EL mejor partido de la historia no sirvió para decidir un título. No reunió a millones de personas delante de la televisión ni a decenas de miles en las gradas de un gran pabellón. No se jugó en una ciudad de gran tradición baloncestística ni terminó con un marcador para el recuerdo. El mejor partido de la historia fue, de hecho, un partidillo de entrenamiento. Se jugó a puerta cerrada y las imágenes que se guardan proceden de una sola cámara. La contienda se disputó en Montecarlo, enclave anónimo en lo que a tradición sobre este deporte se refiere, y terminó con un anodino 40-36.
EL sábado se cumplieron 25 años del partido más grande que nadie presenció, como ha quedado bautizado en Estados Unidos. Aquella matinal del 22 de julio de 1992, en un vetusto gimnasio, el Dream Team, el equipo más grande de la historia, la constelación de estrellas de la NBA que impulsó el baloncesto hacia una nueva era y convirtió definitivamente la liga estadounidense en un producto de consumo planetario, se dividió en dos para vivir sus momentos de mayor tensión y competitividad desde su primer entrenamiento hasta su despedida desde lo alto del podio olímpico. Por un lado, el Blue Team con Magic Johnson, Chris Mullin, Charles Barkley, Christian Laettner y David Robinson; por otro, el White Team con Michael Jordan, Scottie Pippen, Larry Bird, Karl Malone y Patrick Ewing. Clyde Drexler y John Stockton, tocados, vieron en espectáculo desde la barrera.
Tras ganar los seis duelos del Torneo de las Américas por un promedio de 51,5 puntos, el Dream Team había llegado un par de días antes a Montecarlo para un stage de seis jornadas con más tiempo para el golf, los casinos y las fiestas en clubes de lujo que para entrenamientos. En la noche del día 20, los jugadores y técnicos fueron invitados a una cena de gala presidida por el Príncipe Rainiero y su hijo Alberto que dejó momentos para la historia por las estrictas normas de protocolo. Cuando la comitiva fue informada de que no se podían sentar ni levantar hasta que lo hiciera Rainiero, Daly respondió: “¿Y qué ocurre si tengo que ir al baño? Yo tengo ya una edad”. También fueron informados de que no podían llevarse el tenedor a la boca hasta que lo hiciera el Príncipe y que todo el mundo debía parar de comer cuando él lo hiciera. Barkley no podía dejar pasar la oportunidad para quejarse: “¿Y qué si sigo teniendo hambre? Joder, puede que él haya picoteado algo antes de venir a cenar”. Genio y figura.
La siguiente noche, Estados Unidos jugó un amistoso contra Francia. Pese al pobre espectáculo -Jordan se presentó pocos minutos antes del pitido inicial tras pasarse todo el día jugando al golf-, las estrellas de la NBA se impusieron por un dictatorial 111-71. Pero el seleccionador, Chuck Daly, no estaba satisfecho. Que los galos llegaran a mandar por 8-2 o 16-13 era anecdótico, pero la posibilidad de que sus jugadores cayeran en un exceso de relajación le preocupaba. Por eso decidió convertir la sesión de tiro de la mañana del 22 de julio en un partido y antes del salto inicial gritó una consigna: “¡Dad todo lo que tengáis, quiero que deis todo!”. La baja de Stockton hizo que Jordan y Magic se emparejaran de principio a fin, Barkley y Malone se retaron constantemente queriendo demostrar quién era el mejor cuatro, lo mismo que Ewing y Robinson, los mejores pívots del planeta con permiso de Olajuwon. Bird, con su espalda hecha añicos, quería exprimir el baloncesto que le quedaba ante el creciente Mullin, Pippen estaba obsesionado por quitarse la etiqueta de escudero de Jordan... En definitiva, una extraordinaria lucha de egos y generaciones con un eslabón débil: el universitario Laettner. De él dijo Barkley, quién si no, que en su debut en la NBA iba a ser “el tío más fuerte de la liga, se ha pasado el verano llevando las maletas de doce tíos”.
Retos de principio a fin Nadie ha documentado la singladura del equipo estadounidense desde su gestación hasta la consecución del oro, especialmente ese duelo de Montecarlo, con la exhaustividad y riqueza de detalles y testimonios de Jack McCallum en su libro Dream Team. En sus páginas, narra que nadie arrancó aquel partido más enrabietado que Magic Johnson. El mito de los Lakers había tenido que retirarse el año anterior tras contraer el virus del VIH pero sus ganas de demostrar al mundo que seguía siendo el mismo de siempre seguían intactas. Con él como motor de ignición y Barkley y Laettner como ejecutores, el Blue Team empezó mandando 7-0. Jordan empezó a calentarse y poco después llegó la primera discusión entre ambos por la legalidad de un tapón. El árbitro, italiano, dio la razón a Magic: 11-2. El astro de los Bulls siguió encendiéndose, pero el siguiente conato de bronca tuvo como protagonistas a Magic, una vez más, y Karl Malone. El Cartero gritó en la cara del árbitro que “no todos los contactos sobre él son falta”. “Wooow”, le respondió el base tras un pase perfecto para Mullin (13-4).
Jordan empezaba a estar cansado de su falta de protagonismo. En la siguiente acción forzó un triple que entró tras dar en el tablero (13-7), pero Magic respondió gritándole un “¡justo igual que tú!” antes incluso de que la bola entrara (16-7). El partido era ya un asunto personal entre ambos. Cada canasta, una mirada de desafío. “Los Jordanaires van perdiendo”, lanzaba el ex de los Lakers con 19-7, usando el mote por el que se conocía antes de los anillos a los compañeros de Jordan en los Bulls cuando se les quería hacer de menos. “Controlad el tiempo”, ordenaba el gran Michael, ya visiblemente cabreado, al árbitro y a la mesa. Se acabó cualquier atisbo de duelo amistoso. Jordan empezó a entregarse a fondo y con Pippen y Ewing como compinches el White Team enlazó un parcial de 14-1 para pasar a dominar. Con el 21-20 es Magic el que se desesperaba. “Parece que estamos en el Chicago Stadium”, criticaba al árbitro, enfadado con su criterio. El jugador que hizo de la asistencia un arte cayó en la trampa de llevar el duelo a una pugna personal con un Jordan en su cénit y empezó a perder terreno para desesperación y enfado de sus compañeros, sobre todo Barkley. Al duelo solo le faltaba mayor protagonismo de Bird pero su espalda no daba para mucho.
Con el paso de los minutos, Jordan imponía su dominio y soltaba cada vez más su lengua ante un Magic que ya no sonreía. El White Team dominaba, pero su rival no perdía comba. Nadie quería salir de ese gimnasio derrotado. Los contactos se recrudecían, también las protestas. “Deja de pitar mierda”, le gritó en su cara Malone; incluso hubo una acción en la que Barkley corrió en su dirección haciendo aspavientos y gritando. El ya fallecido Daly, que diplomáticamente daba por finalizados casi todos los partidillos de entrenamiento cuando iban empatados, reconoció años después que llegó a temer que alguno de los duelos verbales acabara en pelea, pero quedaba un minuto y medio y nadie estaba dispuesto a una solución pactada. El Blue Team se acercó hasta el 38-36, pero en la última jugada Jordan fue objeto de falta y no perdonó desde la línea de tiros libres.
El duelo acabó con aquel 40-36, pero no el trash talking. De ello se encargó Jordan. Mientras Magic, Barkley y compañía mascaban su derrota lanzando tiros libres, él se dedicó a pasear por la pista dando palmas. Sus ganas de burla llegaron a su punto álgido cuando cogió un vaso de Gatorade, marca con la que había firmado un contrato millonario, y se puso a cantar a pleno pulmón la canción del anuncio que él mismo protagonizaba y en cuya parte central se decía I wanna be like Mike (Quiero ser como Mike), en referencia a sí mismo. “En muchos sentidos, fue el mejor partido que jugué en mi vida. Era en un pabellón cerrado, sin público; era solo baloncesto, no se jugaba de cara a la galería. En esos choques se ve el ADN de cada jugador, lo que es capaz de hacer solo por el hecho de ganar”, dijo años después el mítico 23 a McCallum, añadiendo: “A Magic el enfado le duró dos días”. ¿Y la opinión de la leyenda de los Lakers? “Michael entendía ese sentimiento porque él era igual. Pero si él hubiese perdido, habría sido peor para todos. Porque yo era capaz de pasar página en estos asuntos después de cierto tiempo. Michael no, él nunca pasaba página”.
El resto de la singladura del Dream Team es historia del deporte. Angola, Croacia, Alemania, Brasil, España, Puerto Rico, Lituania y de nuevo Croacia en la final (117-85) nada pudieron hacer en el camino hacia el oro de los Juegos Olímpicos de Barcelona’92 del mejor y más icónico equipo de la historia, una constelación de estrellas que brilló con más intensidad y tensión competitiva que nunca un 22 de julio de 1992 en un anónimo pabellón de Montecarlo.