“Hoy ya puedo oler la gasolina. Veo el sol, la buena gente de esa tierra? (suspiros)”. Torrente de emociones. “Conservo el espíritu, pero te das cuenta de que eso ya no volverá”. Nostalgia. Gratitud a los derroteros de la vida. Herri Torrontegui (19-IV-1967) viaja este fin de semana a Jerez con motivo del Gran Premio de España, donde ejercerá de relaciones públicas del equipo Reale Avintia de MotoGP. Regresa al pasado.
Tal día como hoy, hace tres décadas, el primer piloto vasco de la historia en el Campeonato del Mundo situó a Euskadi en el mapa internacional. El 30 de abril de 1989 aquel joven de melena rubia procedente de Gorliz, menudo y ligero, apenas 50 kilos a sus 22 años, pero descarado enroscando el acelerador, dio al motociclismo vasco su primera victoria.
El deportista se enfrasca en su presente de modo que la mente apenas asimila lo que sucede. Todo ocurre muy deprisa. Y más, en moto. Es con el tiempo cuando se adquiere una perspectiva de lo acontecido. “Cada vez recuerdo mejor aquel día”, asevera. Hoy es cuando sigue cogiendo rebufos de las gestas. “Me sigo emocionando, porque la gente me recuerda, y me llena de orgullo. Es lo más bonito que puede tener un deportista”. Es la herencia del éxito y de una personalidad carismática, sentimental, abierta al mundo. El paddock recuerda sus peculiaridades, su Patxaran Torrontegui, fruto del trabajo de un hermano, Félix, encargado del suministro de la destilación casera que “compartimos con todos los grandes. ¡Con todos!”. El patxaran viajaba con Herri en la maleta, y sigue siendo así. La generosidad, la solidaridad, el compañerismo eran abundantes en la denominada Época dorada del motociclismo. “¡Habrá que tomar algún patxaran de esos tuyos luego!”, bromeaba Ángel Nieto al detenerse con Herri entre los motorhomes, cuando el piloto vizcaíno ya estaba retirado y ejercía de mánager de Efrén Vázquez. También valora el público, por supuesto, la condición de Herri, el menor de siete hermanos.
Los ochenta eran tiempos románticos. La caravana del mundial era una gran familia, como las circenses. “Los domingos o lunes salíamos hacia las carreras del siguiente fin de semana. Nos prestaban una furgoneta y así íbamos por el mundo. Si la furgoneta era grande, montábamos un par de literas y dormíamos en ella, junto a la moto, aparcados en el circuito; si no teníamos furgoneta, viajábamos en autobús y pasábamos la noche en una tienda de campaña de las de cremallera que era también nuestro box”, evoca. Dormir con la moto era prevenir sabotajes? Herri se ríe con pillería al recordar los “1.000 periplos” de la época. Vivencias que se fueron para no volver. Ni para Herri, ni para la competición. ¡Quién fuera testigo!
Alejandro, hermano de Herri, introdujo en las motos al pequeño de los Torrontegui. “Fue el responsable e intenté recompensar el esfuerzo”. Herri ganó el Trofeo Race, fue campeón de España júnior y Alejandro fue a Italia a comprar una moto. “Pedí consejo al gran Ángel Nieto y me recomendó seguir sus pasos, viajar a Barcelona. Fuimos a Derbi, Autisa y JJ Cobas. Nos recibieron muy bien. Me quedé a trabajar montando motos, de aprendiz, piloto, cocinero? Lo que hiciera falta”. Y así, con apenas 18 años, este voluntarioso soñador se vio en 1985 pilotando en el Mundial. “Poder hacer lo que te gusta es un privilegio. Corría todo lo que podía, en 80 centímetros cúbicos, 125cc, Superbikes...”. Corría incluso dos carreras el mismo día. No existía el cansancio. La pasión lo merecía todo. Porque lo económico? “Me fui como llegué: con una mano delante y otra detrás; unas veces teníamos más y otras, lo justo para estar”. Y allí estaba, entre los Aspar, Crivillé, sería compañero de Schwantz...; montaría a lomos de máquinas Derbi, Autisa, JJ Cobas, Krauser, Honda, Aprilia, Suzuki, Ducati... 12 temporadas. 120 grandes premios, dos victorias y cuatro podios. El pionero.
El apartado económico se cubría con ingenio y el altruismo de un entorno comprometido con la causa del chico de Gorliz. “Se ayudaba mucho y con un poco de aquí y otro de poco de allí, tirábamos. Montaron txosnas en las fiesta de Plentzia, de Andra Mari, rifas y cantidad de eventos más para financiar mi proyecto”. Todos a una, como el cuarteto de Dumas. A escote, en 1989 nació el Herri Racing Team. “¡Claro!, Honda Racing Corporation era HRC, pues nosotros éramos HRT”, rememora jocoso.
En 1989 “fuimos a Alemania y compramos una Krauser; se llamaba así porque la patente la compró Krauser, una marca alemana de maletas. Montamos un motor Zündapp”. 55 kilos, 80cc y 29 caballos de potencia preparados por el mecánico Ángel Perurena. “Una moto buena, pero de carreras cliente”, matiza. Los pilotos oficiales de la marca eran el suizo-alemán Stefan Dörflinger y el germano Peter Öttl. Sin embargo, Herri fue la pauta.
“¡hostia, tenemos un pepino!” “Cuando mi hermano Alejandro consigue la moto y vamos a Calafat a probarla y entrenar, digo: ‘¡Hostia, tenemos un pepino!”. El Gran Premio de España arrancaba la temporada el 30 de abril. “Llego a Jerez y, como corría en 80cc, en 125cc y en Superbikes, estaba hecho un lío con las referencias. Por ejemplo, la palanca de cambios del pie funcionaba diferente”. Además, rememora, “antes de tomar la salida de 80cc tenía más tensión de la que debía tener”. “Me ponía tan nervioso en las salidas que pregunté a Nieto o Lavado cómo lo hacían ellos. Y me decían: ‘Cuando no tengas ese gusano dejarás de correr’. ¡Qué angustia! Arrancar la moto de pie se me daba fatal”.
Se disparó la prueba. “Me dije: ‘hoy tiene que ser el día’. Me sorprendí; antes de la mitad de la carrera había pasado a todos. ‘¿Y ahora qué hago?’, me decía a mí mismo. Saqué una diferencia de unos 4 segundos. Cada vuelta miraba la pizarra pensando que debía mantenerlos. No quería arriesgar. A seis vueltas del final le hablaba a la moto: ‘¡No te pares!’. Antes la fiabilidad era muy crítica, acabar la carrera era un premio potente; no caer era un segundo premio, caíamos mucho, nos pegábamos unas hostias...; ya luchar por el podio?; luego ver que puedes ganar? Doblé a gente”, relata. Herri era hipersensible: cada sonido o vibración preocupaba. “Hasta que por fin vi la meta”. Tras reverdecer la carrera, suelta aire. Lo revive. Es una regresión.
la ikurriña El motociclismo vasco estaba en el mapa. “Llegué a la curva Dry Sack y vi a la gente saltando a la pista. Los de seguridad no los podían frenar; ¡se los hubieran llevado por delante! Fernan de Gorliz, gente de Orozko? Me colocaron una capa como Supermán y me metieron un palo de bandera por el mono, por la espalda, y casi me ahogan”, prosigue. La ikurriña ondeó en la vuelta de honor en un momento histórico del deporte vasco. “Sí, me tiraron de las orejas, hubo reproches, pero era la opinión pública más que otra cosa, porque la gente del motociclismo es muy tolerante. Mira cómo comparten gradas. Además, Euskal Herria vivía momentos críticos. Pero fue un gesto espontáneo. Era un vasco orgulloso de ser vasco que tiene la oportunidad de ganar y luce su bandera, sin ánimo de hacer daño a nadie”, cuenta. “¿Cómo te ibas a imaginar que podía sentar mal?”, cuestiona. Eso sí, remata: “Lo volvería a hacer”.
“El mundo es más bonito desde lo alto del cajón”, describió aquel día para DEIA. Según las crónicas, el circuito congregó más de 200.000 almas. En Gorliz, Bizkaia y Euskadi muchos miles le recibieron calurosamente.
El calendario del Mundial de 80cc tenía seis citas. Seguido de Jerez, firmó terceras posiciones en Italia y Alemania, alimentando esperanzas de campeón mundial; pero en Yugoslavia y Holanda falló la batería, y aunque ganó en el cierre del curso en Checoslovaquia, fue cuarto en el Mundial, con los mismos puntos que Öttl, pero este fue tercero por haber ganado tres carreras. El campeón fue Champi Herreros y Dorflinger fue segundo, ambos sin triunfos. “El 50% del título era de Herri. Tuvo una mala suerte de la pera”, dice Herreros. El motociclismo apoda a Herri como El campeón moral. “Lo importante es que luchamos por ese título y tuvimos los medios para estar ahí. Me siento bien conmigo mismo, al final, solo puede ganar uno”, subraya Herri.
Torrontegui ha enlazado pasado, presente y futuro. Después impulsó a Efrén Vázquez, su heredero, al Mundial. “Fue una etapa maravillosa, una ventana al mundo, porque Efrén ha sido grande entre los grandes, el vasco más laureado. Me siento orgullosísimo de haber formado parte del proyecto y de satisfacer mis ganas de devolver al pueblo vasco lo que me dio. Desde aquí aprovecho para agradecer a todos los que hicieron posible esta historia”, concluye.