BERGERAC - A Mikel Landa la libertad se le atascó en el diccionario el día que Chris Froome supo de su talento durante el Dauphiné del año pasado. Quedó prendado el británico del la excelencia montañera del alavés, un tipo alado en las cumbres, y ordenó su reclutamiento para el Tour de Francia de 2016. En la Grande Boucle, al alavés le mordió una lesión. El dolor le atrapó el organismo a través del psoax. A pesar de ello, Landa desanudó las piernas y se entregó. Facilitó junto a otros porteadores del Sky la tercera ascensión al Olimpo de Froome, que luce una corona con tres picos. Aquella lesión impidió a Mikel Landa disputar la Vuelta, una prueba señalada en su almanaque. Con todo, nada comparable al Giro, la carrera por la que suspira el alavés, tercero en 2015 y que se vio obligado abandonar en 2016 por un virus. A comienzos del presente curso, a Landa le prometieron pechera de general en el mayo rosa hasta que Geraint Thomas apareció en escena y quiso el mismo tratamiento de alteza. El Sky no supo decir que no al galés y le concedió galones. Landa y Thomas compartirían estatus. Un gobierno de cohabitación para el Giro.
Aquello laminó el ánimo del alavés, que no entendió la decisión adoptada por el puente de mando del Sky. La confianza se resintió. Metido en carrera, una moto derribó a Landa camino del Blockhaus. El mismo destino cazó a Thomas. El galés dejó la carrera días después por los dolores. Landa, refractario a los lamentos, no se rindió. Siguió. Aunque aquel día la general dejó de tener sentido para él, se reconstruyó para dibujar otro horizonte. Sin necesidad de acceder a la planta noble, entró por la puerta grande del Giro con la ganzúa de su talento. Se liberó y se expresó como más le gusta. Al asalto. A toque de corneta. Con ese estruendo confeccionó unos pasajes estupendos por el skyline del Giro. Postales para el recuerdo. Venció en Piancavallo después de varias exhibiciones. En Bormio y Ortisei rozó la gloria. Landa, desencadenado. En su mejore versión. El alavés, en tromba por las moles del Giro. Así se pintó de azul. Rey de la montaña. Ocurre que el Sky solo dispone de un monarca, Chris Froome. Monarquía absolutista. No hay lugar para la disidencia. Como sucedió un año atrás, el británico le quiso de nuevo para el Tour. Landa, que imaginaba la Vuelta, se plegó a los deseos de su equipo.
Para el Sky, el Tour es su razón de ser, la idea matriz por la que se creó, y todo órbita alrededor de ese planeta que Froome pretende conquistar otra vez para aproximarse a los más grandes. En esa compleja misión, se impone el espíritu de los mosqueteros. Uno para todos y todos para uno. “El objetivo es que Froome gane el Tour”, dice Mikel Landa, que anhela un equipo que le convoque como líder indiscutible, sin más servidumbre que el de buscar la victoria. Mientras determina esa búsqueda, un destino que clarificará en las próximas semanas, el Tour de Francia enjaula el ciclismo de Landa, que en el meridiano de la carrera, es noveno de la general una vez desplegado el Jura. “Me encantaría terminar entre los 10 primeros, pero será algo complicado porque hay que trabajar para el líder, y tampoco será fácil ganar una etapa”, expone lacónico el alavés.
En esa reflexión converge el conflicto de Landa, la lucha entre el deseo y la realidad. El de Murgia, que posee el alma libre de los pájaros, sabe que tiene que correr con correa, ser uno más en el eslabón de la cadena del Sky, un equipo piramidal y en cuya cúspide brilla el sol Froome. Agujereada la estructura del equipo británico por la caída de Thomas, que mandó al Galés de vuelta a casa, el papel gregario de Landa se ha reforzado. Toca más tajo y menos esperanza. “Perdimos a Thomas y vamos con uno menos, lo que supone que tendré menos libertad”. Landa necesita más horizonte. Le ahoga el bozal.
“Cada día mejor” Consciente de su rol en la Grande Boucle, Mikel Landa, al que le gustaría mostrar su enérgico y vibrante repertorio como solista, sabe que su destreza musical queda supeditada al sonido de la banda. “No sé las bazas que voy a poder jugar, pero estamos aquí para ganar el Tour con Chris Froome”. Ese es el mantra que suena en bucle en el hilo musical del Sky, que observa en Landa a un guía inmejorable para la montaña, un rastreador formidable y un secante para los adversarios del británico. “Ahora mismo los rivales de Froome son Fabio Aru y Romain Bardet, por lo menos hasta el momento han sido los más ofensivos. A Nairo Quintana y Alberto Contador no los descarto, pero no son sus mayores enemigos”. Después de completar un Giro estupendo, Landa se siente cada vez mejor en la piel del Tour, a un palmo de los Pirineos y a la espera de los Alpes, el territorio donde mejor se desenvuelve el de Murgia. “Estoy bien, cada día mejor. Después del Giro me costó volver a coger la forma, pero voy mejorando. Espero estar a buen nivel el fin de semana y aún mejor para el tramo final del Tour”, concluye Landa, atrapado entre la poesía que le quiere libre y la prosa que le desea atado.