La muerte, fría, desoladora, en una noche negra en Bilbao, agarró a Inocencio Alonso, ertzaina de 51 años, víctima de un ataque de corazón, en medio de la vileza, la sinrazón y la violencia que supura odio y bilis entre los radicales, cómodos en el lenguaje de la muerte. Los radicales de Bilbao, los Herri Norte, y los ultras del Spartak de Moscú se retaron en una batalla campal en el extrarradio de San Mamés, escenario lúgubre, otra lápida sobre el fútbol. El terror se convoca alrededor del fútbol, la hoguera que atizan los violentos con sus antorchas de odio dispuestas a incendiarlo todo. También quemar la convivencia de las ciudades, que aterradas frente a las hordas de salvajes, no les queda otra que parapetarse del miedo que recorre el espinazo y el sistema nervioso de Europa. La parálisis de las autoridades y la tibieza de organismos como la UEFA y otros estamentos futbolísticos, donde se incluyen los clubes, que en no pocas ocasiones se cuelgan de equidistancia ante grupúsculos han dejado crecer el fenómeno ultra. Un ejército de salvajes cuyo único propósito es el goteo de sangre.
Camuflados en el fútbol, el mayor espectáculo de masas del Viejo Continente, los violentos se reatroalimentan en un lenguaje gutural. Bestias que han colonizado el fútbol, un deporte que hunde sus raíces en la cultura popular y actúa de vínculo, catalizador y nutriente de un buen número de grupos salvajes, pelotones de sujetos con la tripa llena de odio hacia quienes se les ocurra. Una plaga que coloniza espacios y que las autoridades han ninguneado, encapsulándolo dentro del fenómeno fan, que no es otra cosa que la abreviatura de fanático. Los ultras, como parte de la liturgia del fútbol, como un elemento más de su paisaje. Sucede que en su metástasis, el fenómeno hooligan, tan pegado a los escudos de los clubes que en ocasiones se confunden, puede provocar el fallo multiorgánico del fútbol, que precisa cirugía de urgencia si no quiere acabar como la liga italiana, donde los ultras a punto estuvieron de adueñarse de la competición.
Las medidas coercitivas de las autoridades, casi siempre monetarias, son una nota al pie de página de la contabilidad de los clubes que manejan cantidades astronómicas en sus presupuestos. Las multas de la UEFA, que difícilmente superan la franja de los 60.000 euros, y la prohibición de venta de entradas para algún partido no tienen ninguna clase de incidencia entre los grupos ultras.
Al abrigo de dirigentes más preocupados por el negocio que por cualquier otro asunto -el jueves no se realizó ni un amago de suspender el partido cuando antes del comienzo del segundo tiempo ya se había conocido el fallecimiento del ertzaina-, los ultras campan a sus anchas por Europa, donde se congratulan de su capacidad de intimidación y de acaparar titulares escritos a sangre y fuego. Constituidos en muchas ocasiones por delincuentes, los radicales abrazan distintas ideologías, siempre en el extremo. Alentados por discursos políticos cada vez más peligrosos en Europa, el hilo fascista de la ultraderecha, que resurge con fuerza, cose a muchos de estos militantes de la violencia, partidarios de institucionalizar el caos y el terror en sus apariciones donde la violencia es cada vez mayor. Los ultras del Spartak tienen un pasado paramilitar, regado con testosterona y fascismo. El fenómeno no es exclusivo de los neonazis. Otros grupos se inscriben en la izquierda radical, como Herri Norte. Ambos, sin embargo, comparten objetivo: hacerse daño mutuamente y de paso esparcir el pánico.
Las prisas y los mensajes contundentes en contra de la violencia que se agolpan hoy, después de la tragedia, son parte de un discurso que se repite cíclicamente, si bien, el problema no se resuelve. Este año se cumplirán viente años del asesinato de Aitor Zabaleta por parte de un ultra de Bastión, un grupúsculo del Frente Atlético, y en el fútbol continúa presente la muerte. Francisco Javier Romero fue la última víctima mortal tras una pelea entre miembros de Riazor Blues y el Frente Atlético cuatro años atrás. El fútbol español acumula más de una docena de fallecimientos en los últimos 35 años. En este tiempo no ha existido una voluntad real para acabar con la problemática.
Esa política de vista gorda aplicada durante años por responsables, instituciones, estamentos deportivos y políticos ha contribuido a que la gangrena que corroe el fútbol haya desembocado en varias muertes dentro y fuera de los estadios. Además, como si la problemática no fuera con los clubes, algunos de ellos han vendido entradas, han cedido locales dentro de sus instalaciones para que los ultras dejaran allí sus enseres, o han financiado viajes a los violentos, encolumnados tras banderas e ideologías (extremas, de derechas o de izquierdas) de quita y pon para justificar su violencia. En esa amalgama, no son pocas las poses de futbolistas junto a violentos de todo tipo y pelaje a cambio de un salvoconducto para no ser señalados o amenazados. Ayer, los ultras del París Saint-Germain se “reunieron” con los futbolistas para recordarles la importancia del escudo que defienden antes de medirse al Olympique de Marsella y al Real Madrid, dos focos de calor para los parisinos. Joan Laporta, que no cedió al chantaje de los violentos, vivió con angustia y guardaespaldas cuando eliminó a los Boixos Nois del Camp Nou. El expresidente recuerda aquella etapa de persecución, amenazas y presión como un infierno personal. Florentino Pérez, que decidió borrar a los Ultras Sur, también padeció la ira de los ultras, que profanaron la tumba de su mujer.
el ejemplo inglés Los radicales, dueños de la violencia y autoproclamados guardianes de la esencias de los clubes -una de las grandes falacias-, fueron cercados en el fútbol inglés y en el alemán. Es en esos estadios donde se registran las mejores entradas. La suspensión de partidos por cánticos ofensivos, racistas o xenófobos es una medida que ya funciona en Inglaterra, donde se desterró a los hooligans bajo una política de tolerancia cero, aplicando para ello medidas drásticas desde hace 25 años. Una inmensa tragedia aceleró el proceso. En Hillsborough, el 15 de abril de 1989, 95 personas murieron aplastadas contra las vallas del estadio, en Sheffield, en una semifinal de la FA Cup que enfrentaba a Liverpool y Nottingham. El Gobierno británico atacó el problema desde su origen. Prohibió la entrada a los campos de los hooligans por un periodo mínimo de tres años. Agentes secretos se infiltraron entre los violentos y tacharon a 5.000 radicales, individuos a los que impidieron acceder a los estadios. Los clubes también sumaron. Sus propios equipos de seguridad pusieron la lupa sobre los hooligans y los extirparon en gran medida.
En Europa, la UEFA reaccionó con severidad expulsando a los equipos ingleses de la competición tras la tragedia de Heysel en 1986, donde fallecieron 39 personas a causa de una avalancha de aficionados en los prolegómenos de la final de la Copa de Europa entre el Liverpool y la Juventus. Durante varios años, el equipo inglés no pudo asomarse por las competiciones del Viejo Continente, castigado el club por el comportamiento de sus hinchas. Los equipos ingleses fueron vetados por el máximo organismo del fútbol europeo tras la acumulación de incidentes de los hooligans. Desde entonces, el fútbol inglés viró su rumbo. Ocurre que tres décadas después, el fenómeno ultra continúa firme y las medidas, a la vista están, no son suficientes para cortar la raíz ultra, clavada hasta el tuétano. Esteban Ibarra, presidente del Movimiento contra la Intolerancia no titubea al respecto. “Claro que hay un repunte de los ultras. Cuando hay una muerte como fue la de Jimmy, los ultras se sumergen y esperan a que vuelva la aparente normalidad”, explica. Cuestionado por esos escasos nueve grupos que aparecen en el listado de Antiviolencia, apunta: “La Comisión se pone de perfil y no hace que se cumpla la ley. Trabaja con la información que le facilitan los clubes”.
El incidente más grave ocurrió en la Eurocopa de 2016, donde se enfrentaron Rusia e Inglaterra. Hubo más de 40 heridos y una multa de la UEFA a la federación rusa de 150.000 euros además de la amenaza de ser expulsada de la competición si volvían a provocar situaciones similares. Rusia celebrará el Mundial en verano. “Rusia ha adoptado los estándares más altos de seguridad para afrontar las necesidades específicas de un acontecimiento deportivo de tal magnitud”, dijo en un comunicado la FIFA tras la disputa del torneo. Desde entonces, el parte de guerra ha seguido creciendo en distintos lugares por donde rueda el balón. Su última parada ha sido Bilbao. Que sea la definitiva está en manos de los mandatarios. De no ser así, los ultras serán el escalofrío que recorre Europa.