luintra - Exhausto, sin apenas aire, escasísimo de fuelle, llegó Alessandro De Marchi a Luintra. No se pudo anunciar con trompetas el italiano, sonriente por el triunfo, pero agotado, cansadísimo tras una jornada a pleno pulmón por la Ribeira Sacra. Los pulmones no le daban para gritar su alegría a De Marchi. Si acaso para silbar su dicha después de una victoria sensacional. De Marchi recorrió la orografía gallega como aquellos afiladores y paragüeros que advertían su llegada a los pueblos haciendo sonar un chiflo de boj mientras pedaleaban buscándose el sustento. La bicicleta era la fábrica con la que ganarse la vida y llenarse el buche. Como los ciclistas del pelotón, pero sin el halo de la competición. El sonido inconfundible del chiflo le sacaba filo a la vida. En Luintra, una escultura de Bucillos, homenajea esa estirpe en la plaza del pueblo, donde arribó De Marchi tras dejar atrás a Restrepo bajo la lluvia. “Cerré los ojos al entrar en meta en un gesto de liberación, ya que después de tres años sin ganar te invade la desconfianza. Con esta victoria tan especial, que es la tercera de mi carrera en la Vuelta, me libero y creo que he cumplido conmigo y con el equipo”, dijo el vencedor en un día de cuchillos largos. Después de De Marchi se afilaron las lenguas. Esgrima entre el Movistar y el Mitchelton, enfrentados por la responsabilidad de gobernar la etapa. Espadas en todo lo alto. “Hemos tenido que tirar nosotros porque a los demás equipos les da igual ganar que perder. A partir del kilómetro 105, cuando se hizo la escapada, tiramos del pelotón no para cazar sino para mantener la fuga porque Mitchelton estaba por ver que fuese a tirar. Le gusta ir de gratis”, describió Alejandro Valverde, enojado por la actitud del equipo del líder. “Pinot era peligroso, pero no podemos controlar todo. Le tocaba a Movistar”, respondió el líder, Simon Yates, que aventaja al murciano en un segundo.

De Marchi sacó chispas a una fuga en una jornada de piedra: dura, exigente, rapidísima, repleta de aristas y en la que la lluvia también quiso honrar a los paragüeros. En tierras gallegas se afiló la Vuelta, aunque no hubo heridos, salvo Fabio Aru, que naufragó bajó la tormenta en el portal de entrada a Luintra, y Buchmann, que se dejó ocho segundos. Ion Izagirre es ahora cuarto en la general. El resto de favoritos evitó cualquier corte a pesar de que en el repecho de Pombal, el que estiraba su lengua hasta meta, la muchachada de Rigoberto Urán trató de rasgar a la nobleza. Carapaz, uno de los alfiles de Nairo Quintana, dio continuidad al movimiento. Alguno se apuró, pero al pueblo llegaron de la mano en un día de enorme trasiego en un terreno abrupto, con continuo oleaje en el que Pinot recuperó una docena de segundos después de haber sido líder virtual. “Tampoco era una gran preocupación” porque “yendo en la fuga” el francés “también se castigaba”, expuso Quintana, que se impulsó en el tramo final, llano, por “si había algún descuido”. Nadie estaba en Babia.

La carrera amaneció con una salva de cañón. Un estruendo formidable tras la jornada de barbecho oficial y el balneario del día siguiente. Las dos primeras horas de carrera se fueron a los 48 kilómetros de media en el tobogán gallego. No hubo respiro y una avería mecánica a punto estuvo de tumbar a Miguel Ángel López. Faltaba un mundo en la etapa más larga de la Vuelta, 207 kilómetros, y al colombiano su capa de Superman se le hizo pelota. Arrugada. El ejército celeste acudió de inmediato al rescate. Los corredores del Astana plancharon la capa del colombiano. “Se iba a palo limpio, nos ha tocado perseguir un buen rato”, describió Pello Bilbao.

simon yates, calculador En un terreno cheposo, de carreteras estrechas y ganas de rockear se agruparon Fraile, Teuns, Roche, Pinot, Majka, Anacona, Mollema, De Marchi, Restrepo, Pardilla y Mikel Bizkarra (Euskadi-Murias), entre otros. “Pinot no paraba de atacar porque iba bien en la general. Su presencia era una traba porque el pelotón no dejaba margen. Los últimos 70 kilómetros fueron una locura”, expuso Bizkarra. La etapa tenía el aire inconfundible de las clásicas. Pinot arengaba a sus compañeros de fatigas. El francés se estrujó al máximo y por momentos se vistió de un rojo parpadeante. Con el líder Simon Yates mirando para otro lado, el Movistar, patrón moral de la Vuelta, se puso serio y decidió arrancar las ínfulas de Pinot. Mientras la formación de Quintana y Valverde imponía el orden, entre los fugados, con intereses cruzados, se decidió guerrear. En una especie de caos, devoraron los kilómetros.

Se movieron muchos, pero solo De Marchi abrió la puerta con la ganzúa de la perseverancia. En las carreteras que no otorgaban descanso, el italiano se alistó al sufrimiento. Abandonó al resto de camaradas hasta que el Restrepo le rastreó la huella. Juntos se desempeñaron ante el Pombal, que les recibió con una cortina de agua.

En la subida, el italiano impulsó sus muelles. Restrepo se diluyó en el aguacero. Las aguas bautizaron a De Marchi, que las abrió. Entre los favoritos, Urán hostigó con una carga al grupo, del que se desprendió Aru en medio de la tormenta. Ahogado. A los demás, les resbaló la táctica de Urán. Impermeables. Cuando las gotas se encogieron a una brazada de Luintra, silbó De Marchi entre las chispas.