Dícese del “pesar causado por un desengaño”. Eso es, según la RAE que todo lo sabe, decepción. Y por desengaño se entienden las “lecciones recibidas por experiencias amargas”. Pues sí, puedo afirmar y afirmo que el viernes pasado sufrí una gran decepción y un desengaño, un gatillazo deportivo en toda regla, una imposibilidad absoluta de levantar el miembro baloncestístico, agitar a las huestes baskonistas y evitar un fracaso sexual con mayúsculas. Llegó la decepción, gran decepción, fruto del pesar causado por un desengaño deportivo. La palabra desengaño parece, casi siempre, ligada al adjetivo amoroso. Solemos hablar del desengaño amoroso cuando la pareja de uno no responde a las expectativas y ello obliga a partir peras. El desengaño amoroso suele resultar duro, traumático, de los de paquetes de kleenex. Hay individuos que no logran superar nunca un desengaño amoroso, que se ven sepultados por la sombra de su ex-amor, incapaces de encontrar otra media naranja tan presuntamente idílica como la perdida. Para superar este desengaño amoroso no hay nada mejor que el rearme moral, la puesta en valor de uno mismo, el alzamiento de la cabeza y la relativización. De todo, salvo de la muerte, se puede salir. El desengaño deportivo procedente de una decepción no adquiere tintes tan dramáticos como el amoroso pero también requiere su proceso de metabolización. El viernes por la tarde los seguidores baskonistas nos las prometíamos muy felices, tremendamente quizás. Las brillantes sensaciones propias, las pésimas sensaciones ajenas y las recientes experiencias vividas entre Baskonia y Barcelona inducían a la euforia. No ya sólo se visualizaba un cómodo triunfo frente a un rival devastado en los planos deportivo y anímico sino que todos habíamos hecho planes para animar a los baskonistas en la final del domingo. La euforia del viernes por la tarde se transformó en decepción y desengaño dos horas más tarde. En este caso, el desengaño no vino dado porque nuestra media naranja no estuviera a nuestra altura, sino que fue netamente superior a nosotros. No nos falló nuestro amante, sino que pecamos nosotros mismos. No dimos el tipo en la cama, cometimos gatillazos y, lo que es peor, exhibimos mucho menor deseo sexual que nuestro rival de turno. Nuestros oponentes se comportaron en ambos tableros como los marineros vascos que pasaban meses en Terranova y llegaban a puerto con las pilas megacargadas. Ansias, deseo, fiereza? Eso demostró el Barça. Fruto del desengaño llegó la decepción, culminadas con unas acciones finales sin pies ni cabeza. Y tras la decepción, el pesar, el meterse en la cama y darle vueltas y más vueltas al porqué del varapalo. Son los minutos, las horas del duelo, de rearme moral, de puesta en valor del propio equipo, de alzamiento de la cabeza y de relativización de la derrota. Cada cual atraviesa estas fases a su ritmo, teniendo bien claro que el deporte facilita revanchas a la vuelta de la esquina. La recomposición comienza hoy en Moscú. Tras la decepción y el desengaño es hora de la reacción y reafirmación de las propias capacidades. Y no lo dijo Freud, sino Sergio Martínez. Frente a la decepción y el desengaño se sitúa la revolución y la confianza. Revolución y confianza en azul y blanco. Antes del efecto Pesic llegó el efecto Abelardo. Para frotarse los ojos.
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