ZUMARRAGA - Los hombros se le elevaron a Ion Izagirre, con el gesto de la pena, el que le dejó una crono con manos frías. A Ion, que corre con el sol del Astana, el astro rey de la carrera, le pudo la tiritona del desasosiego. Le tocará atacar. Toque de corneta. A un palmo de su casa, en la carretera de su infancia, donde se talló ciclista, el reloj le señaló. Tono mustio en la voz. Esperaba una postal más bella Ion. “Tengo pena de no haber aprovechado la oportunidad”, se fustigó el de Ormaiztegi, séptimo, a 22 segundos de Maximilian Schachmann (Bora), el cohete alemán que atronó frente a la Ermita de la Antigua y bajó más rápido aún, limando cada pulgada hasta parar el reloj en 17 minutos y 10 segundos. Nadie pudo con él. Se cosió el riesgo como dorsal el alemán para vestirse de amarillo en Zumarraga. Schachmann es el primer líder de la Itzulia, aunque no parece el definitivo. “Todavía no se qué tipo de corredor soy y si podré resistir”, dijo el alemán, que busca una identidad, definirse, a través de la Itzulia. Para él fue el champán y el agasajo del vencedor. No es mal plan para no saber aún quién es uno.
Por ese sorbo dorado que concedieron los manecillas pujó con determinación Daniel Felipe Martínez (Education First), un escarabajo espumoso con el mecanismo de un reloj suizo. Fue tan deprisa que no acudió a la ceremonia del podio. Del impulso llegó al hotel. La organización le multó con 1.000 francos suizos. Unos 890 euros por el despiste. Campeón de Colombia contrarreloj, Martínez marcó, a nueve segundos, el compás entre los que se les erizan los pelos pensando en ganar la Itzulia, la carrera que dispuso la crono para aclarar el horizonte y donde las nubes, ventrudas, jugaron al enredo, en un sí es no es entre los favoritos. Un penalti con paradinha. En ese baile agarrado de carretera húmeda, con ronchones secos dependiendo del orden de salida, Michal Kwiatkowski (Sky) rozó al colombiano, al igual que el pizpireto Julian Alaphilippe (Deceuninck). Adam Yates (Mitchelton) y Enric Mas (Deceuninck) le rastrearon de cerca, al igual que Ion Izagirre, a pesar de que el guipuzcoano esperaba una mejor pose. Todos ellos se aprietan en un cubículo de 15 segundos. Pello Bilbao, su compañero en el Astana, se alejó algo más del foco, al igual que Geraint Thomas, el mejor contrarrelojista del Reino Unido. El campeón del Tour rueda pensando en julio, en la canícula.
Landa calcula el florecer de mayo y el Giro de Italia. En Zumarraga apostó por una ventana de sol para su expedición en la crono. La primera del curso. Al de Murgia le falló el parte meteorológico. Cortina de agua. Arriesgó con una salida madrugadora buscando el sol y Zeus le negó. Ordenó tormenta. Le recibió la lluvia en Zumarraga y no le dejó en paz el miedo, ese que se le ha impregnado en el pellejo de tanta caída y que está decapando poco a poco. Los sentimientos siempre necesitan tiempo para que se serenen. Necesitan digestión. En la maneta del freno de Landa se instaló la precaución. Aún así, al alavés se le dibujó una sonrisa mientras aguarda que la Itzulia, la suya, despegue pasado mañana. Ayer se dejó 54 segundos. Hasta entonces mira e imagina Landa. “Estoy satisfecho. La idea es salvar estos dos días y a pensar en la Itzulia. En la crono me he encontrado bien. Voy pensado en el Giro, me he visto bien. He querido salir sin forzar demasiado para hacer una subida digna”, expuso el alavés después de rebajar el lactato que acumuló el cuerpo. El de Landa está abollado de la caída de Mallorca. “En la crono me ha molestado un poco el hombro al hacer de cizalla, pero no he sufrido apenas porque además me he podido poner de pie”, desgranó.
El dolor de Ion Izagirre era más interno, en el extrarradio del alma, cerca del corazón, ese no lugar destino de tantas cosas. El baúl del los sentimientos. Tres veces tercero en la Itzulia, Izagirre sueña con la corona y en la etapa de salida, se le oxidó el metal en una bajada con tiento después de subir a la chepa de La Antigua, el calvario señalado con tres cruces de piedra. En la empalizada se fue al suelo George Bennett (Jumbo), ciego por el esfuerzo en una rampa criminal, se cayó tras dibujar un par de eses. Se repuso y abandonó el infierno. En la cumbre, bisagra de la crono de algo más de 11 kilómetros, se miraron de cerca los favoritos, apretujados en la primera cita. Nadie concedió demasiado. Empate técnico. A Schachmann le avisaron por la radio que el suyo era el mejor tiempo. Así que esprintó hacia Zumarraga con la única idea de no caerse. Agua y velocidad, dos repelentes para los ciclistas. “La idea era no estrellarse”, explicó el alemán, la primera luminaria de la carrera.
CON PRECAUCIÓN. De algún modo eso estaba instalado en el procesador central de todos, aunque el juguetón Alaphilippe, que por la mañana anunció que no sabía que la Itzulia amanecía con una crono, -es difícil creer la afirmación, visto su rendimiento- se deslizó dichoso en el tobogán del aquapark una vez empaquetó el esfuerzo de las ascensión a la chepa de La Antigua, que incluso cuenta la leyenda que los gentiles, seres mitológicos vascos, trataron de derribar con rocas enormes. Del fuerte que fue antaño, Adam Yates bajó algo más tieso, al igual que Ion Izagirre con la cabra, escasa de cintura en el seseo hacia meta, donde Schachmann aguardaba sentado en la silla eléctrica de los tiempos. Caían manecillas y él se mantenía firme en un silla con aspecto de sillón orejero en el que repantingarse. Pudo hasta estirar las piernas a pesar de la decoración, una pared desnuda de hormigón.
El minimalismo dio paso a los fastos de los grandes recibimientos, el del primer campeón, el podio, el escaparate de la sonrisa. Schachmann se vistió de amarillo. El color favorito de la sastrería de la Itzulia. La prenda por la que se pelearán los favoritos, codo con codo aún. Para ello deberán deshacer la madeja que tricotó la crono, que apenas ordenó nada porque la carrera se cierra sobre un cajón de esos que sirven para los calcetines, donde el criterio es escaso y el apelotonamiento el argumento central. Espera una carrera a campo abierto. Con Schachmann como invitado sorpresa, se prevé el derroche furioso del Astana, el equipo más poderoso, para quitarle la pena a Ion Izagirre y el botín de las bonificaciones, un jugoso tesoro aguardando el asalto de Alaphilippe, Kwiatkowski, Martínez, Yates o Mas, ovillados todos ellos en el reloj de Zumarraga.