liébana - A media tarde, Chris Froome se acordó de Mikel Nieve, el hombre que le hizo el torniquete en Los Machucos para que no se le desangrara la Vuelta cuando le golpeó afilada la crisis entre rampas criminales. Nieve le sacó vivo de aquel callejón sin salida. “Honestamente, la verdad es que me gustaría no volver a verlos nunca”, se sinceró Froome. En Santo Toribio de Liébana, donde venció Sander Armée por delante de Lutsenko -“llevaba ochos años esperando esto”, expuso el belga-, la carrera le volvió a sacar la sonrisa. Froome colgó 21 segundos en el petate de Nibali. Ese tiempo y probablemente buena parte de lo que vive en la Vuelta se lo debe a Nieve. Por eso el líder, al que le tocó el orgullo su padecimiento en Los Machuchos, homenajeó al de Leitza en las redes sociales. Colgó un tweet que era un condecoración al valor y el trabajo infatigable del leitzarra. “Las palabras no pueden expresar cuánto te echaré de menos el próximo año Frosty”. El mensaje lo acompañó Froome con una imagen en la que Mikel Nieve, -el terapeuta que le mantuvo a flote la moral en una subida con enorme metralla-, abre el camino de Froome, con los ojos en blanco y el rostro agonizante. Nieve le rescató. Le parcheó cuando peor lo pasó. La cura de urgencia logró que Froome se rehabilitara en una jornada agitada, cargada de electricidad, que le iluminó la mirada. Sin el velo de dolor que le cegó en Los Machucos, Froome recompuso su figura y reafirmó el liderato con un ataque a medio kilómetro de meta que desenroscó a Nibali, ahuecado en el final. Solo Contador y Woods pudieron imantarse al líder, que obtuvo 21 segundos de ventaja sobre el siciliano, que vigila a Froome a 1:37. El británico encerró bajo llave el susto de Los Machucos y reforzó el blindaje a expensas del Angliru.

Antes de la temida ascención a la cumbre asturiana, se disparó la carrera por el polvorín de Cantabría, donde Contador, nostálgico, rememoró los pasajes de Fuente Dé y el olor a napalm el día que se vistió de Quijote y se convirtió en emperador de la Vuelta. Contador, que parece infinito, que respira constantemente en el bucle del ataque, se soliviantó.

Otra vez infatigable. Indomable. Rompió la calma el Katusha en la subida a Ozalba y a Contador, que discurría el día plegado a la tranquilidad del Sky, se le encendieron los pies cuando Aru, que anda peleado con su equipo porque el prefiere irse al Emirates y Astana, -su escuadra le retiene porque tiene derecho de tanteo-, zarandeó la bicicleta. Contador balanceó la suya. Mostró los hombros y los dientes. Su danza de guerra. La coreografía de siempre. Eterna.

El Sky supo que tenía que ponerle el bozal al madrileño. Formigal lo lleva tatuado Froome en su piel, descarnada por aquel mordisco rabioso de Contador. El equipo británico aceleró la marcha y apresó a Contador. Aru no les importaba. El italiano luchaba por orgullo, contra su propio equipo. Era un acto reivindicativo.

Obtuvo Aru un minuto de renta, puente entre los fugados y el grupo de los elegidos, donde el Sky no estaba dispuesto a dejarse sorprender. Tras el descenso, Contador izó de nuevo su bandera. No se rinde.

En la Collada de La Hoz, el madrileño quiso segar los pies de sus rivales. “No tenía pensado moverme, la verdad. Pero he visto que en la Hoz otros equipos se han puesto y he decidido ir adelante”, apuntó. Se afiló tanto, -atacó como un poseso, como si sus fuerzas no supieran lo que es la fatiga- que fue el propio Froome el que envainó a El Cid.

al ataque En el desfiladero de la Hermida, Armée, Lutsenko y Alaphilippe encabezaban la fuga. Contador silbaba entre las magníficas montañas, al lado del curso del río, pensando en aquellos días de gloria, el eco infinito de Fuente Dé.

Froome, rodeado de sus fieles, Nieve, Moscon y Poels, también tarareba. Al británico no le gusta el desorden y el caos. Ordena a sus muchachos irrumpir con fuerza en Santo Toribio de Liébana, que también posee una trozo de la cruz de Cristo. O eso se cuenta. Sander Armée se felicitó tras crucificar a Lutsenko.

Intuyó Froome que en esas rampas alguien arrastraría una pesada cruz. Así que gritó a Moscon. Contador a Stetina. Los dos sirvieron como acelerante. Quemado Stetina, Froome empleó a Poels. Fue su pértiga. “Me dijo que Nibali se cortaba, que tirase hacia adelante y por eso aceleré el ritmo. Si podía distanciarlo, tenía que hacerlo”, analizó el líder.

A poco más de 500 metros de la cima, Froome se puso de pie. Molinillo. Nibali agachó la cabeza, agrietada la máscara, sin contacto. El líder se giró. Solo Contador y Woods pudieron emparejarse con él.

Kelderman y Zakarin se dejaron unos metros. A Nibali, desencajado, le clavó 21 segundos. “Estoy contento”, resolvió el británico. La dicha le llevó a Mikel Nieve, el hombre que le curó para que cicatrizara tan rápido.