MADRID - Todo empezó con un no. Las grandes historias requieren un punto de inflexión. Decir no es complicado. Requiere valentía. Probablemente, Simon Yates (7 de agosto de 1992 Bury, Inglaterra) ganó la Vuelta años atrás, cuando era aún más joven, aunque alzó su conquista ayer en Madrid, su cielo, rodeado en el podio por Enric Mas, estupenda su actuación, un anuncio sobre sus posibilidades, y Miguel Ángel López, el colombiano irreductible. Sobre ellos sobrevoló el Simon Yates. El inglés, hincha dle Manchester United, decidió regir su propio destino y el porvenir le regaló un triunfo mayúsculo, el mejor de su biografía. Hace unos años, el Sky tentó a Simon y su gemelo Adam para que fueran parte del equipo británico a modo de mayordomos de Chris Froome, la estrella rutilante del firmamento británico. Simon y Adam desestimaron la oferta. “Nunca he tenido ídolos”, dice. Renunciaron a una vida abnegada, pero cómoda, lejos de las responsabilidades, en la maquinaría del Sky, la factoría que fabrica campeones del Tour.
Simon y Adam querían mandar sobre su historia. Escribirla con su tinta. Como aquel que dijo: “En mi hambre mando yo” para rechazar el dinero que le ofrecía el señorito a cambio de su voto. Hijo de la federación británica de ciclismo, Simon dijo no al Sky y aquella negativa es la afirmación de su victoria incontestable en la Vuelta a España. Apostó por él y continuó en el Mitchelton, entonces Orica. “Este equipo necesitaba un escalador, un líder, y me dieron la oportunidad muy pronto, cuando aún tenía 22 años. He liderado al equipo en País Vasco, en París Niza, todas las grandes carreras... Continúan confiando y esta Vuelta es una forma de responder a esa confianza”, expuso Simon Yates, que se presentó en sociedad con un sexto puesto en el Tour de 2016, donde ganó el maillot blanco al mejor joven de la carrera.
En la carrera española, el inglés, hambriento de gloria, se visitió de rojo. El rey de la selva de una Vuelta emocionante, sin un mandato nítido, -el Sky se evaporó cuando se diluyó De la Cruz- hasta que Simon Yates se lanzó a por ella y despejó las dudas, que parpadearon hasta el desagüe de la última semana. El británico, un fantástico escalador, peso pluma y ambicioso, un colibrí, se destacó en las montañas de Andorra para sentenciar una carrera que enfatizó el empuje de Enric Mas y Miguel Ángel López. El podio reunió a los más fuertes y, seguro, a los más valientes. Tmabién a los más jóvenes. El arrojo y la determinación que demostró Simon Yates para desestimar al todopoderoso Sky tiempo atrás, la trasladó a la carretera con un ciclismo de combate. Siempre dispuesto al ataque, a ser protagonista para ir en busca de lo que quería en lugar de esperar a que le alcanzara con las rentas que tenía bajo el colchón, Yates tomó la Vuelta al asalto. Su comportamiento en las dos últimas etapas de Andorra definen el instinto de combate del inglés. La mejor defensa es un ataque.
otro triunfo británico Aferrado a esa filosofía vital, Simon Yates tomó la altura para anidar en el histórico de la Vuelta y suceder a Froome. El ciclismo tiene acento british. El Giro lo logró Froome, que se lo arrebató a Simon Yates, el Tour se lo quedó el inesperado Geraint Thomas y la Vuelta la resolvió Yates. El final de la carrera española lo resolvió Yates con una sonrisa después de la mueca del Giro. En Italia la carrera fue suya, líder durante 13 etapas y ganador de tres etapas, hasta que Chris Froome le arrancó la gloria con su portentosa marcha imperial desde La Finestre. Aquel día, a Yates, debilitado en la semana definitva, le cayeron encima el peso de mil montañas. Le sepultaron. No se rindió. Simon Yates, peleón, se levantó de aquella lapidación pública y planificó una Vuelta alejada del metropatrón del Giro, donde claudicó a un par de brazadas de la orilla. “Después del Giro saqué algunas conclusiones, pero no hay secreto. Había que mantener la calma. Ya dije tras la segunda jornada de descanso que no había que desgastarse y dosificar las fuerzas para emplearlas en su momento”.
El inglés, muy mejorado en la crono, el punto de ciego de los escaladores puros, terminó la Vuelta con el punch que necesitaba, en las Antípodas de lo que le sucedió en el Giro. Con eso noqueó a Valverde, su principal rival durante la carrera. El murciano infinito se agotó en las entretelas de las jornada andorranas, el remate a la histórica jornada con final en la cima inédita de Oiz, una montaña descubierta para siempre. El hallazgo de Oiz para el ciclismo tuvo una significación especial en una Vuelta en la que Simon Yates, el más fuerte, supo gestionar cada fotograma de la carrera con serenidad. Incluso sin contar con un equipo al que le sobrara músculo. Dejó que Molard o Jesús Herrada disfrutarán del maillot rojo y que la carrera tuviera vida propia para no desgastar en exceso a su muchachada, a la que requirió para asuntos puntuales.
En ese manejo desde el joystick de la superioridad, Simon Yates activó a Adam, su gemelo, para la resolución de la Vuelta. Adam fue el faro de Simon desde Oiz hasta La Gallina, donde le puso un lazo a la carrera. Fue su lazarillo en la semana de cierre, que evidenció el despegue de Simon. Resolvió la crono de Torrelavega con un buen registro y después se expresó desde lejos en las cumbres. Valverde le arañó algunos segundos en Oiz, pero en La Rabassa, con un ataque lejano, empaquetó la carrera. Yates deseaba la Vuelta y no esperó. Eligió el ataque como soporte vital. Seguro de sí mismo en La Rabassa y después en La Comella, camino de La Gallina, decidió que él decidiría y no miró atrás. Yates corrió sin retrovisor. No le sirve de nada. Tampoco quiere servir a nadie. Él es su único credo. Eligió su destino. El campeón inconformista. El hombre que dijo no.