Vitoria - La de Óscar Romero es una vida apegada al deporte, a los motores y a la gasolina. Soñó con el Dakar africano cuando era toda una referencia en el mundo de los quads, conoció la mítica prueba como mecánico -el trabajo que le da de comer en su día a día- de la mano del histórico Miguel Prieto y hace un año se embarcó de rebote hacia Sudamérica para estrenarse sobre una moto. Una avería mecánica, seguida de una lesión de tobillo, le dejaron sin la opción de alcanzar la meta cuando era uno de los más destacados fuera de la élite. Regresó a Nanclares de la Oca con el sueño de regresar en 2018. Lo hará con equipo propio, con una montura construida a la carta y formando pareja con el portugués asentado en Vitoria Fausto Mota. Rumbo ya a la aventura que comenzará este sábado en Lima y que tras más de 8.000 kilómetros de durísimo recorrido alcanzará Córdoba. Eso sí, para llegar a la salida, antes Óscar Romero ha tenido que vivir su particular odisea a lo largo de un año entero de buscar dinero para vivir su gran sueño y confeccionar una moto que le permita ser competitivo en la cita que ahora afronta.

“Estoy ya con nervios y ganas de que empiece todo porque es el proyecto de todo un año. Te tienes que cuidar físicamente, hay que poner a punto la moto, hay que buscar patrocinadores... He hecho menos moto que el año pasado porque el trabajo no me lo permite, pero físicamente me encuentro muy bien”, asegura el piloto alavés.

La preparación de su presencia en el Dakar 2018 comenzó justo cuando terminó la edición anterior. A esa cita llegó de la mano de su ahora compañero Fausto Mota. El equipo portugués en el que competía perdió un corredor por lesión y el luso afincado en Álava recurrió a su amigo Óscar Romero. La actuación del de Nanclares en Marruecos convenció al equipo y le hicieron un hueco para Sudamérica, donde respondió con una gran actuación hasta que se le rompió una pieza de la moto y después se rompió el tobillo. Fue entonces cuando tuvo claro que tenía que volver a la mítica prueba y saborearla hasta el final. Pero no de paseo, sino con la intención de competir.

“Me estaba recuperando, vino Fausto a verme y me dijo que quería volver al Dakar sin ser mochilero de nadie. Nos decidimos a hacer un equipo pequeñito entre los dos para compartir gastos. En cuanto volví a casa, todos los patrocinadores me dijeron que estaban muy contentos y querían repetir y en Nanclares he recibido mucho apoyo del propio Ayuntamiento. Todo eso te da un subidón, había mucha gente confiando en mí y había que hacer un esfuerzo para volver. Voy con la ilusión de acabar, pero a competir. No voy de paseo o a hacer el viaje de mi vida; siempre me he apuntado a las carreras para competir y voy a dar lo máximo que pueda”, detalla.

El piloto alavés se ha inscrito en la categoría Maratón, en la que permanecerá si no tiene que cambiar algunos elementos fundamentales de la moto señalados por la organización, ya que entonces pasaría a la categoría Superproducción con los grandes equipos. Con su experiencia del pasado año, cuando se codeó con los mejores en este lote, su intención es pelear por el podio.

Un coste de 100.000 euros La implicación de los patrocinadores ha sido fundamental para que Óscar Romero repita presencia en el Dakar. No en vano, casi nadie puede desembolsar los alrededor de 100.000 euros que cuesta estar en la línea de salida. Y eso teniendo en cuenta que el equipo que ha conformado con Fausto Mota va con lo imprescindible: los dos pilotos con sus motos, un mecánico compartido y un asistente para cada uno.

“Ir en un equipo oficial es más cómodo porque ellos se encargan de desarrollar la moto, organizar los viajes y todos los asuntos de intendencia y tú solo tienes que aportar la parte de presupuesto que te exigen. Cuando haces tú el equipo, lo haces a tu manera. Hemos elegido la moto que hemos querido y la hemos hecho a la carta con un motor KTM muy fiable y que corre mucho. Tienes que involucrarte más y perder más tiempo, no te puedes permitir muchas cosas -autocaravana, coche de apoyo, mecánico personalizado...- pero vas a gusto y con quien quieres”, asegura con la ilusión por cumplir su sueño brillándole en los ojos.

Romero conoció el Dakar africano como mecánico de Miguel Prieto y el sudamericano el año pasado como piloto de motos: “En África era una aventura porque no pasabas por poblaciones y había poca gente que te pudiese ayudar. Ahora pasamos por lugares más habitados, pero ahora se va a empezar a notar la mano en la organización de Marc Coma. Le ha querido quitar el carácter comercial de querer pasar por ciudades que ponían dinero y que te obligaba a hacer muchos kilómetros de enlaces y perder muchas horas. Parecía una excursión de pueblo en pueblo y mucha gente no sabía qué pintaba allí. Ahora ha cambiado. Va a ser muy duro, con mucha arena y mucho fuera de pista en Perú; días de altitud en Bolivia que te merman físicamente y también el rendimiento de la moto; y temperaturas muy altas ya en Argentina, con dos etapas maratón sin mecánico que van a ser decisivas en la clasificación. Va a ser durito y apasionante”.

La carrera más larga, la más dura y la más exigente a todos los niveles. Un aura mágica recuperada. “Es un conjunto de cosas: es que no te falle la moto, que no te pierdas, que vayas bien físicamente... Son muchos kilómetros, muchas horas y muchos detalles que pueden fallar y dejarte fuera. Mentalmente acabas vacío porque tienes que ir atento a muchas cosas. Es la más dura porque hoy haces mil kilómetros y al día siguiente tienes otros mil más”, relata.

Un día en el Dakar La jornada dakariana de Óscar Romero arranca “sobre las cuatro de la mañana”. Momento para un desayuno opíparo para aguantar todo el día, de ponerse encima toda la ropa para soportar el frío nocturno y de afrontar el tramo de enlace hasta la salida. Una vez allí, las prendas de sobra se van a una mochila que va cargada a la espalda. Momento de apretar el acelerador en una navegación marcada por el libro de ruta y donde no hay elementos electrónicos de ayuda como un GPS para buscar las balizas de paso obligatorio, con paradas cada doscientos kilómetros para descansar y comer. Después del tramo cronometrado, un nuevo enlace para llegar al campamento. “Lo primero que haces es meterte a la ducha para quitarte toda la porquería y también comer lo que pilles por delante porque tienes un hambre...”. Tras revisar la moto, confeccionar la ruta del siguiente día trazando todo el camino y asistir a una reunión con la organización para ver las condiciones de la siguiente etapa, llega el momento de dormir. “Caes planchado. Seis horitas y luego a empezar de nuevo”.

Una aventura para vivirla y contarla. Pero con el objetivo de competir e intentar repetirla de nuevo.