en una cuneta anónima de Bélgica, a Stig Broeckx (10 de mayo de 1990, Mol, Bélgica) se le escapa la vida con ese aliento frío que emana la muerte cuando se aproximó a su rostro el 28 de mayo de 2016. Atropellado por una moto de la carrera, el ciclista belga, con daños cerebrales graves por el tremendo impacto que sufrió, inconsciente, se ovilló sobre su destino. Allí, tendido, indefenso, comenzó su feroz combate por una vida que se le escapaba en cada respiración. Ese trozo de vida que aún latía, se la sostuvo Loic Chetout, su ángel de la guarda. El ciclista baionarra le tendió un hilo de esperanza. Le tejió una red de minutos para seguir respirando vida. Chetout le sujetó la cabeza -por culpa del golpe se le fracturó el cráneo- a Broeckx durante más de una hora para que el equipo médico intentara salvarle la vida. Chetout, que había aprendido la técnica en un cursillo de primeros auxilios en el colegio, desobedeció a su director, que le ordenó que siguiera la carrera. Chetout no dudó. Sabía que tenía que estar al lado del belga, malherido, en ese debate hostil entre la vida y la muerte. Chetout Se mantuvo firme en sus convicciones, ayudando a estabilizar a Broeckx, que sufrió severos daños cerebrales. Con ese gravísimo diagnóstico alcanzó el hospital.
Su vida, casi no le pertenecía. Transcurridas varias semanas del terrible accidente, Broeckx no respondía a ningún estímulo. Encerrado en la ausencia. En la penumbra del coma. Los médicos comunicaron a su familia una pésima noticia. Su hijo, en coma desde su ingreso hospitalario, permanecería en estado vegetativo. Muerto en vida. En una noche sin amanecer. En septiembre, Broeckx, aún en estado vegetativo, fue ingresado en un centro de rehabilitación para acariciarle con estímulos. En ese contexto se fraguó la tormenta perfecta. A veces, ocurre. Aún no se sabe muy bien cuál es el motivo. Escapa a la ciencia. En su cuerpo, inerte, parpadeó la vida, de repente. Sus ojos cambiaron. Tenía otro mirada. Brillo. Luz. Stig se encendió. Renacido. En diciembre, Broeckx regresaba a la vida. Recuperó el habla y cierta movilidad. El comienzo de una nueva vida. El camino desconocido del regreso. Cuerpo y mente trataban de coserse. Hablar el mismo lenguaje, el de la vitalidad. Su gran lucha.
Horas y horas de rehabilitación entre pequeños avances y grandes frustraciones. Los actos heroicos del ser humano se miden en pulgadas. Con el amor propio como alimento, el corazón latiéndole esperanza y el calor de los suyos sosteniéndole los adentros, Broeckx avanzó entre esfuerzos titánicos. Su mente era un puzle desordenado, agitado, una coctelera de sensaciones sin apenas luz. Ocurre con los apagones de la mente. Cuando se activa nuevamente el cerebro, gobierna el caos. Reordenarlo es un tarea compleja. Por eso, diez meses después del accidente, en marzo del pasado año, sus padres escribieron el nombre de Loic Chetout en la palma de la mano de su hijo. Querían que supiera quién era el nombre de la persona que le salvó la vida.
UN FELIZ ENCUENTRO Chetout y un compañero de equipo se acercaron al centro de rehabilitación en el que permanecía Broeckx. Stig y Loic se entendieron con los ojos. El lenguaje universal. Hermanados con la mirada. Se abrazaron. Cayeron en cascada las emociones. Corriente abajo. Lloraron juntos. Lágrimas de piel y emoción. El belga dijo ser “muy feliz” tras conocer a “su héroe”. Stig regaló un reloj a Chetout. El tic-tac del agradecimiento eterno. Las manecillas de la vida. Las que Chetout le tendió cuando Stig estaba inconsciente sobre la hierba de una cuneta. El encuentro con el ciclista vasco fue otra estación en la recuperación del ciclista belga. Broeckx no era capaz todavía de andar, pero estaba en la senda. A mediados de diciembre, el periodista Sammy Neyrinck compartió un vídeo en el que el belga, ayudado por un andador, recorre, costosamente, una docena de metros con una sonrisa colgándole del rostro en el centro de rehabilitación. Los pasos hacia la vida, duros, pero dichosos.
Desde ese momento, poco se supo de la pelea infatigable de Broeckx, salvo esporádicos apuntes sobre su mejoría en su camino por abandonar el retorcido laberinto al que ato el accidente. A finales de noviembre, una maravillosa imagen redactó su nueva conquista. La más bella de las estampas. El ciclista belga pedaleaba de nuevo. Otra lección. Obligado a aprende a andar en bici, algo que no se olvida. Un accidente le desmemorió. Dos años y medio después, Broeckx avanzaba por caminos de tierra entre los municipios belgas de Dessel y Lommel. Completó 40 kilómetros sobre una mountain bike. “Tuve que aprender todo de nuevo: a andar, a hablar...” Una recuperación que está terminando como demuestra su regreso a la bicicleta. “Tenía muchas ganas de volver a subirme a la bicicleta. Ahora, a por el próximo objetivo que es andar en un bici de carreras. Todavía amo las carreras”, confiesa Stig Broeckx, un hombre llamado milagro.