CHOLET - El anterior souvenir que colgaba de Peter Sagan fue un combate en el que perdió la cabeza. Ocurrió en Vittel, en la ciudad de los balnearios, y acabó con el eslovaco expulsado del Tour por una maniobra sucia que se cobró el abandonó de Mark Cavendish, que quiso hacer un interior a Sagan. Trató el británico de entrar por el ojo de la cerradura y Sagan ocupó el espacio. Cavendish se estrelló y Sagan, que había sacado el codo, aunque no tocó al velocista de la Isla de Man, tuvo que abandonar la carrera. Tarjeta roja. Expulsado. Semanas después, cuando se revisaron las imágenes al detalle, se indultó a Sagan. Demasiado tarde. Un almanaque después de aquello, el campeón del Mundo, obtuvo una postal más bonita en el Tour. De color amarillo, el pantone más cotizado y codiciado. La logró en La Roche-Sur-Yon, donde una estatua de Napoleón manda en una plaza sobre Marengo, su magnífico caballo. El emperador francés otorgó galones a la ciudad, que se levantó sobre una roca. De ese material, duro, pétreo, impenetrable está tallado el Tour, que mostró otra vez su rostro de púgil y su pegada inmisericorde. En otro día para la supervivencia, Sagan, que dispone de todos los colores, pintó el cielo de amarillo. Rey sol.
Antes del trueno victorioso de Sagan, que acumula nueve triunfos de etapa en el Tour, partió Sylvain Chavanel, que lleva una vida la Grande Bouclé, 18 años rodando por el hexágono en julio. El pelotón le indultó para que sus paisanos rompieran a aplaudir a su paso. La grandeur francesa son tipos como Chavanel porque hace tres décadas que ningún galo amarillea París. Se entretuvo la afición con el animoso Chavanel en un día de fiesta, sin necesidad de madrugar por el apagón del Mundial, que no encara las semifinales hasta el martes y la cuota de pantalla se la queda el Tour. Como no había prisa, Chavanel se pudo explayar. Fue el regalo de cumpleaños para Jean-René Bernaudeau, el mánager del Direct Energie. Incluso se ganó un par de tomas Grellier, debutante en la carrera, que saludó al pasar por su pueblo. ¿Qué hay, vecino?
Tsgabu Gramy apenas dio para un plano. El etíope abandonó la carrera, de vuelta a casa, con fuertes dolores abdominales. El primero en bajarse del Tour, que no tiene piedad. Lawson Craddock que sufrió una caída en el avituallamiento de la primera etapa, sufrió un calvario. El Sky, zarandeado el día del estreno con Froome rondando por la hierba, y el BMC, que padeció otro capítulo con Richie Porte, otra vez maldito, se personaron antes de tiempo en la cabeza del pelotón como sistema de protección. Era una jornada de piernas ligeras, disputada a todo trapo. Esa velocidad se cobró otra víctima. Luis León Sánchez, que ensortijado por el dolor tuvo que retirarse con la piel en carne viva y las lágrimas barnizándole los ojos. Se lo llevó la ambulancia de la rabia y la tristeza. Se rompió el codo izquierdo y cuatro costillas. “Es una faena porque es un pilar básico, con mucha experiencia. Es una gran pena”, describió Omar Fraile tras la pérdida de su camarada en el Astana.
miedo y caídas El Tour no hace prisioneros. Es un hospital de campaña y en el mejor de los casos, un taller de reparaciones ambulante. Prevalece el mito de la primera semana, el Saturno que devora a sus hijos. Adam Yates se quedó en suspenso después de que sufriera una caída. Tras anclarse al coche de equipo sin rubor alguno, retornó a la calma. Eso le rescató. Silvan Dillier también beso el suelo. Démare fue otro perjudicado. Un pinchazo le aisló durante un tramo hasta que embocó en el pelotón. Kittel, castigado por una incidencia mecánica, no pudo acercarse. Tachado. Amortizado Chavanel, se apostaron los equipos de los favoritos en posición de guardia, cada uno defendiendo su Fort Knox. El miedo es la mejor llamada a la autodefensa. Los sacos terreros de la precaución se apilaron para salvaguardar la salud de Froome, Landa, Porte, Quintana, Dumoulin y el resto de jerarcas. Su victoria fue no caerse, fintar el infortunio, que espera en cada pulgada del Tour. “Un corredor más o menos por equipo no influye mucho en las caídas. Es más una cuestión derivada de querer estar todos adelante. La velocidad es muy alta y la tensión es enorme”, describió Mikel Landa, otra vez sonriente.
Afilado el final, atravesando isletas que son los rascacielos de la Francia ciclista y saludando al peligro, al líder Gaviria, que se subió a la historia el día anterior, se le torció la escritura en una curva en bajada. Rodaron sus ilusiones, como las de otro puñado, enroscados en la fatalidad. Matthews, otro opositor a la victoria también se estrello. Su bling-bling opacó. La caída, a menos de dos kilómetros, troceó el pelotón. El esprint masivo se quedó en los huesos, tiritando. Apenas se podían deletrear quince dorsales para la puja por la gloria. Entre ellos, a todo color, sobresalía el pinturero Peter Sagan. El hombre que cubre su cuerpo con el arcoíris, tres veces campeón mundial, se comprimió para explotar su fastuoso caballaje. El relinche de su galope sonó poderoso, ronco, pero a su vera surgió Sonny Colbrelli, el italiano que debe su nombre a Sonny Crockett, el detective de Miami Antivicio. Colbrelli, que ya noqueó a Sagan recientemente, a punto estuvo de remontar a Sagan y ponerle las esposas. El eslovaco, por el centro de la calzada, se le escapó por un palmo para cambiar el arcoíris por el amarillo en La Roche-Sur-Yon . “Estoy muy feliz con el maillot amarillo, pero ha sido muy difícil. Démare atacó con Degenkolb y los adelanté, luego tuve mucha suerte de que Colbrelli no me adelantara”, expuso Sagan, redimido en medio del caos.