Hoy me encantaría aprovechar la ocasión para reflexionar sobre deportistas que lo han conseguido todo en sus respectivas categorías y que no son conocidos. Hace poco tuve el placer de coincidir con Richard Oribe, nadador paralímpico cuyo palmarés es impresionante: 16 medallas en las paralimpiadas, 8 oros, 6 platas y 2 bronces. Ha participado en 5 campeonatos del mundo obteniendo 22 medallas; 12 Oros, 7 platas y 3 bronces. Ha batido en 48 ocasiones diferentes records del mundo en 50, 100, 200 y 400 metros estilo libre. Ha logrado un total de 135 medallas en competiciones internacionales. Ha participado en 7 campeonatos de Europa consiguiendo 28 medallas: 22 oros y 6 platas. Un auténtico fenómeno, tambor de oro 2018 de Donostia y tras su retirada, muy enfocado en diversas actividades, entre ellas acompañar a jóvenes en sus primeras incursiones en el agua en el club Tintín.

Coincidimos en una ponencia en la cual él explicaba su camino de vida y compartía que lo que más ilusión le había hecho era recibir el tambor de oro 2018, un reconocimiento popular de su ciudad a su persona. Con este curriculum debería de ser mundialmente conocido, alguien que fuera reconocido y portada en diversas revistas del deporte. Pero parece ser que el ser discapacitado mental hace que seas menos visible frente a otros deportistas cuyo camino ha sido más fácil y sin embargo, sus logros e hitos son mucho más sonados y difundidos que los de los deportistas paralímpicos en cuestión. Me viene una pregunta a la mente: ¿Qué hay detrás de esto? Es curioso el funcionamiento de la sociedad. Observamos a las personas con alguna discapacidad desde un punto de vista victimista, incluso egóico. Muchas veces incluso sentimos pena por alguien con una discapacidad visible y cuya vida es más retadora que la nuestra. Un punto de vista en el cual aplaudimos sus gestas y no por las gestas en sí, sino porque una persona con discapacidad ha conseguido algo. ¿Qué nos pasa en esta sociedad que etiquetamos y juzgamos todo según la muestra más grande? Lo establecido es lo normal y sin embargo, todo lo que se sale de la norma es lo criticado, aplaudido o lo incomprendido. ¿Realmente lo sentimos así? Un día me dio por trastear en el profundo significado de la palabra “discapacidad”. Cuál fue mi sorpresa al descubrir que el verdadero significado de la palabra es “distintas capacidades”. Ni mejores ni peores, simplemente distintas. ¿Podríamos llegar a concluir que todos somos únicos y tenemos distintas capacidades? ¿No es eso lo que nos hace únicos? Recuerdo cuando me rompí la rodilla y tuve que estar dos meses con muletas. Cada vez que salía a la calle sentía esas miradas de lástima en las personas. Hacía que me enfadaran y que me sintiera diferente. Si, tenía problemas a la hora de desplazarme, pero no un cartel en la cara que pusiera: soy menos que tú, ayúdame!

sin pena ni tristeza Reconozcamos a estas personas por sus logros, desde el respeto y no desde el sentimiento de pena o tristeza por su “discapacidad”. Personas con distintas capacidades, ni mejores ni peores. Estoy convencido que Richard sabrá entender lo que estoy intentando trasladar. Día a día nos muestran que están más que capacitados, que quizás seamos nosotros los discapacitados y no por no tener una pierna, un brazo o una sordera, sino por no saber disfrutar de este precioso regalo llamado vida, limitando nuestra existencia y nuestros problemas a una discusión con un hermano, un jefe que nos chilla o una separación emocional, olvidándonos que esto es mucho más que eso, que siempre hay algo que tenga más peso y que el final es para todos igual. Desde que nacemos somos enfermos terminales, directos a un final del cual nadie se ha librado (o yo todavía no lo conozco). Disfrutemos de lo que queda en medio, ese tiempo entre el nacimiento y el último día, cada uno en su camino y entendiendo que todos somos diferentes.

* Jokin Fernández, socio de Sport&Play