Spa-Francorchamps - El Gran Premio de Bélgica, duodécima estación del tren mundialista, se prolongó durante casi hora y media con un total de 44 vueltas. En prácticamente la totalidad de ellas, el primero y segundo clasificado se vieron distanciados por una diferencia que osciló entre el segundo y los dos segundos. Un suspiro, ciertamente. Un abrir y cerrar de ojos que impuso la tensión en cada centímetro del circuito Spa-Francorchamps. Lewis Hamilton supo lo que es sufrir para ganar; Sebastian Vettel escenificó su ambición con un tesón difícilmente igualable. Jamás se dio por rendido el alemán, lo que tensó el debate por la victoria hasta los metros finales, sin pecar de excesos de ansiedad por ver la zanahoria ante sí durante casi toda la carrera. Hamilton reinó de inicio a fin, pero con la amenaza permanente en los talones, lo que da buena cuenta de la actitud de ambos candidatos a la corona de Fórmula 1, inflexibles en sus empeños, excepcionales gestores del nerviosismo. Y también con una finura en el pilotaje que parió dicha igualdad, propiciada por unas mecánicas que ofertan una célebre competencia.
A lo largo de las 44 vueltas, Vettel, impetuoso, únicamente gozó de una ventana de tres vueltas con la virtud del DRS para cazar el liderato. Dos de ellas llegaron de forma natural, mediante el ritmo de carrera, pero la tercera de ellas la posibilitó la aparición de un coche de seguridad en pista, cuando el cuentavueltas marcaba el abrazo número 31 a Spa. Ni Eau Rouge, la curva más famosa del campeonato, estiró los márgenes de Hamilton, que sin embargo no cometió el más mínimo fallo, igual que Vettel, quien sí tuvo el chance que le brindó la aparición del safety car y la anulación de las diferencias reinantes en ese momento, que, como se ha dicho, no sobrepasaron la frontera de los dos segundos, la empalizada que alzó Lewis para blindar su condición de poleman.
Antes, en la vuelta 15, Ferrari se organizó de manera que, cuando visitaron sus garajes Hamilton y Vettel, Raikkonen se instaló frente al británico para tratar de frenarle. El finlandés se antojaba cepo para las expectativas del inglés. Estrategia muy interesante que se vio desarbolada por Hamilton a las primeras de cambio. Ayer el inglés no perdonó. Fue voraz. Antojaba la justicia que imponían sus manos, su destreza, su confianza, su templanza, su precisión de investigador molecular. Que Vettel rascaba una décima, Hamilton rechinaba su dentadura y fabricaba otra décima para contrarrestar. Así 44 vueltas. Sin cese. Sin coartada. Asfixiados el líder y el segundo por sus empujes.
La buena noticia de Ferrari sigue siendo la escasa diferencia entre el monoplaza de Vettel y el Mercedes de Hamilton. Si bien, hay un detalle que reza muy en favor del bólido alemán, y es que cuando se relanzó la prueba, mediado el safety car (giro 34), Hamilton contaba con unos neumáticos con un compuesto dos escalas más duro que Vettel, lo cual favorecía al germano de cara a un posible ataque en las últimas diez vueltas.
En cuanto a Fernando Alonso, una de cal y otra de arena en el mismo escenario. Al poco de nacer el optimismo, de brotar la esperanza, se fundió la ilusión. En apenas 250 metros, en el disparo de salida, ganó tres posiciones; en seis vueltas, ya había perdido cuatro plazas. A partir de ahí, todo fue desangrarse. En esta ocasión el asturiano abandonó por problemas mecánicos en la vuelta 27, cuando rodaba duodécimo, sin opciones de puntos. Octava retirada de once posibles antes de ver la bandera ajedrezada para un tipo que condicionaba su futuro a la competitividad de su coche. Si es así y decide su trayectoria en septiembre, como aseguró, el porvenir sigue vestido de luto, es oscuro. Tanto si permanece en McLaren o si se muda. El coche actual es indigno y los asientos vacíos para 2018 no parecen poder colmar sus expectativas de proclamarse tricampeón mundial. “Es vergonzoso”, atestiguó ayer por radio Alonso, que carecía de unos 20 kilómetros por hora respecto a la competencia.
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