saint-étienne - Alto, flaco, barbudo y con un punto de locura. Thomas de Gendt es un Quijote. El ciclista a una escapada pegado. Al belga hay que amarlo, ovacionarlo y recibirlo en pie. Su do de pecho en el volcánico Macizo Central fue emocionante y penetrante. El belga pintó una obra de arte. Compuso una oda al ciclismo. Memorable. De Gendt es el ciclismo en su esencia más pura. Carretera y manta. El viento en la cara, el paisaje, el sufrimiento, el latido del corazón, la ambición, la valentía, la entrega absoluta y el alma en cada pulgada. Por eso, 200 kilómetros después de una ocurrencia (solo estuvo 3 segundos en el pelotón), firmó un triunfo colosal en Saint-Étienne. De Gendt fue un acto heroico en el ciclismo que todo lo mide. El belga es pasión y ese fuego interior iluminó una etapa fantástica, repleta de contenido. Si el duelo en La Planche des Belles Filles se resolvió en una rampa de garaje, el Tour despegó definitivamente hacia la memoria en el Macizo Central, donde se alienaron los astros en una jornada colosal. De Gendt colocó el estandarte de los aventureros, la cúspide a una fuga compartida con De Marchi, Terpstra y Ben King. De todos se deshizo el belga prodigioso, un tipo que preguntó en la redes sociales si debía correr todas las grandes. La respuesta fue abrumadora y afirmativa. Todos aman a De Gendt y todos estaban dentro del belga cuando gritó su victoria a los cuatro vientos después de una jornada que atravesó todos los estados anímicos posibles. Vive le Tour!

De Gendt fue el fogonazo de una jornada al sol que alumbró la Grande Boucle, al fin a la altura de su leyenda. Al festival del belga infatigable, se sumó el fulgor francés. Julian Alaphilippe recuperó el liderato la víspera de la conmemoración de la Revolución francesa. Fiesta nacional adelantada. Alaphilippe tomó su bastilla y Thibaut Pinot, otro valeroso dispuesto al trono de París, reinó entre los mejores y obtuvo una veintena de segundos de renta. En Saint-Étienne, Hinault entró con la nariz rota y la sangre dibujándole el rostro. Fue en 1985. El último Tour galo. Pinot es ahora la esperanza francesa. “El ataque de Pinot no me extraña, es un rival a tener en cuenta y se le ve que está en buen momento, siempre está con los mejores. Nos ha sacado un poquito de tiempo”, determinó Landa. Pinot también obtuvo ventaja sobre Geraint Thomas, que se vio involucrado en una caída con medio Ineos y tuvo el coraje, las piernas y el carácter de campeón para encauzar una situación peligrosa cuando apenas restaban 15 kilómetros para alcanzar la meta y reunirse con los otros favoritos. Faltó Vincenzo Nibali. El siciliano llegó a la ciudad francesa con las piernas de madera. Agotado, hundido, apolillado. Perdió 4 minutos. Nibali, que gobernó el Tour de 2014, estalló sin remisión, de pura fatiga, en la Côte de la Jaillère, el último de los puertos marcados en el libro de ruta que surgió entre las propuestas de los cicloturistas. La organización jamás pensó en ese trazado. Fueron los cicloturistas los ideólogos de una trama maravillosa. El pueblo diseñó una fiesta para el pueblo. “¡Cómo hemos podido no venir por aquí antes!”, dijo el director técnico del Tour de Francia, Thierry Gouvenou.

El recorrido acumuló 3.750 metros de desnivel. La etapa de La Planche des Belles Filles apenas sobresalió 200 metros más. A través del Macizo Central, la carrera fue un festín que amaneció con la huida de cuatro escapistas de enorme entidad. Ciclistas con huella. Thomas de Gendt (Lotto), Alessandro de Marchi (CCC Team), Niki Terpstra (Total) y Ben King (Dimension Data) abrieron las puertas a una etapa memorable cuando el Astana decidió prender la hoguera. Pello Bilbao sacó la cajas de cerillas. “Astana siempre lo intenta, es nuestra seña de identidad”, apuntó. Rascó el fósforo y la carrera entró en ebullición entre carreteras estrechas, sinuosas, dientes de sierra y un ritmo para el jadeo. Los velocistas puros agacharon la cabeza. Peter Sagan, un ciclista enorme, padeció entre los picos para poder rascar unos valiosos puntos verdes. El eslovaco es un estrella, pero también un jornalero. Nunca se desentiende. Tampoco De Gendt, que primero estranguló a King y Terpstra y después ahogó a De Marchi, al que amarilleó con un estirón. El italiano caducó de inmediato.

caída de thomas Discurría el final con la mandíbula prieta, altísima la velocidad, los nervios en cada poro, cuando en una curva, medio Ineos se estampó arrastrado por Woods. En la caída, partido en dos el cuadro de la bici de Moscon, Thomas no pudo mantener el equilibrio. Restaban apenas 15 kilómetros. Volaba el día y el galés rodaba por el suelo. Gabinete de crisis para los británicos. En momentos como esos se sabe el material del que están hechos unos y otros. En el Ineos no entraron en pánico a pesar de que la situación pudo ser irreversible. Trazaron la solución en un chasquido. Sin daños físicos, montaron a toda mecha sobre la bicicleta y subrayaron la solidaridad y el trabajo en equipo. Formaron Castroviejo, Poels y Thomas. El getxotarra, excelso contrarrelojista, se dispuso en cabeza. Planchado sobre la bici. Se comió el aire y una parte de la desventaja. Después, Poels dibujó el camino de regreso a Thomas justo antes de la ascensión a la Côte de la Jaillère. El galés aceleró para conectar con el grupo avanzado, donde respiraban los dorsales dorados. Landa, Quintana, Fuglsang Bernal, Porte, Pinot, Urán, Bardet y Nibali, hasta que pudo.

En la cima de la cota de cierre, se repartían un puñado de segundos. De Gendt no estaba para esos asuntos. Solo pensaba en seguir hacia delante. Alaphilippe, a un ramillete de segundos de Ciccone, el líder, tenía otros planes. Necesitaba lijar la desventaja. Lo vio claro. Pinot, que sabe cómo respira su compatriota, le leyó el pensamiento. Arrancó Alaphilippe y Pinot se pegó a su sombra. Ambos, danzarines, coléricos, persiguieron sin desmayo a De Gendt, que huía de ellos como ese conductor al que perseguía sin motivo el azaroso camión anónimo en la angustiosa película El diablo sobre ruedas.

El belga nunca mira la retrovisor. De Gendt es un tipo capaz de regresar junto a un compañero de Como (Italia), a su casa en Semmenzole, (Bélgica) una vez concluida la campaña. Un millar de kilómetros de propina. En seis días. Para De Gendt, girar el cuello era perder tiempo y tal vez intuir una pesadilla. El dúo francés tampoco atendía a su espalda. Entre los favoritos, Thomas saludó a Bernal. Alivio en el Ineos. En los estertores, De Gendt rezó para no estamparse en algún rincón ante la frenética presión a la que le sometieron Pinot y Alaphilippe a un palmo de Saint-Étienne. Entonces, en la avenida de los imposibles, el belga miró hacia atrás, se llevó las manos a la cabeza tras su proeza y comprobó que era un hombre libre y feliz tras soportar una cacería de 200 kilómetros. El belga gritó libertad tras la gran evasión. Honor y gloria para De Gendt.