Superada ya la resaca del primer oro conitental de la selección española de balonmano (al menos en lo que a mí respecta, puesto que la fiesta en Croacia fue larga e inolvidable para jugadores y cuerpo técnico), toca hacer balance. Sin duda, es positivo, ya que España consiguió subir por fin al primer escalón del podio de un Europeo después de cuatro infructuosos intentos y lo hizo con un estilo de juego que se puede resumir en ese pase más que ha reclamado el seleccionador, Jordi Ribera, a lo largo de todo el campeonato.

España ganó el oro por fortaleza mental (se repuso de dos derrotas, ante Dinamarca y Eslovenia, antes de encarar la fase decisiva de la competición), por su excelente defensa (la 5/1 que exhibió en sus dos últimos partidos es digna de estudio y elogio, sin olvidarnos de la 6/0 que comandan con puño de hierro Viran Morros y Gedeón Guardiola), por la aportación de su portería (a la que se sumó en semifinales y final un soberbio Sterbik, que un día de antes de ser reclutado veía el torneo por televisión con una cerveza y patatas, como ayer mismo reconoció) y por la picaresca de jugadores como Ariño y Balaguer, por citar algún ejemplo.

En ataque, con un pase más, el equipo de Jordi Ribera ha puesto en jaque al musculoso estilo que se había instaurado en las últimas competiciones internacionales. Sin un lanzador nato para abrir las defensas rivales, España ha apostado por hacer circular el balón hasta conseguir la mejor opción, y esa pasa por un pase más, suerte en la que Raúl Entrerríos, Dani Sarmiento y Eduardo Gurbindo son auténticos maestros. La duda surge en si se trata de un cambio de ciclo en el balonmano o es simplemente flor de un día, cuestión que se resolverá en los próximos Mundial (2019) y Europeo (2020), para los que España ya tiene plaza, y en los Juegos de Tokio (2022), el único oro, el olímpico, que les falta a los Hispanos para cerrar un ciclo. Un pase más.