la pelota sólo le ha dado satisfacciones, “ningún mal recuerdo”, dice Domínguez, juez de pelota, maestro jubilado, licenciado en Zamora en el 69, “pero mil historias que contar y alguna que otra polémica”. Una de las “duras de verdad”, recuerda, le ocurrió en el Ogueta, en el Campeonato de Parejas, “cuando le señale un dos botes a Julián Retegui que no debió serlo”, según dice, “por la bronca que me llevé del público y por la mirada del pelotari”. Retegui II le fulminó, de fijo que lo hizo, y “yo aguanté el tipo, la pitada y aquella mirada”.

Ángel es de pequeña estatura, flaco y recio, de los que no se arredra. “Es tranquilo, serio y disciplinado”, opina Javi Gómez, compañero del Colegio de Jueces, “tiene el carácter de profesor viejo, no por años sino de oficio”, resalta. Según Gómez “salta y se queja para solucionar las cosas y, cuando está aquí, enseguida nos llama para echar una mano con los festivales de fin de semana”. Lleva 17 seguidos en el trinquete, “hasta el último fin de semana” presente en las primeras finales del Campeonato Escolar y el enfrentamiento contra Navarra en el GRABNI. A los 70 “me tira más el trinquete”, reconoce, “debes moverte, estar pendiente del juego y no estorbar”. Dice que, en la jaula, “uno parece que forma parte del juego mientras que en frontón estás fuera”. De la vieja promoción del 83 “sólo quedamos Amancio y yo”. Ninguno de los dos se ha planteado dejarlo? “Hasta que respondan las facultades”. En 1979 llegó a Vitoria, contactó con la Federación, le presentaron a Aramendia y, en cuanto salió la convocatoria “me presenté a al curso de jueces”. Antonio, alma mater de los jueces y casi de la Federación, dirigía el cotarro. Tras dos meses de preparación, donde “repasamos el reglamento artículo por artículo, comentándolos, aclarando dudas?” los Ortiz, Aristimuño, Amancio, Asurmendi, Quintana, “gentes de Adurtza y Zaramaga”, ya estaban en disposición de ejercer. Hasta hoy han transcurrido 35 años, 50 festivales por temporada, 150 partidos al año, lo que, aplicando la matemática, suponen un total de cinco mil partidos y un pico, “y eso que no he sido de los más activos”. Tras jubilarse en 2009, sigue en activo, claro, pero la fotografía, la familia y las viñas le quitan su tiempo. Atiende la media hectárea de viñas cuando encuentra un momento, sobre todo a partir de Semana Santa, cuando acude con más frecuencia al pueblo, a San Miguel de la Ribera, donde naciera en junio del 49. En cuanto a la fotografía, “empecé con la analógica”, dice, -en el pueblo aún conserva el laboratorio donde trata el papel-, “y prefiero el blanco y negro porque el color me distrae”, opina, como los grandes del retrato: “El color para los pintores”.

Ángel Domínguez Delgado se declara aficionado a la pelota desde que “tengo uso de razón”. Porque en Zamora, de allí es, como otros muchos vitorianos, la pelota es el rey de los juegos. Las paredes de la iglesia de San Miguel eran el frontón de los niños del pueblo. Le quitaban lana a la madre, le metían una esfera de madera como núcleo, tiras de cámara de bicicleta encima, sobre todo ello la lana y, a menudo, para cerrar el círculo, piel de perro curtida que elaboraba un vecino y pastor del pueblo de al lado, Garabito, de El Piñero? ¡Ya tenían la pelota! En el pueblo todavía había niños, unos 60, de entre 6 y 14 años. Hoy no hay ni escuela, y ni pasa el autobús a recoger párvulos para la comarcal. “El mejor era El Canillas, me cuenta. Aquel chaval, madrileño de adopción, llegó a jugar el federaciones, aquí en Vitoria, en compañía de un vergarés que cumplía el servicio militar en la capital, Iñarra, ante el mítico dúo alavés Eguino-Resano, a los que ganaron, para irse luego a cenar todos juntos al Viejo Felipe del resbaladero. Domínguez era un niño pequeño, sin fuerza “que solía llegar a casa con las manos destrozadas y los pantalones hechos jirones”. Fabriciana, sin broncas ni azotes le recibía con media sonrisa y retórica en boca: “¡Pero cómo me vienes, hijo, dichosa pelota!”. Hoy, el pueblo, tiene frontón de pared única y hormigón en el suelo -cuando lo levantaron en el 59 el piso era de tierra- pero lo que no hay son niños. Son todos octogenarios. Ángel jugó poco, apenas de infante. A los once años abandonó el pueblo para completar, con éxito, el viejo bachiller. Los vecinos del pueblo se agrupaban por equipos y hacían sus apuestas. En aquel grupo de personas destacaba el referido Gallego, siete años mayor que nuestro protagonista. También estaban el padre, Ángel, “más alto y fuere que yo”, y el tío Ricardo, “un hombre con buen físico que soltaba bien las dos manos”, recuerda el juez Domínguez. “Tenía una izquierda de lujo”.

En la capital, en Zamora, mientras estudia y termina la carrera de magisterio, es el primer licenciado de una familia de agricultores -el padre compartía las labores del campo con el oficio de electricista en el pueblo, “tomó el lugar de quien fuera titular, aunque no tenía conocimientos le sobraban ideas y? necesidad”, cuenta orgulloso- aunque sigue con la afición sólo juega al fútbol. Se licencia en el 69 y, como en Zamora no había escuelas libres, envía solicitudes a Madrid, Cataluña y Euskadi. Le contestan afirmativamente en Donostia, donde ejerce un año. Los siguientes nueve los pasa en Zumarraga, donde, en compañía de colegas de profesión “y zamoranos como yo”, Bruña, De la Fuente y García entre otros, retorna al frontón, “pero a jugar a paleta goma”.

En 1979 llega a Vitoria. Comienza en el colegio Reyes Católicos, pasa al Pío Baroja y termina, hasta la jubilación, en Padre Orbiso. A veces se entretiene con el amigo José Antonio García de Vicuña en el frontón pequeño de Mendizorroza “para sudar un rato apenas”. Nada apenas. Jugar no, pero ver pelota, “veo todo lo que puedo”. En Bergara, en Eibar, en el viejo Vitoriano y, por supuesto, en el Ogueta. Admirador de Oreja III y de Ladis Galarza. Conserva una buena amistad con Berasaluze IV, “con quien coincido a menudo en Berriz”. El Pilotarien Batzarra homenajeó a ambos el pasado 17 de junio en Zumaia. Es la fiesta de las veteranos que este años se celebrará en Labastida. “Aunque yo no quería, mi hijas Amaia -la que vive en Polonia, ingeniera- y Maite -cirujana en Basurto- me convencen y dejo que Aramendía presente mi candidatura”.

Aún recuerda el primer partido que hizo, en el 84 en el Olave. “La primera vez y cesta punta. No tengas miedo, me dijo Antonio”. A finales de los 90 hizo de juez en la final del cuatro y medio entre Eugui y Mikel Unanue, panadero de Añorga. Estuvo en los mundiales de Gasteiz, en el 86, “donde hubo un ambiente increíble, estaban Musi, y los palistas: los riojanos y el navarro Insausti, el mejor de todos”, rememora. “Nadie como él”, insiste, “quizá Iturri, al que también vi e hice de juez”. Otra época, de blanco y negro y vieja escuela? Otra mirada.