RODEZ - En la ceremonia que premió al mejor equipo, Froome, dichoso de amarillo, su color, miró a Landa, que posaba junto él con la blancura del Sky. Compartían plano y protagonismo en la orla de grupo. Dos en uno. El británico giró la cara, un emoticono de felicidad, y sonrió al alavés. Era la suya una sonrisa de ganador, de pura satisfacción por reconquistar el liderato de un modo inopinado. La agradable sorpresa también contenía un mensaje suave, amable, risueño, de voz queda, pero contundente como un taconazo marcial. Froome es el jefe. En Rodez, en un repecho, obligó a que se cuadrara Landa. Froome maniató el alavés. La cordada del Sky es un lujo al servicio del británico. Enganchado al rebufo del fiel y espléndido Kwiatkowski, una moto que traza de fábula, entró por la cerradura del repecho de Rodez para abrir la vitrina del Tour. De Landa nadie se acordó. Candado. El alavés no tuvo a nadie que le subiera a hombros en una llegada tramposa que resolvió Matthews de maravilla. Froome le calzó 14 segundos a la mochila, que nos es demasiado tiempo, pero el gesto tiene un tremendo valor simbólico. Froome se abrillantó los galones con una sonrisa. A Aru, el líder solitario, le colocó 24 segundos. El italiano se quedó pálido en Rodez, a 18 segundos del liderato del británico. Al pizpireto Aru le mudó la alegría por el desconsuelo. Descompuesto el rostro, sin marco, los ojos colgándole, la boca abierta para ventilarse. En la orilla opuesta, Froome se dio un chapuzón de autoestima. Sonreía.
Froome caminaba con zapatillas de casa mientras el resto trataba de acceder al jardín. Había que saltar vallas. Carrera de obstáculos. Ahí se trastabilló el líder, que sin equipo, le costó horrores el remonte. El sardo se encontraba a un viaje lunar de Froome cuando la carrera entró en ebullición. Esa distancia le penalizó. Opinaba Landa -el de Murgia compartió maillot con Aru en el Astana- que siendo mal pensado, a Aru le conviene dejar el control de carrera al Sky. El rostro ahogado del sardo no era un simulacro. “A un kilómetro y medio de meta el grupo ya se estaba dividiendo en mil pedazos y yo estaba demasiado retrasado, traté de recuperar más tarde, pero ya fue demasiado tarde”. En esa pérdida también estuvo Bardet, que se dejó un pellizco de 4 segundos. Quintana y Contador perdieron 21. El colombiano se curó en salud. “Al final se piensa más en la seguridad y en tener más oportunidades más adelante para evitar las caídas. Estas llegadas son difíciles. La colocación no fue tan buena y nos hemos dejado unos segundos”. El madrileño aseguró que “ni tan siquiera había visto el libro de ruta”.
la voz de kwiatkowski En el equipo británico no perdieron detalle. En un final a puro galope, arengado por el BMC que quería recuperar el festejo de Van Avermaet en 2015, se imponía prestar atención. El Sky, el equipo de las ganancias marginales, lo escrutó desde el monitor del coche. Las imágenes no engañaban: el final laberíntico, el pelotón ensillado sobre un cohete, era el anuncio de un chupinazo como el que da salida al encierro de San Fermín. Era una estampida. Vías estrechas, riesgo en cada curva, vallado, mucha velocidad y tipos jugándose el tipo. Guiado por la trazada de Kwiatkowski, Froome se situó de maravilla. Sobre una atalaya. Aru estaba perdido en la foresta, sin brújula, ni un hilo del que tirar. Aislado. Astana no tiene reclutas. Aru era un Robinson Crusoe. “La diferencia con Froome (18 segundos) tampoco es exagerada. El Tour sigue abierto. Voy a tratar de recuperar”. La soledad también abrazó a Landa, otro isleño.
Kwiatkowski, los ojos de Froome, su lazarillo, fue después la voz de su aceleración. “Kwiatkowski, que me ayudó mucho y fue quien me gritó: ‘vamos, vamos, que has abierto hueco’... Es increíble escuchar eso”, expresó el británico. Música celestial para Froome, que reaccionó con contundencia a la arenga. Un aullido que bien puede valer un Tour. “No esperaba lograr 25 segundos aquí”, apuntó. Al fin liberado, Froome conectó con su mejor pose tras el bloqueo de Peyragudes, donde se le descascarilló la máscara y se le vio el alma, doliente, a través del amarillo traslúcido. De blanco, centrifugando los pedales, Froome dio con una veta de oro en un jornada que repartió carbón. Rodez tuvo más peso que Chambéry o Peyragudes. El Jura y los Pirineos concentrados en 600 metros con un 9% de desnivel. “Hay que pelear cada segundo”, dijo Froome, feliz en su piel de siempre, una vez atado Landa, que camino de Foix abrió un debate que Nicolas Portal, director del Sky, zanjó. “Mikel se siente fuerte y en el equipo está abierto a todas las opciones. Pero eso no es un problema para nosotros, porque tenemos una estrategia y Mikel sabe a lo que ha venido”.
El del británico fue arranque de genio protegido por el caparazón del Sky. Kwiatkowski fue su avanzadilla. Landa se buscó la vida en una subida exigente y repleta de tráfico que puso el Tour del lado de Froome ante el empeño absurdo de los derrotados, que reclamaron la tabla de tiempos para colocar una tirita en la herida abierta. El repecho de Rodez contó segundos como las cuentas de un rosario. Penalizaron muchos. No Urán, el tapado que tiene a tiro el liderato y en el que nadie se fija. El colombiano continúa al acecho. Tampoco se quejó Matthews, estupendo su remate ante Van Avermaet. El australiano se llevó el laurel. La gloria se la reservó el fortalecido Froome. “No pienso perder este maillot”.