Mujer de armas tomar. Se la ve a la legua. Comprometida, activa, voluntariosa y capaz. Y decidida. De baja voluntaria para ocuparse de su hijo, “no tengo necesidad y tampoco me aburro, pero mejor cotizar cuanto antes de nuevo”, decidió implicarse un poco más y apuntarse al curso de juez para “echar una mano”. La clave es el hijo. “Mientras él siga yo sigo” y luego “ya veremos”, resuelve con una sonrisa y ciertas dudas, porque “esto me gusta”. Cuando hace cuatro años, el chiquitín de la casa llegó del cole y soltó “quiero jugar a pelota” dejó descolocada a la familia. Sergio Rituerto estaba a punto de cumplir los ocho -“lo hacía aquella misma semana”-, sus amigos de la ikastola no jugaban a pelota sino al fútbol, tampoco nadie en su entorno, pero él lo tenía claro. Quería ser pelotari, “¡no me preguntes por qué!”, tampoco se lo preguntaron al chico, y acto seguido la madre le buscó frontón. Como viven al lado del hotel Lakua, Txukun Lakua les quedaba a tiro. Y ahí que se fue. Entró, se topó con Richar, el presidente, Ricardo González, piloto, acomodador, mecánico y limpiador de la nave, un comodín, que la invitó a inscribir al niño tras presentarle el programa e informándola de que en el club había compañeros de colegio de su chaval. Se lo puso a huevo. Y se quedó. Han pasado tres años, el crío ha cumplido los once y acude al frontón, sólo y en patinete. “Un alivio”, dice la madre. La primera vez que le pidió ir sólo le acompañó a cierta distancia -el chaval se dio cuenta, claro- y cubrió el tramo hasta el frontón en poco más de siete minutos. Sergio ya es pelotari y, Rosi, madre de pelotari y jueza, nada menos. Rosa Serrano Bernabe, Rosi en adelante, apenas sabía nada de este deporte. Pero nada. Ni ella ni su marido. De oídas sabía quién era Martínez de Irujo o Titín, pero poco más. Nació en Piedrahita de Muño, provincia de Burgos, en el mes de octubre del año 1969. A los 19 se vino para Vitoria con la intención de buscarse la vida, trabajo y futuro. Encontró de las tres. Se casó con Roberto Rituerto, que de pelota andaba igual de alejado que ella, pero desde que al chaval le entrara el virus ha metido cabeza y sentimiento hasta vivirla y hacerla próxima. Marido e hijo “alucinan conmigo”. Lleva apenas tres meses enfundándose el uniforme de juez de pelota y el pasado 16 de diciembre lo hacía para dirigir un partido de su hijo. “Cuando vaya a preguntarte algo”, le dijo el día anterior, “digo Rosi, digo juez?no digo mamá, ¿no?”. En el saludo de protocolo, la última mano en agarrar fue la de su hijo, cuyo compañero era Aimar Ruiz y los rivales Alday y Ustariz. Sergio está encantado con el papel de su madre. Y la madre está loca de contenta con que su hijo juegue a pelota. Más a aún de que “nunca le haya visto enfadarse después de perder”, que ha perdido muchas veces, “el año pasado los perdió todos, y ni un berrinche”. Lo bueno del crío es que no se rinde y está encantado con la pelota. Le entusiasma jugar. ”Eso me vale”, resume Rosi, sabedora de que los culpables de que los niños no se conformen con el mero juego son los padres, porque “si les dejas tranquilos, los chavales disfrutan el doble”. Desde que Sergio juega todo es pelota. Casi todo es pelota ahora. Encantada con que el hijo eligiera pelota se integró pronto con el resto de padres de Lakua, donde “tampoco hay mucho que hacer”, pero está dispuesta a lo que sea, a preparar bocadillos o hacer de marcador. De la edad del crío de Rosi hay 12 en el club, todos con afición para regalar, “pero el mío, no se los otros”, reconoce la madre, “quiere ser pelotari”; como Urrutikoetxea, “su favorito”, o como Víctor, cada vez con más gancho entre los jóvenes. La juez Serrano, visitante habitual de la página de la Federación, observó que se necesitaban jueces, que había pocos y la mayoría eran mayores. Impulsiva y curiosa se animó. Quería hacer algo más, intervenir de otra manera consciente de que hay maneras distintas de “hacer pelota”, sin ser pelotari. Lo habló con otra madre del club, Edurne Junguitu, y se apuntaron cuando el plazo estaba a punto de cerrarse. Aprendieron el manual en una semana y el 27 de mayo se licenciaron. Aprobaron las dos y Ana Fernández. “La teoría no es complicada, pero tampoco es fácil memorizar las reglas y normativa de cada modalidad y disciplina. Lo difícil es llevarlo luego a la práctica, en la cancha”, reconoce Rosi. Porque las reglas cambian en cada escenario, categoría y modalidad. Y hay que enfrentarse a pelotaris, delegados, botilleros, el material y el reglamento. “Han entrado como un tiro”, nos cuenta Jaime Otxoa de Alda, el presidente de los jueces. La juez Serrano “se preocupa mucho de cómo hay que hacer las cosas, no para de preguntar y aprende rápido” resume. Y son valientes. Las tres. No observa diferencias entre las mujeres y los hombres, no son ni aportan nada diferente, pero tienen una disposición “que va por delante de ellas”. “Tienen que aprender”, nos dice un compañero, Amancio García, otro veterano, al que le parece “fenomenal su contribución”. Con Rosi coincidió en un partido del Diario Vasco y “no la tuve que corregir ni una sola vez”. Es valiente, me cuentan ambos, y hasta ha hecho un partido en solitario, en Murguía y de pala. “Me vacilaron un poco”, confiesa. “Hoy no se lo hubiera permitido”. Ojo al dato, que diría García. Sólo lleva dos meses de juez, pues debutó en octubre junto a Javi Gómez, otro de los jueces del colegio alavés en un partido de parejas del Provincial en el que intervenían Vicente, Jauregi y Alvarado. Anduvo algo nerviosa pero “me fue bien”, aunque sola se encuentra mejor, más suelta y segura. En esas ocasiones se arma de confianza y resuelve con energía, aunque se equivoque. Prefiere hacer de juez en partidos de mano porque se entretiene. La pala le aburre un poco. Acude a cada festival con las reglas recién leídas. Se lo toma en serio, tanto que hasta ha pensado en prepararse para ser juez de la Liga, de los que hacen partidos profesionales. “El hijo quiere que me apunte”, me dice. Pero claro, para eso deberá coger experiencia, coger tablas y pasar otro examen que en su día ya superaron cuatro jueces alaveses. Empezaron Cristina y Naroa, madre e hija de Dulantzi, siguió una joven chavala de Laudio, María Sánchez, en activo, y ahora han llegado otras tres. tres voluntarias que aman la pelota y se entregan a ella como las primeras. Son un valor añadido.