la Argentina potrera, del taquito y la gambeta, siempre ha sido histriónica, desmedida en sentimientos por el fútbol. Si la pasión se asocia al balón, Argentina es la cuna. Desde la primera Copa del Mundo de 1930, conquistada por su vecina, acérrima rival y anfitriona Uruguay -Argentina fue subcampeona-, pasando por sus dos títulos mundiales de 1978 y 1986, hasta la última final de la Copa Libertadores protagonista del derbi por antonomasia que puede servir este deporte (Boca Juniors-River Plate o viceversa), el país se desgarra las venas celebrando o lamentando. La historia de Argentina se escribe con antónimos: gloria o desastre. Aunque, dado el carácter exagerado y porque la victoria solo se reserva para uno, abunda la pena en el país suramericano. “La única verdad en los proyectos en Argentina es ganar. Así estamos perdidos”, lamenta el protagonista de esta historia.

El presente de Argentina, el de su selección, habla de crisis. Con el mejor jugador del planeta en sus filas -Leo Messi, justo ahora en una ausencia que se antoja pasajera-, no alza la Copa del Mundo. Porque en Argentina es eso: el todo o la nada, sin equilibrios. Despiadada o endiosadora con sus ídolos. “Messi es el mejor del mundo, pero necesita una orquesta; no puede tocar el bandoneón, el contrabajo, el violín y la trompeta”, defiende el sujeto que acontece.

Para más inri, el combinado argentino tampoco ofrece una imagen resultadista ni aseada. En Rusia se bajó del Mundial en octavos de final -16º puesto entre las 32 selecciones participantes- con un juego más bien rácano. Y, aunque cayó ante la campeona Francia, es motivo de drama nacional; cuatro años de inquieta e incineradora espera por delante. Tampoco se intuye un relevo generacional capaz de devolver temprano a Argentina a la cúspide, y de los veintitrés miembros de la Albiceleste en el pasado torneo, catorce poseían 30 o más años.

Por si fuera poco, la Asociación de Fútbol Argentino (AFA) lucha por remontar su ruina económica. El ambiente es desolador. Románticos los argentinos, evocan mientras tanto a tiempos pretéritos como mejores, pero incapaces de dejar de soñar con recuperar la autoestima y el éxito.

Para realzar el vuelo del fútbol argentino, la AFA ha mirado al pasado, a su historia, recuperando a uno de sus iconos, ya con 80 años aunque voluntarioso, “ilusionado”, que dice el propio decano. “Hace 45 años cambió el rumbo de un país que se autollamaba Los campeones morales. Él nos hizo correr más que los alemanes y tocar como los brasileños”. Él es César Luis Menotti, El Flaco, el que gambeteó al pasado y proyectó el cambió para el destino de Argentina. Con él, Los campeones morales se transformaron en campeones materiales. Fue en el 78, en contraste con la dictadura que vivía el país argentino. Y esta descripción es de Diego Armando Maradona.

Menotti, alejado hace una década de los banquillos, ha sido nombrado director de las selecciones nacionales. Es la esperanza nacional. “Mi objetivo -dice en el acto de presentación de su nuevo cargo- parte de la lealtad a una conducción y un objetivo: recuperar la esencia y la genética del fútbol argentino”. Reivindica la relación entre el futbolista y la pelota, y se ampara en la singularidad biológica.

Para su analítica, a Menotti le avala su paso por seis equipos como jugador, y por once clubes y dos selecciones como entrenador; si bien, sus logros en el banquillo se resumen en un Campeonato Metropolitano con Huracán (1973), la Copa, Liga y Supercopa de España con el Barcelona (1982-83), el título mundial de 1978 con la selección absoluta de Argentina y la Copa del Mundo con la selección juvenil en 1979. O sea, desde el 83 se prodiga más por su filosófico y seductor discurso que por sus resultados deportivos, carentes de títulos.

el argentino, “una raza especial” A su juicio, el argentino es “una raza especial” que hay que pulir para impulsarla. Un discurso biológico. “Hay una genética que nos distingue. Creo firmemente que no se ha perdido, aunque debemos ayudarla a desarrollarse profesionalmente”, explica, y ahonda: “La genética del fútbol argentino está basada en la maravillosa relación del jugador argentino con la pelota. Si tuviera que ejemplarizarlo diría que el argentino tiene la técnica del brasileño y el carácter del uruguayo. Por eso es una raza especial de futbolistas”.

El gran problema, dice Menotti, es la emigración. “Los jóvenes se van muy pronto de Argentina”. De modo que no desarrollan esa identidad a la que cataloga de pilar para cimentar el fútbol. Tal y como explica para la cadena BBC, además se “vende mal”. “Vendemos mal nuestro producto; Brasil, por ejemplo, vende por 40 o 50 millones a un jugador. Parece que vale más un jugador camerunés que un argentino”. Quiere argumentar que los bajos precios no revierten en su justa medida en la potenciación del fútbol argentino desde el prisma económico.

Y es que, a su entender, el punto de vista técnico está bien cubierto. “Veo una brisa de entrenadores jóvenes que lo están haciendo bien”, asevera, y concreta con nombres como el de Schelotto o Gallardo, técnicos finalistas de la Libertadores con Boca y River, respectivamente.

Además de la biología, El Flaco mezcla la antropología en su discurso: “Argentina es un caso único: ha construido estadios a dos cuadras de distancia, como los de Racing e Independiente. En Argentina tenemos una cultura del fútbol única”.

La ciencia revitalizadora que trae consigo Menotti se examinará con un margen que expira en 2022, cuando posea 84 años. El objetivo de la selección, dice Claudio Tapia, presidente de la AFA y valedor de Menotti, es “ser protagonistas en el Mundial de Catar”. Para ello, sostiene El Flaco, “debemos generar el debate para modificar el presente y construir un futuro”.

Este camino hacia la regeneración siempre estará condicionado por esa bipolaridad nacida de la pasión. Virtuosa cuando se trata de animar; lapidaria cuando ejerce de depresivo. Las dos Argentinas. “Como somos argentinos pensamos que tenemos que salir campeones de todo, y no es así”, advierte Tapia. El Flaco agarra la batuta para orquestar esa escalada del fútbol argentino que devuelva la vitola de campeón físico, material.