la movilidad de mis espermatozoides quedaba en un 15%. Los médicos dijeron que lograr un embarazo natural no era imposible. Pero que resultaba complicadete.
El caso es que logró sus dos objetivos. En 2004, pasó a profesionales.
-El bulto me lo detecté en septiembre de 2002. Paré y pasé gran parte del invierno y de la temporada 2003 en el dique seco. Pero volví a la competición en mayo y anduve mucho, para ser un corredor que había pasado por sesiones de quimioterapia y dos operaciones. Logré un montón de puestos entre los diez primeros y Miguel Madariaga mantuvo su promesa, fue fiel a lo que me había dicho. Mucha gente comentaba que daba el salto casi por caridad, porque había sufrido el cáncer. Y al principio me afectaba escuchar aquello. El Euskaltel era, digamos, el equipo del pueblo. El equipo de las instituciones. Me jodía escuchar que mi sitio tenía que haber sido para otro ciclista. Y tardé en darle la vuelta.
Segundo objetivo: en 2006 su mujer quedó embarazada, del primero de los tres hijos que han tenido.
-Recuerdo que estaba en el Giro de Italia y recibí una llamada de Alaitz. No me lo creía. Siempre digo que, llegado el caso, no habría tenido ningún problema en seguir un proceso de fecundación in vitro. Pero hacerlo habría supuesto tener que volver a Cruces y rescatar fantasmas del pasado: consultas, quimioterapia?
2009 fue su último año en el equipo de la Fundación.
-En mis dos primeras temporadas en el equipo estuve muy contento, disfruté un montón. Pero luego arrancó una nueva era, con Igor González de Galdeano a los mandos, y no supe adaptarme a los cambios ni a su filosofía de trabajo. Ya no era feliz. Y aquello me empezó a afectar incluso a nivel personal. No era Bizipoz. Estaba rallado. Johan Bruyneel y Lance Armstrong conocían mi situación y surgió la oportunidad de ir a RadioShack.
Usted con Armstrong ya mantenía una relación especial.
-Cuando tenía 16 años leí en Ciclismo a Fondo que Lance sufría cáncer, y que se le podía enviar un mensaje. Le mandé una carta dándole ánimos y él respondió con una postal. Años después, el doctor Kepa Celaya, al saber que me habían detectado un tumor, se puso en contacto con Armstrong. Aquellas Navidades recibí un mensaje suyo, escrito de puño y letra. Ahí empezó nuestra historia. Cuando pasé a profesionales, en el Critérium Internacional, una de mis primeras carreras, me llamó para que fuera a charlar a su autobús. Y resultó que un tiempo después su autobús era también el mío.
Tras trabajar usted para varios líderes en Euskaltel, el estadounidense resultó el primer gran capo del ciclismo mundial para quien ejerció de gregario.
-Cuando pasé a profesionales aprendí muchísimo de Roberto Laiseka, que era el veterano del equipo. Y cuando dejé el Euskaltel pasé a ejercer de gregario de Lance. Era muy cercano como compañero. A su gente la defendía a muerte. Estuve dos años con él y me marcó. Pero quien más lo hizo a nivel personal fue Andy Schleck. Reunía unos valores muy próximos a mi filosofía de vida. Le pillé en horas bajas, pasándolo mal, pero ahora es muy feliz. Tiene dos hijos y una tienda de bicicletas. Me llama a menudo para hacer consultas sobre material.
Este sábado cuelga la bici tras la Clásica.
-Pondré fin a una etapa, sí.
¿Está nervioso?
-La conciencia está tranquila, y eso es importante. Creo que la decisión llega en el momento justo. No estoy saturado ni quemado, pero tampoco tengo ganas de correr cinco años más.
¿Qué espera de su último día en el pelotón?
-Me gustaría entrar en la fuga del día, y luego acabar lo más txukun posible, para poder disfrutar del público en Igeldo después de desconectar. Lo más importante, se dé como se dé, es tener la oportunidad de decir agur a todo el mundo. Y sobre todo de dar las gracias. Por eso he querido que la fiesta de la noche se haga en Oñati. Porque, más que despedirme, quiero mostrar mi agradecimiento a toda la gente que, desde que era un crío, ha contribuido a que pueda llegar hasta aquí. Desde mi primer entrenador hasta Luca Guercilena, mánager de Trek Segafredo.
¿Y el día después qué?
-Lo primero es lo primero. En agosto me voy a tomar un tiempo para mí y para mi familia. Toca un mes viajando en autocaravana por los Dolomitas, con Alaitz y los críos.
¿A qué se va a dedicar?
-En septiembre regresaré del viaje con la familia por los Dolomitas y ahí sí que me cambiará la vida. Alaitz volverá a su trabajo tras dos años de excedencia. A mí me tocará llevar las riendas de la cafetería. E iniciaré también una nueva etapa en Trek. ¿Con qué tareas? Haré de todo. Por un lado, ejerceré de embajador de la marca en España. Trabajaré para Trek Bikes, ayudando en lo que se me pida para temas de material. Y también estaré con el equipo ciclista, principalmente llevando asuntos de corredores jóvenes.