¿Qué quieres ser? ¿Dónde quieres ir? ¿Dónde quieres estar? Todas estas preguntas dependen de ti. Nunca puedes olvidar de dónde viniste y quién estaba a tu lado cuando eras alguien pero el mundo no sabía quién eras”. Mensaje indescifrable disparado por el brasileño Dani Alves, jugador del Paris Saint-Germain, en redes sociales. Solo unos días después de su publicación se efectuaba el fichaje más caro de la historia del fútbol: el brasileño Neymar, jugador del Barcelona, era traspasado al PSG por 222 millones de euros.

Se esperan días de rosas y champán en París. El romanticismo es para nostálgicos. La ciudad del amor comercia con cariño. El dinero compra enamorados -entiéndase aficionados-. La venta de partidos del PSG a través del pago por visión crece un 20%. Francia vive un boom mediático, es ombligo del fútbol. La llegada de Neymar es tangible. Mientras, la FIFA pisa los talones del club parisino persiguiendo el cumplimiento del fair play financiero. Antes existían clubes sustentados por Estados -y perduran-; ahora surge la figura de los clubes-Estado, dopaje económico, que en el caso del PSG busca fisuras en el reglamento para también acceder a la incorporación de la joya gala, Kylian Mbappé. El club esquiva el control económico con la fórmula de una cesión con compra obligatoria en 2018 cifrada en 180 millones, el segundo traspaso más caro del fútbol. París es una fiesta.

Rueda el balón en la Ligue 1 francesa. El PSG camina con paso firme, 3 triunfos de 3 posibles. Neymar está abrochado a la gloria con 3 goles y 3 asistencias en dos comparecencias para regocijo del presidente Nasser Al-Khelaifi -Top 100 de riqueza individual a nivel mundial-. El plantel confirma su potencial pero que no alcanza para satisfacer los egos del vestuario. Overbooking de ambición.

En la cuarta jornada el plantel capitalino se mide al Saint-Ettiene. Se indica un penalti favorable a los Unai Emery. Edison Cavani convierte. Pero hay un gesto que pasa desapercibido por no albergar antecedentes. Sin embargo, el PSG, el juguete de Al-Khelaifi, presidente además de Bein Sports, permanece invicto, y la anécdota queda en el olvido.

La quinta jornada trae nueva algarabía. Victoria. Neymar suma otro gol y otra asistencia: 4 y 4 en otros tantos partidos. En la Champions League, más de lo mismo. Triunfo sobre el Celtic de Glasgow con gol y asistencia de Ney. El brasileño comienza a dar lógica a su aspiración al Balón de Oro. Así se da pie a la sexta jornada liguera. Con ella viaja una bomba de relojería cuyo sensor se activa tras dos acciones que dan la vuelta al mundo. En la primera de ellas, tras indicarse una falta en la frontal del área, Dani Alves se apresura a recoger la pelota para impedir que la atrape Cavani. El brasileño se la dona a su compatriota Neymar, que ejecuta sin éxito. La segunda se da tras señalarse un penalti para el PSG. Cavani corre a por el balón, lo atrapa pero Neymar se lo reclama, como sucediera en aquel invisible gesto ante el Saint-Ettiene. El uruguayo vuelve a no ceder, lo que enfada a Neymar, y falla desde los 11 metros. Estalla la rebelión. Arde París.

Al término de la nueva victoria del PSG, ya en el vestuario, el capitán Thiago Silva impide que Cavani y Neymar lleguen a las manos. La noticia trasciende de las cuatro paredes y, acompañada por las imágenes del suceso, el mundo percibe lo que en París habita: guerra de egos. Emery se desmarca del conflicto. “Se tienen que entender entre ellos”, apunta. Balones fuera. “Le he dicho a Cavani que el próximo penalti lo tiro yo”, bromea Thiago Silva, buscando relativizar hechos que a juicio de Al-Khelaifi debieron ser graves, como muestra su intervención en la confrontación.

un millón de euros El presidente se viste de bombero. Poderoso caballero, ofrece un millón de euros a Cavani a cambio de ceder los lanzamiento de penalti a Ney. El uruguayo, que contempla en su contrato una prima de un millón si es el máximo goleador de la Ligue 1, rechaza cobrar el bonus sin merecerlo en el césped. Opta por la riqueza deportiva. Defiende su estatus, el honor que también se dañó a algunos miembros del vestuario el pasado verano. Y es que es entonces cuando regresan fantasmas pretéritos. Se reverdece el proceder del jeque catarí, que, el pasado verano, sellado el acuerdo con Neymar y temeroso ante la posible actuación de la FIFA, cuelga el cartel de transferibles a varios jugadores. Pretende aligerar gasto y enriquecer ingresos. Aunque tarde, concibe que ha fracturado al vestuario, que se siente más mercancía humana que nunca. Por eso, retrocede. Ninguno de los jugadores puestos a la venta sale del club. Pero el orgullo ya está herido. Emery suma deberes más allá de resultados: rescatar orgullos. Todos estos antecedentes confiesan el capricho de Al-Khelaifi: entregar la jerarquía sobre el terreno de juego a Neymar, a quien no colman los 100.000 euros por jornada laboral que percibe; también demanda protagonismo con el balón para engordar números en su carrera por el esférico dorado. Queda evidente que los gestores no habían delimitado las fronteras individuales, las responsabilidades de vestuario, huérfanas de dueños, carentes de voces de mando.

Sin reparto de responsabilidades, la consecuente actitud acaparadora de Ney no proyecta humildad, a pesar de su humilde orígen. Hijo de madre limpiadora y padre mecánico, creció en Mogi das Cruzes, a 45 kilómetros de Sao Paulo, y un índice de pobreza superior al 40%. Con el monto de su primer contrato adquirió una vivienda familiar. Pero a medida que creció en el fútbol, invadió la polémica.