Dos meses de competición y dos entrenadores en la calle. En el partido dieciocho o veinte, sumados Alavés y Baskonia, Josean Querejeta estrenará su cuarto entrenador de la temporada. Será el decimoséptimo técnico que tiene el presidente desde 2011. El noveno en baloncesto en los últimos cuatro años. Prigioni se unió voluntariamente al grupo de Natxo, Zubeldía, De La Fuente o Crespi como profesionales que salieron de la organización sin sobrepasar si quiera el primer tercio del curso. Más allá de la deslegitimación de la figura del entrenador, de la que escribí aquí hace pocas semanas, la situación del banquillo de Baskonia refleja la realidad de una institución descabezada, estrangulada por la mala gestión financiera, regida por el cortoplacismo y entregada a un efectismo que desde hace unos años ha sustituido a la gestión eficiente que otrora le convirtió en un modelo en la industria del deporte. Ocurrió con Odom en un movimiento marketiniano que tenía un pase dentro de una temporada perdida. Siguió con Bargnani, fichado como exjugador pero vendido como “Querejeta ficha al número uno del draft”. Y termina, como caso significativo, en una elección cómplice con las emociones pero que no hace sino reflejar una especie de dejación de funciones a la hora de analizar el mercado y elegir un entrenador con menos posibilidades de ser fagocitado por un club a la deriva. Siempre que hay debate sobre el banquillo del Alavés, los amigos de la nostalgia piden a Desio, un absoluto don nadie como entrenador. Con Prigioni, Querejeta eligió el camino del populismo sin pensar en las consecuencias. Ni para el club, ni para el equipo, ni para el propio Prigioni, claramente derrotado, víctima, como Zubeldía y tantos otros, de una organización que no sirve a sus entrenadores de un ecosistema respirable. Baskonia lleva por lo menos seis años siendo una bomba de relojería que destartala técnicos novatos y empuja a correr sin mirar atrás a veteranos que no tienen nada que demostrar. Aquí cada año se juega a la misma ruleta rusa que casi siempre sale mal: unos tipos forman una plantilla casi nueva y ponen a un tercero a dirigirla. Es imposible atisbar una línea argumental continuista en Baskonia de una temporada a otra. La entidad se lleva más como un fondo de inversión que como un club de baloncesto. Lo más importante es obtener una plusvalía rápida, intentar conseguir lo mismo cada vez más barato y hacer cualquier triquiñuela financiera que permita parchear la situación del club. Baskonia es una huida hacia delante constante. En la gestión Querejetista, probablemente haya que empezar a distinguir tres etapas. Posicionamiento, asentamiento en la élite y progresiva descomposición. El dirigente hizo un trabajo brillante durante más de dos décadas, primero poniendo en el mapa la marca Baskonia y después consolidándola como una de las mejores y más reconocibles de Europa. En la transición de la primera etapa a la segunda, el club se convirtió en una potencia económica en tiempos donde los programas de Barcelona y, sobre todo Real Madrid, estaban más entregados a la suerte y no había tanto músculo en el este. Era una organización que se permitía aplazar la salida de Splitter, Scola o Nocioni a la NBA o traer a Planinic directo de Estados Unidos. Perder jugadores en el mercado interno no era para nada habitual. Tanto banquillo como plantilla solían tener continuidad. Durante muchos años, aficionados y rivales sabían qué esperar exactamente de este equipo. Todos, hasta los más catagolados antis, reconocen la brillante gestión de Querejeta en estas dos situaciones primarias. Pero son pocos los que son capaces de asumir el sindios que es Baskonia desde 2011. De las últimas seis temporadas, solo ha habido una buena. Y ésta todavía está por verse.
un brillante gestor venido a menos Josean Querejeta fue todo un genio en crear y gestionar la abundancia, pero es un caos demostrado en la escasez. Su agujereada economía, el absoluto desprecio por el capital humano de élite y el desprestigio último de la figura del entrenador han convertido al que fue un gestor notable, vanguardista y visionario en un semidios con complejo de Faraón, obsesionado más por construir pirámides que equipos, que solo se rodea de quien le dice lo brillante que es y que parece decididamente capacitado para destruir lo que él mismo se encargó de crear. Que lo mismo hasta está en su derecho, faltaría. Pero Dios en el Apocalipsis que no se presente con Apóstoles.