¡Soy madre, antes pierdo que hacer trampas!”. “¡Me debes una disculpa, me debes una disculpa!”. “¡Eres un mentiroso y un ladrón!”. “¡No me volverás a arbitrar nunca más! ¡Es porque soy una mujer y lo sabes! ¡Si fuera un hombre no me harías esto!”. “¡Estás atacando mi personalidad!”. Esta es la reacción de Serena Williams en la última final del US Open. Williams fuera de sí, de sus casillas, reventando una raqueta contra el suelo. Lo que podría calificarse como un absoluto secuestro emocional y una pérdida del control de sus emociones o, dicho de otro modo, una nefasta gestión de lo que le estaba sucediendo en su cabeza. ¿Qué habrías hecho tú? ¿Has sentido alguna vez algo parecido?

Es posible que hayas podido experimentar más de una vez algún secuestro emocional. Son momentos en los que pierdes el control de tu mente, sientes un estallido de emociones que te dominan y eres incapaz de pensar con claridad. Es normal que puedas sentir que se está siendo injusto contigo, es normal que te sientas agraviado/a ante una situación que consideres comparativamente desigual. Vemos a diario a políticos, deportistas, famosos e incluso personas muy cercanas a nosotros (nosotros mismos sin ir más lejos) quejarse de algo que nos sucede y justificándolo al compararlo con los actos o decisiones de otras personas. “Es que Fulanito también lo hace y no pasa nada, es que Menganito lo hizo el otro día y no le dijiste nada, es que lo hacen todos...” ¿Pero qué sucede con nuestra responsabilidad? ¿Qué está pasando para no convertirnos en los protagonistas de nuestras acciones? ¿Qué pasaría si no miraras para otro lado y asumieras el reto de convertirte en la mejor versión de ti mismo?

Volviendo al partido, Naomi Osaka, 17 años menor que ella, estaba completando una magnífica final, desbordando a su rival con un recital de golpes de derecha y de revés. Acercándose irremediablemente, debido a su gran juego, a convertirse en la primera jugadora japonesa en conquistar un Grand Slam. Sin embargo, irrumpió en la pista el huracán Serena o, mejor dicho, parte de su ego para reclamar quién era ella, lo que había conseguido en toda su carrera y, estoy convencido, sustentando sus argumentos en lo que consideraba su verdad de lo sucedido. ¿Vale con decir aquello del yo soy así? “Es mi carácter y por eso hago lo que hago”. Sin embargo haría otra pregunta, a mi juicio, mucho más importante. ¿Quieres ser así? Si lo deseas, adelante y mucha suerte en la vida pero si quieres cambiar ese carácter y convertirte en la persona que te gustaría ser, ponte a trabajar ya en ello. “Gracias por ver el partido”, fue todo lo que pudo decir la tenista nipona durante la ceremonia final. Recibió el trofeo en mitad de un mar de lágrimas, incapaz de poder mostrar toda su alegría y sin recibir del público todo el respeto y admiración que se había ganado en la cancha. Una especie de sumisión motivada, seguramente, por el efecto arrastre de los acontecimientos y respetando, cómo no, a una jugadora que ha ganado tantos torneos en su carrera profesional como Serena. ¿ Es posible gestionar ese toro que tenemos dentro y que ocasionalmente ruge por salir? Sí, claro que es posible. ¿Dónde te está pasando? En tú mente. ¿Quién lo dirige? Tú. ¿Contra quién se juega? Contra ti mismo. ¿Cómo gestionarlo? Con equilibrio. Todo empieza por tomar consciencia de que uno está empezando a rugir, que se está calentando. Todo empieza cuando se produce ese diálogo interno que nos plantea escenarios del tipo: ¿cómo permites que te diga eso? o ¿qué van a pensar los demás si no reaccionas? Pues es precisamente en ese momento cuando hay que estar presente y tomar consciencia de quién quiero ser, cómo quiero reaccionar y cuál es el ejemplo que quiero ser. ¿Te imaginas qué sería de tí si la siguiente vez que el toro empiece a rugir eres capaz de agarrarlo por los cuernos y manejarlo? ¿Te atreves a probar? ¿Te atreves a jugar?

* Sergio Ezpeleta es exfutbolista y socio de Sport&Play