pozo alcón (Jaén) - La Vuelta es un western que chisporrotea en una sartén con el aceite hirviendo de agosto. Se sofoca el pelotón, que necesitaría un traje ignífugo para soportar la tenaza incandescente del calor, que elevó el mercurio hasta los 40 grados. El calor galopa desbocado, como si el mañana no existiera. En ese ambiente desértico, en otro día infernal, la Vuelta llamó a la supervivencia, la mayor de las conquistas en un territorio abrupto, quebrado, repleto de desfiladeros y carreteras de hace cincuenta años. Patchwork de galipó. Todo es prosa árida y cruda en una carrera sin recreo ni solaz, donde las emboscadas prevalecen en un territorio hostil. Kwiatkowski, que alquiló el maillot rojo a Rudy Molard en Roquetas de Mar, luce el verde porque quiso olvidarse del colorado. Pero ni el color de la esperanza pudo evitar su caída, que le retrasó 25 segundos con el resto de favoritos. “Pudo ser peor”, analizó el polaco que tras la caída tuvo que cambiar de montura. La Vuelta sumó otra víctima. “Íbamos por una carretera muy rugosa y pasamos a otra con mejor firme. Fue entonces cuando la gente se confió. Delante de mí se cayeron tres Sky. Yo iba el cuarto y, por suerte, pude eludir la caída”, narró Valverde, que vigila la Vuelta desde la atalaya. El murciano es segundo. Se quedó con el apartamento con vistas del polaco.

Varios pisos por debajo, en el suelo, rodó Kwiatkowski, descascarillado en una carretera secundaria del descenso del pestoso Alto de Ceal, el puerto que recostaba la cabeza en Pozo Alcón. Allí triunfó Tony Gallopin y los favoritos se arremolinaron para arañar a Kwiatkowski, que perdió 25 segundos en un desenlace laberíntico que Quintana, obligado por un pinchazo, finalizó con la bicicleta de Carapaz. El polaco, un especialista en descensos kamikazes, resbaló en una curva y se rebozó en la mala fortuna de un asfalto traicionero. El día anterior el viento hirió a Kelderman y Pinot. En la Vuelta se escucha el quejío.

Tras la algarabía de Gallopin, celebrante, llegó Valverde, segundo en la general después de picotear aquí y allá en los comederos de las bonificaciones. “Todavía no sé si puedo ganar la Vuelta, hay que esperar. Queda mucho”, dijo el murciano, que se apresuró en meta, donde se personó con Buchmann, Quintana, Ion Izagirre, Kruijswijk, Yates, Bennet, Miguel Ángel López? y el resto de aspirantes después de someter a Kwiatkowski y descabalgar al Sky, de la mano en el bajada en la que se rompió la cadeneta. De la Cruz, que sobrevivió al resbalón intentó apretar el freno entre los nobles. No hubo manera. La caída del polaco agitó el avispero en el repecho de Hinojares, una cuesta que no puntuaba aunque capaz de sacar de punto a cualquiera tras una travesía en el microondas.

Se acumuló el polvo en el camino y se desempolvó la carrera, desmadejada, con los favoritos buscándose con las miradas retadoras después de que la escapada de todos los días pereciera al sol salvaje. De Tier (Lotto NL), Conci (Trek), Alex Aranburu (Caja Rural), Óscar Rodríguez (Euskadi-Murias), Alexis Gougeard (AG2R) y Ravassi (Emirates) se evaporaron en Alto de Ceal, donde solo resistía el empeño de Woods antes de que le astillara el pelotón.

al galope En ese tramo se cruzaron las balas entre quienes pretendían la etapa y quienes emplean el ábaco de la general, donde gobierna el entusiasmo de Molard, aferrado a la dicha como un niño a su peluche. Nadie abraza tan fuerte. “Era una etapa que se correspondía a mis cualidades como corredor y he mantenido el maillot rojo, pero la estrategia es la misma, proteger a nuestro líder”, explicó Molard, un mayordomo al servicio de Pinot. El francés abrazó en meta a Gallopin, otro hombre abrochado a la felicidad tras romperse la camisa a tres kilómetros de meta y correr a pecho descubieto. En estado de gracia estaba Eduard Prades (Euskadi-Murias), solo batido por Sagan y Valverde en la verbena de los nobles.

Nadie quería al polaco en el baile de la victoria. Así que cuando el Alto de Ceal, -una subida que pastoreó Adrey Amador e incomodó un asfalto donde se hundían los ciclistas como si la brea fueran arenas movedizas-, le tiró de su grupa como un caballo que odia a su jinete, no hubo paz. Lluis Mas descorchó la bajada y Jesús Herrada cargó con plomo su ataque en una zona repechera de asfalto descarnado, bacheado, más próximo el piso a un adoquinado que a un parqué. Bennet, Quintana, Kruijswijk, Ion Izagirre, Valverde y Miguel Ángel López, entre otros, no se dieron ni un respiro. Kwiatkowski, asistido por Sergio Henao, perseguía al resto de la aristocracia tras quedares fuera del club. En ese ecosistema, Gallopin, experto, se disparó. Tachó a Herrada con facilidad y se fue al encuentro de la gloria. Kwiatkowski masticaba su derrota y el resto de favoritos se daban prisa por engordar la renta. Gallopin, sin ataduras, alzó los brazos. Valverde y el séquito reaccionó con gozo interior. Kwiatkowski miró al reloj: 25 segundos. El polvo del camino.