Por hacer la gracia o por la que fuera, un protagonista anterior de esta página del DIARIO se refirió a él como El francés. Quien recibió la expresión la hizo suya y como tal quedó reflejada en el periódico. Quien luego lo leyó, él mismo antes que nadie, abriría seguro los ojos, desorbitando la mirada, alucinando, para asumirlo a regañadientes. Nadie nunca, ni antes ni después -bueno, en realidad algunos sí, con evidente descojono-, se ha referido a Kike como tal. Ni francés ni leches. Pero es cierto que el apellido engaña, avisa y parpadea, y que el genealógico posa parte de la raíz en Orthez, a pie de los Pirineos, en la región de Bearn. Allí nació el bisabuelo Daubagna, pero el hijo, Enrique, abuelo de nuestro semanal personaje fue irundarra y herrador en Gasteiz. Esas son las raíces afrancesadas de Kike Daubagna, descubiertas con sorna por Guillermo Gallego en un texto de éstos y asumidas luego con sorpresa por todos. El abuelo materno, por cierto, fue Jorge Fernández, el inventor e impulsor de Jorge Fernández Cerámicas, empresa gasteiztarra de las de vanguardia en el sector. El abuelo solía hacerse cargo, en ocasiones, del precio de la cancha del Vitoriano para que un grupo de chavales que lo frecuentaban lo hicieran sin cargo. Entre los críos, un jovencito que aún no había pegado el estirón, José María Palacios, luego Ogueta, campeón y número uno. Va para los 51. Nació en Vitoria el 2 de junio de 1967. Lleva 33 años jugando a pelota. A paleta. Desde que comenzara rondando la veintena, algo tarde, si bien es cierto que, como cualquier crío en cuyo colegio hubiera frontón, pasaría muchos recreos y horas sueltas y muertas pegándole a la pelota con la mano. Aquellas pelotas duras, que no había otras. En Corazonistas habían levantado un gran frontón descubierto y, para cuando llovía, le venía bien el bajo techo del patio más próximo a las aulas. “Poco tiempo, Ramón”, me dice, “un ligero coqueteo que enseguida compartí con la práctica del fútbol”. El fútbol cogió distancia a favor, pero por poco tiempo, puesto que “unos tobillos débiles y continuos esguinces me retiraron casi antes de empezar en serio, a los 14”. La mayoría de edad hace coincidir de nuevo a Kike y la pelota. Coincide en Mendizorrotza con los Eguino, Ramón padre y Ramón hijo, los Ruiz de Eguino, hombres de genio vivo y fino, y Antonio Castellano, Toño, y se montan semanales encuentros con el frontón y el cuero. Prefiere el cuero a la goma “pues con ésta hay que pegarle más fuerte y el antebrazo se carga hasta un punto que te duele”, reconoce. “Es tocarla y la de cuero, si la empalas bien, vuela casi sola”. En cuanto les llega el momento de ponerse a trabajar -“con 22 o así”- entran en el club Maitena y eligen trinquete porque en el frontón se les quedaba mucha pelota cerca del frontis. “Nos decidimos por acortar un poco la cancha”, recuerda. Eso y que topan con Txomin, compañero de trabajo de Ramón. Ya estaban Elizalde, Txema, Ganchegui, Ortiz de Urbina, Koka, los hermanos De la Iglesia y Víctor Morillo, enfermero que cambió mili por masajes a los pelotaris sin ningún tipo de objeción por su parte. “Éramos todos del montón, excepto Koka, quizá el mejor, con dos buenas manos y bonitas posturas”, reconoce nuestro protagonista, quien debutara, estrenando el blanco, junto a Eguino, en un Provincial “en el que nos dieron por todos los lados”. Dice Kike que “mi compañero es un bicho terrible que atacaba cada pelota como si fuera la última”, de ahí que “metiera de puta madre” todas las que entraban y las demás, muchas, se le iban arriba, a chapa, abajo, a la red? Era un cañonero y yo entraba bastante poco, menos aún que con la argentina”. Recuerda jugar sin casco casi siempre y la primera vez que se puso uno recibió un pelotazo en la cabeza de tal calibre que menos mal... “Me pasó por no mirar para atrás. Pecado de todo mal delantero”. Con 25 años probó la paleta argentina en un Social en el que no pegó una buena. Más liviana la pela, saltarina la pelota, una técnica diferente y una colocación desconocida y hasta ilógica les hicieron desistir. “Aquello no era para mí”. Volvió rápido al cuero. Luego pasó el tiempo, probó más veces y, enseñado, él y muchos más, por el maestro paciente Josu Elizalde, parece que le entró el gusanillo y le cogió el tranquillo. Hasta hoy.
Por entonces, Ganchegui e Iturraspe, Elizalde y Fernández de Leceta marcaban el paso. Daubagna y Mario venían por detrás. En Errekaleor estaban Luis Benito, J. R. Goñi y Julián González y al poco llegaría Jesús Castillo, que provenía de la mano y lograría gran nivel con el paletón. Y se quedó con ellos. Tres títulos, tres éxitos, los tres en trinquete y con la goma argentina. El primero, un San Prudencio en 2008, con Castillo de pareja, ganando en la final a Goñi y Mario Fernández de la Heras un partido duro y competido. El segundo trofeo lo obtendría en un Social de club junto a Mario y el tercero y último, en 2015 en el Open Irekia, un abierto entre clubes en el que se disputaban tres categorías y se mezclaban todos los delanteros y zagueros para elegir al mejor en cada puesto. Los números uno competían en categoría especial. Luego había Primera y Segunda categoría. Kike jugó la final de Primera tras cumplir con éxito en los preliminares, junto a María Sáez Arzamendi, la mejor zaguera. Ganaron la división y disputaron el ascenso a la máxima, peleando con los últimos de los Berezi. Nuevo triunfo y ascenso de categoría para jugar la bien llamada Urturi´s Cup con los pura sangre. Con el cuero nada. Jugó el Provincial y una Liga Vasca sin fortuna ninguna. El año anterior lo pasó casi en blanco. Se rompió el ligamento del tobillo izquierdo en noviembre de 2013. Anduvo renqueante desde entonces. Ningún médico veía nada raro hasta que debió pasar por quirófano en septiembre de 2014. Paró cinco meses y volvió a la pelea. Motero, recorrió media Europa y un trocito de Asia en una BMW F 650 GS junto a Armando, Alberto, David y Carlos. Utiliza en la cancha unas gafas gigantes de protección y graduadas que un día le prestó Félix. Se las quedó. 15 años hace de eso. Destaca a Bombin y Begiristain, a Arrieta y Temprano. Huye de Orlando y Ramón, donde está el peligro, aunque ahora éste último se pone por delante de otro de la saga Eguino, Imanol. Ramón le metió una, en plena sien, la más dura y recordada, en una de aquellas sin control que le llevó al hospital con un guante de látex lleno de hidrógeno líquido contra la frente. Tiro al francés fue aquello.