No sé cuántos miles de partidos dice haber visto a lo largo de sus muchos años. Un porrón. Un porrón en los que entonces se bebía. En las casas, en los bares y en los restaurantes. Y el en frontón, hasta que la normativa los dejó fuera. También la bota hubo de irse. La bota y las pulguitas de jamón y las cuñas de queso. Eso es otro cantar. El porrón y la bota, por cierto, con vino, pero de Rioja Alavesa, “con el que me identifico. Amo la viticultura”, sentencia Tino Rey, de Laguardia, capital amurallada de la Rioja Alavesa. Tino, Rey emérito de las crónicas de pelota de este magnífico y narniano país donde alcanzaron mítica y leyenda a través de su vieja máquina de escribir. Muchos años son setenta y pico, donde nació Florentino Rey Castañeda, en octubre del 42, en los años del hambre. Y fue un niño y un hombre feliz estrechamente ligado desde el origen, hasta hoy, a la pelota. “La pelota”, me dice, “es el deporte más viril y bello que hay. Y se lo debo todo”. Aunque, tras pausa y reseña, añade: “Puedes poner que la pelota y yo estamos en paz”. Anda haciendo resumen y la balanza se va equilibrando. Los dos se han dejado cuero y vida en aquellos miles, y en caminos, andanzas y tinta. En pantalón corto y dentadura de leche, el pequeño Tino, príncipe aún, ocupaba las horas de ocio entre el fútbol, el frontón y juegos varios. Niños de la calle todos, como todos en aquellos tiempos, de zapatilla desgastada, ropa aún más desgastada y balón y pelota a la última y en las últimas. Y ahí que estaba él, junto a Rodolfo Madrid, coetáneo y amigo, algo mayor, Barrugo, Beistegui y los chiquitines Martín, Virgilio y Serviliano. Los más pequeños esperaban vez y turno a la cola y, además, al menos él, después de asistir a misa, escuchar el sermón, quedarse con la copla y explicárselo bien luego a la madre. Si no, Prudencia Patricia no soltaba la gallina. Ese era el camino: misa, explicaciones, paga y pelota. Un domingo cualquiera y el frontón de la Muralla, cuyo nombre tomaría de la benefactora y propietaria del terreno donde se levantó, doña Simona Igarza que, como Felicia Olave aquí, debió ser mujer preocupada y dispuesta. En ese frontón, a los diez recién cumplidos, vio jugar a Gallastegui y Atano III. “No tenía un real y tuve que subirme a un palo de la luz para encaramarme a la pared”, recuerda. Tino llegó a jugar el torneo Interpueblos, cuando Javier Arrizabalaga presidía la Federación, y junto a Serviliano, el chaval aquel con el que compartía frontón de niños. Por aquel entonces ya era un mocetón de 17 años, a punto de hacer la mili, circunstancia que significaría estar alejado de la pelota dos largos años. De la pelota y de casa, puesto que le tocó cumplir en Ferrol, en la naval, y luego en Cartagena, donde llegó a preparar el curso de cabo de timonel señalero, ganándose el aprecio del comandante por sus aptitudes y pasar luego dos largos años embarcado en la fragata Vicente Yáñez Pinzón.

Al poco de enrolarse, viviría en Oion uno de los partidos de su vida. Una casualidad. Acompañaba a Rodolfo Madrid, como tantas veces y a tantísimos sitios, para que disputara un partido en el viejo Pachico. Por delante debía jugar Clemente Pérez Arroyo, el gran Panaderito, cuando apenas tenía 14 ó 15 años, que luego daría nombre al Beti Jai de su pueblo natal, ante un chaval que no compareció. Madrid prestó ropa a Tino y éste, a punto de cumplir los 19, se cruzó con el niño Arroyo, a quien fue ganando por 10-2 pero terminaría perdiendo por 14 a 18 después de que Arrizabalaga, amablemente, le dijera: “Como le ganes no salimos de aquí”. Algo de intensidad ya bajaría, seguro, pero es que Arroyo I, uno de los pelotaris que por sí solo tanta gente metería luego en un frontón, apuntaba alto a edad temprana. Al regresar de la mili se reenganchó. Se juntó de nuevo con Madrid, ya campeón del Mundo y a punto de debutar con los profesionales, y vivió la pelota en los más grandes escenarios. En el Beotibar de Tolosa, el Astelena de Eibar, el Labrit pamplonés y el viejo Anoeta de San Sebastián. “Vi y disfruté con los más grandes, los ases de este deporte. Ogueta, Barberito I, Arriaran II, Miguel Soroa y los Ariño”... La época de oro, según nuestro personaje. A Ogueta le considera el mejor delantero de todos los tiempos, uno de los grandes, pero Retegui, Julián Retegui, “ha sido el mejor manomanista”. Su amigo Julián, pelotari navarro acaparador de títulos que, en 1994, regalara la exclusiva de su adiós cuando apuntaba la defensa de un título que había ganado los once años anteriores. “No me gusta lo que me han contado -todo se le consultaba, era Dios-; no voy a jugar. Me marcho, lo dejo”, le confesó. Casi veinte años antes, el Rey emérito, algo alejado de la trinchera pero todavía en la pelea hoy en día, se estrenaría con el asunto de la crónica de pelota. Corría 1976 y Juan de Biasteri, el hermano cronista de Rodolfo Madrid, dejaba de escribir para hacerse intendente. Jesús Ecenarro, entonces jefe de sección en el Norte Exprés, le contrató tras “examinarle” de manera concienzuda. Biasteri le conminó: “¿Quieres escribir?”. Y hasta hoy, un poco a retaguardia, en la sección de Opinión de El Correo, con sus artículos truculentos “que dan mucho curro y poco honor”, suelta socarrón y con la boca pequeña, consciente de que pasaron los mejores años, los de cátedra y tronío, en los que ocupó uno de los tronos, quizá del triunvirato, en la crónica de la pelota vasca, donde con o sin culpa, la raya del equilibrio, el dogma o la transigencia tienen difícil doma. Ha sido duro Tino Rey pero, al contrario que el otro emérito, el Borbón, éste no se arrepiente ni promete no volver a hacerlo nunca, aunque “me han criticado mucho”, colegas y lectores. Lo dice por lo de la exclusiva de Julián y por las veces en las que entró en conflicto con los aficionados. “Por eso no me gustaba escribir de pelota aficionada”, confiesa. Y es que había mucho amigo, familiar y padre afectado? “Y yo siempre escribí lo que viví y sentí”. Nunca le importaron las críticas, aunque fuesen hostiles como aquella “en la que me recibieron con pancartas en el Astelena por algo que escribí”. El empresario prometió hacerlas quitar “pero preferí que las dejaran”. Él podría escribir lo que fuera? y los aficionados también. Peleó contra la fundación de Aspe, lo que le valió más de un disgusto. Puso apodos a muchos de los pelotaris. Escribió con Titín de protagonista la crónica “más redonda” y disfrutó de los revolcones más insospechados como aquel de Tolosa contra Ladis Galarza en el manomanista del 85. Hoy escribe, recuerda, añora y vigila al nieto, un Mikel Díaz de Guereñu Rey, “pelotari que va por buen camino y con el que la sabia naturaleza dictará sentencia”.