Quien escribe pertenece a esa generación a la que se le empiezan a retirar los primeros ídolos o deportistas que uno pudo comprender en el sentido global de su palabra. Desde la fascinación de su alumbramiento a la asimilación de su ocaso, pasando por una disfrutada madurez. Son tiempos de últimos coletazos de Iniesta, de Valentino, de Nadal, de Ginóbili... Protagonistas todos de un fin de semana en el que se sublevaron contra el inexorable paso del tiempo. El sábado por la noche Iniesta dio uno de sus últimos recitales en la final de la Copa del Rey en un partido que se adhiere a la memoria de uno de los mejores futbolistas de su generación. Sus últimos años no han sido regulares, pero actuaciones como la del Wanda contribuyen a disfrutar su otoño deportivo, ojalá que rematado con un gran Mundial. Con Nadal siempre flota en el ambiente una especie de sensación de regresar siempre por primavera. Es un poco el síndrome Cristiano. Empieza la temporada en plan meme, recoge el Balón de Oro con una melodía de requiem y vuelve en primavera para destrozar más récords. Y el ciclo sigue por el US Open y los fantasmas de la retirada. Lo de Ginóbili el domingo pospuso la inevitable eliminación de los Spurs y la retirada de Manudona pero sirvió para dejar claro que el genio argentino mantiene intacta la pasión y el talento con el que algunos lo conocimos con la Kinder en esa final contra Baskonia. Valentino, por su parte, afronta la sublevación del monstruo que él mismo creó. Su revolución de la industria de las motos sacó a chicos de campos de fútbol y baloncesto en busca de un sueño. Ser como Valentino y poder batirle. Podrán ganar más títulos que él, pero nunca superaran al mito de Urbino. Y el domingo por la mañana fue Martín Fiz el que añadió otra página gloriosa a su esplendoroso epílogo conquistando el Maratón de Londres en categoría de mayores de cincuenta y cinco años, completando las seis victorias en los ‘Seis Majors’ ya entrado en la cincuentena. Hablando de lo que había tenido que soportar durante la carrera el atleta vitoriano expresó lo siguiente: “Del uno al diez hoy he sufrido un once”. Esta es una de las cosas que más me fascinan de los más grandes. La resilencia y su capacidad para seguir encontrando motivación para soportar una erosión física cada vez más dolorosa. Lo que vemos los aficionados es que Martín Fiz ha completado su reto de grandes maratones para mayores de cincuenta o que Nadal ha ganado por undécima vez en Montecarlo. Pero no tenemos una idea de lo que han tenido que sufrir para volver a ponerse en condición de ganar. El añadido con estos deportistas es que si uno lo piensa solo de una manera banal, no lo necesitan. Su carrera está completamente hecha, su legado garantizado y su futuro, en todos los sentidos, asegurado. Lo que pasa es que en el fondo lo necesitan más que nadie. Tiger necesita ser golfista. Valentino necesita pilotar motos. Nadal jugar al tenis. Y Fiz correr. Son personas que tuvieron la suerte, o como lo queramos llamar, de descubrir bien pronto lo que les apasionaba en la vida y además contaron una intervención divina que les dio el talento para llevarlo a cabo al máximo nivel y una mentalidad granítica que es la que les ha permitido vencer a sus propios límites y asentarse durante décadas en la élite. Lo que se ha convertido en el leitmotiv deportivo de Fiz en los últimos tres años nació de un desquite. Ganar en Nueva York con más de 50 donde no pudo vencer en su día. Entre NY y Londres se han seguido acumulando los 300.000 kilómetros que contemplan toda una vida, alegrías, penas y hasta una reunión familiar para reenfocar el reto y no cruzar ciertas fronteras que incluso hubieran hecho peligrar la salud del deportista. Sacrificios y emociones condensadas en 2 horas, 37 minutos y 22 segundos de una calurosa mañana londinense a caballo entre el atletismo y el relato épico del guerrero que no solo lucha por él, sino por todo lo que gustosamente carga en su mochila. De aquí a un tiempo, Martín Fiz nos vendrá con otro reto que ya tiene en mente pero que no ha salido de su séquito. No concibe vivir de otra manera. Cuando le cuenta sus nuevos objetivos a su mujer Ana, a su hijo Alex o a sus sobrinos Edu o Miguel siempre al principio cohabita una mezcla de incertidumbre, nervios y ese punto de escepticismo que nos adhiere la edad. Pero pronto esa convergencia de dudas quedarán sedimentadas ante la convicción y pasión de Fiz. Martín tiene una cosa muy difícil de encontrar en una persona y es la capacidad de transmitir emociones. Desde ese entorno cercano que palpita con él a miles de personas que nunca han cruzado una palabra con él. Su grandeza también reside en su habilidad para hacer al resto partícipes de sus retos y, de alguna manera, inspirarlos a cumplir los suyos en el mundo de las carreras populares.