COÍN - De madrugada, en Motril, un pirómano dio fuego al autobús del Aquablue. Lo dejó inservible. Al pirómano, un desequilibrado que acumula más de medio centenar de detenciones, le detuvieron. En la carrera hubo otra antorcha suelta, la de Contador, que acaloró la Vuelta en un día que olía a rutina. Contador, rebelde, la odia. Por eso se agitó el madrileño, efervescente e inquieto como es la carrera, que late con otro ritmo. Contador esquiló 42 segundos a Froome y Nibali rebañó veinte para situarse a 59 del británico, lastimado por las caídas; el efecto dominó provocado por Contador. “Decidí atacar porque era un día en el que a todos les dolían las piernas y porque nadie esperaba que hiciera algo así”, dijo el madrileño, que recurrió al ingenio y la sorpresa porque a campo abierto Froome le supera. Prendió Contador la mecha en el Torcal, un puerto de segunda que le recibió con entusiasmo. Un corazón pintado sobre el asfalto y una leyenda: un millón de gracias Alberto. Contador no quiere ser una estatua de bronce aún. Se lo impide el corazón Corre desbocado. Rompió el molde. “A Alberto Contador se le conoce por animar siempre las carreras y no parar de intentarlo nunca, y parece estar cumpliendo con ello”, expuso Froome, que rodó dos veces por el suelo pero salvó el pellejo. Expuso el suyo Contador, que no tiene la intención de irse en silencio de la Vuelta, la carrera que le ama con devoción. A Contador le gusta ruido de las tracas y los colores de los fuegos artificiales. Está de juerga el madrileño, feliz en su papel de dinamitero. Probablemente no pueda ganar la carrera, pero está dispuesto a enredar y soliviantar a Froome, el líder que se magulló por dos caídas camino de Antequera y que ve a sus rivales un poco más cerca en el retrovisor. Que el espejo no los refleje a menor distancia tuvo que ver con el rescate de Poels y Nieve y el carácter de campeón de Froome. Entre los tres suturaron la herida que pretendía Contador. “Me fui dos veces al suelo en dos curvas. La primera vez cambié de bici porque rompí la rueda delantera. Gracias a mis compañeros pude evitar el desastre”, describió Froome, con apósitos en la rodilla tras el caos desatado por Contador. “Nos han dicho que se había caído. Al final ha perdido muy poco. El sábado volverá a estar fortísimo”.

En Antequera, que recibió a Marczynski antes que a nadie, -Omar Fraile fue segundo después de que el polaco le dejara en el Torcal-, no salió el sol para el líder. A Froome, que era intocable, le eclipsó el fogonazo de Contador y la desgracia, que quiso recordarle lo cruel del ciclismo y lo poco que le ama la Vuelta que él tanto desea. En el descenso del Torcal, con Contador huido en una de esas apariciones tan suyas, donde muestra los dientes, baila como un poseso y retuerce el alma, a Froome le visitó la mala fortuna, que llamó dos veces a su puerta. El cartero traía malas noticias. Las desgracias nunca vienen solas. Una primera caída le obligó a echar pie a tierra y cambiar de bicicleta porque se le había dañado la montura. Nervioso, deseoso de ordenar el caos, Froome se hizo un nudo de ansiedad y en la siguiente curva derrapó. Cuerpo a tierra. Alarma. Otra vez al suelo cuando trataba de remontar entre coches. Esa conjunción le aisló del grupo de favoritos, a la caza de Contador, que contó con la colaboración de Theuns, que le esperó tras quedarse en la escapada en la que viajó el ganador del día.

persecución Por un instante, los nobles, salvo Contador, que se había declarado en rebeldía y desgañitaba su rabia, esperaron al líder. Fue un instante de duda hasta que cayeron en la cuenta de que no podían dejar alejarse más de la cuenta al madrileño, que dispuso más de un minuto de ventaja sobre el líder. Froome, aunque magullado, con la piel marcada, el culotte roto y la moral abollada por el doble percance, pudo continuar. No se rindió. Con potenciómetro o sin él es un campeón. Se levantó y se enganchó a sus sherpas, Poels y Nieve, los que resistieron la detonación de Contador en el Torcal, que diezmó al Sky. Los tres pusieron las sirenas y ulularon una persecución en la que el madrileño, un Quijote, perseguía una quimera. Nibali, el más favorecido por el incidente, se alió con el Astana; Pello Bilbao y Miguel Ángel López contribuían para Aru. De la Cruz prefirió apartarse. “Me enteré de la caída de Froome y no quise tirar, no me pareció correcto aprovechar la desgracia de los demás porque en la vida todo vuelve”. Froome no estaba para debates éticos ni morales. Tenía prisa. No quería una revolución tras dos revolcones. Solo recortar diferencias. “No vi cómo reaccionaron los demás, lo único que hice fue concentrarme junto a mis compañeros para tratar de enlazar y perder lo menos posible”. Lo consiguió. Esa fue su victoria. Con Poels y Nieve exprimiendo su lealtad al máximo, Froome pudo rehabilitarse a tiempo. Minimizaron pérdidas. Contador raspó 40 segundos al líder tras un oda a su ciclismo de ataque y a la valentía, que dice estar en desuso por los potenciómetros. Nibali, De la Cruz, Aru, Chaves y los otros, que nada expusieron, alcanzaron la meta 20 segundos después del madrileño y endosaron una veintena a Froome. En Antequera, por donde siempre sale el sol, llegó la sombra del británico, lijado por Contador.