singapur - El sábado, en el marco del Gran Premio de Singapur, Lewis Hamilton, líder entonces del campeonato por solo 3 puntos de diferencia sobre Sebastian Vettel, poleman en el circuito de Marina Bay, se encomendaba a las deidades para enmendar durante la carrera el oscuro fin de semana. “Hace falta un milagro”, proclamaba, viendo peligrar su distinguida condición en la clasificación del Mundial. Y el milagro asistió. “Parece que Dios ha puesto su ojo en mí hoy”, confesó Hamilton.

Los Mercedes llevaban ocupando alguna de las cuatro primeras posiciones de todas las parrillas de salida de los últimos dos años; ayer, Hamilton partía desde la quinta pintura y su compañero Valtteri Bottas largaba desde la sexta. Malos augurios, por tanto, para la escudería alemana. Amanecía así un escenario a pedir de boca para Ferrari, que además aterrizaba en Singapur con aires de revancha después de ceder el liderato del campeonato por primera vez en toda la temporada en la anterior prueba, en Italia, precisamente en su laboratorio de pruebas. Sonreía el devenir a Ferrari, a Vettel, que hacía méritos para recuperar la cabeza del Mundial.

Pero 300 metros hicieron basura de los augurios. El destino tenía antojos. “¿Quién iba a imaginar algo así?”, se congratulaba Hamilton a la postre. Nada más dispararse la carrera, en plena recta de meta, el poleman Vettel, con una discreta salida, se veía emparejado con Verstappen por el buen hacer del holandés, que a su vez se veía en paralelo con Raikkonen fruto de la espléndida arrancada del finlandés. O sea, la situación era de tres coches empatados afrontando el embudo de la primera curva y pugnando por copar la prueba. Vettel, por el exterior, cerró sensiblemente su trazada, Verstappen copió el movimiento y Raikkonen, que pilotaba por el interior de la pista, sin espacio para cerrarse, impactó contra Verstappen y este con Vettel. Carambola. Los Ferrari hicieron un sandwich de Verstappen. Descontrolados los monoplazas de Verstappen y Raikkonen, se estrellaron contra el pobre de Fernando Alonso, que se vio fugazmente rodando tercero después de salir desde la octava posición. El McLaren fue impactado como bolo en la bolera.

La consecuencia del accidente fue cuatro pilotos enviados al cadalso. Raikkonen y Verstappen quedaron varados nada más golpearse; Alonso y Vettel causaron baja poco después del incidente fruto de los daños recibidos. En el caso del asturiano, su coche prolongó su vida hasta la vuelta 9, cuando irremediablemente se fue al garaje. Décimo abandono de trece posibles para Alonso, a quien la desdicha pisa los talones. Hamilton, afortunado por salir airoso del espectacular suceso de la curva 1, se halló en cabeza al ver cómo Vettel trompeaba con su averiado bólido para claudicar en la primera vuelta. “No teníamos ni idea de qué iba a ocurrir hoy”, ilustraba el inglés, soñando despierto al soltar el volante. Porque a la fortuna, esa que para Hamilton reparte Dios, esa que se entiende como llegada por causa extraordinaria, ajena a uno mismo, se le encaprichó conceder la gloria a Hamilton, por otra parte tremendamente ducho en el arte del pilotaje, pues ni la aparición de tres coches de seguridad en la exigente pista -circuito urbano, nocturno y mojado- consiguieron infundir amenazas a su victoria. Su defensa se fundamentó en un ritmo insostenible para la competencia. Eso sí, pilotando con el camino despejado.

Quien más se aproximó al triunfo fue Daniel Ricciardo, superviviente como Hamilton de la fatídica curva 1, en la que los reflejos de nada servían. Pero el Red Bull, con el chance de tres safety car que anularon ventajas de Hamilton que se estiraron hasta los 10 segundos, no rendía como el Mercedes. Ricciardo terminó segundo, sin sufrir a Bottas, tercero finalmente.

Y cuarto, sacando máximo provecho al caótico día -acabaron 12 de los 20 coches en una carrera que no alcanzó las 61 vueltas programadas y fue detenida a las dos horas estipuladas-, liquidó Carlos Sainz, para quien era su primera actuación tras anunciar que correrá para Renault a partir de 2018. Es el mejor resultado obtenido por el madrileño en la F-1, un síntoma de su madurez, tesón y paciencia, mermado como se ha visto su papel este curso por fallos mecánicos y decisiones cuestionables de Toro Rosso. Ayer sobresalió el piloto. En la competición, las sonrisas de uno guardan la colateralidad de las lágrimas de otro. “Ha sido desafortunado para Ferrari; para nosotros ha sido una suerte”, explicaba Hamilton, honesto una vez embolsada su séptima victoria del curso y sexagésima de su vida. Afrontará la seis carreras restantes fortificado con 28 puntos. Algo, alguien con la virtud de la invisibilidad así lo quiso en Singapur. Como por obra divina se decantó el Mundial, para llanto de Vettel, como patroneado por el mismísimo Caronte.