DÜSSELDORF - Un buen día a Alberto Contador se le ocurrió disparar victorias. Le sobraba cargador y puntería. Tenía el gatillo fácil y no le temblaba el pulso. Certero. Letal. Cada vez que ganaba desenfundaba y apretaba el gatillo de su imaginario revólver mientras acompañaba el proyectil con una media sonrisa. El rostro del ganador. Del que se sabe el mejor en cualquier duelo. Era aquel disparo ficticio, con la mano, un modo de festejo, como esos alocados disparos al aire en el salones del viejo y salvaje oeste cuando se cobraba una recompensa y un pianista ponía música a la borrachera de felicidad. Cada diana era una muesca más en la culata de un corredor que humeaba, explosivo, dispuesto a incendiar la historia del Tour de Francia, la carrera que más ama el madrileño. “El Tour es la carrera más importante del mundo”, dictamina. Con ese gesto que hizo marca, el símbolo que decora su bicicleta, una seña de identidad, su firma, celebró el triunfo del Tour de Francia de 2007 desde lo más alto del podio en los Campos Elíseos de París. Quería hacer blanco en el futuro de la Grande Boucle. El revólver más certero de Francia. Desde entonces a Contador le llaman el pistolero, aunque a su revólver, más ajado, le quedan menos balas y a sus piernas, menos pólvora.

Diez años después de aquel triunfo, el Tour vistió al madrileño con un sombrero y dos pistolas en los dibujos que ha trazado en las redes sociales para representar a los favoritos a la victoria. A Froome, se le ve corriendo, como cuando emprendió aquella huida a pie hacia la cumbre del Mont Ventoux sin bicicleta. A Quintana le han colocado una capa de superhéroe y a Richie Porte le han rematado el rostro con la cabeza de un demonio de Tasmania para subrayar su ferocidad. Todas esas son representaciones modernas. La rúbrica de Contador es más vieja. También su discurso. El de siempre. “Me he preparado para ganar. No para ser segundo”. La motivación del podio se le queda corta. No le satisface. Exuda juventud y rebeldía. Siempre joven. Continuamente hambriento. El madrileño tiene 34 años y salvo Valverde, que ha cumplido los 37, el resto de aspirantes a la gran victoria son más jóvenes que él. Froome, tricampeón y el gran favorito, tiene 32; Richie Porte, el que mejor forma ha demostrado cuenta con 32; Nairo Quintana, tres podios en París, suma 27 y Bardet, que el pasado año fue segundo, apenas respira 26. Contador no solo pelea contra enormes rivales, también se enfrenta al tiempo, el polígrafo más cruel.

Ha transcurrido una década desde que Contador izara su bandera en París. Apenas tenía 24 años y era el corredor destinado a marcar una época. Entre aquel Contador y el del presente, el madrileño obtuvo otro Tour, el de 2009, y le quitaron el de 2010 por dopaje. A partir de entonces su relación con la carrera francesa se enfrió. Le retiraron el quinto puesto de 2011. Desde su regreso tras la sanción, Contador no ha vuelto a pisar el podio en París. Fue cuarto en 2013 y quinto en 2015. En 2014 y 2016 se vio obligado a abandonar. Su recuerdo más reciente le sitúa frente a una retirada dolorosa tras padecer dos caídas en los primeros días y sufrir un calvario después, todo ello en medio de una guerra abierta en Tinkoff, que aún gotea un año después. Contador cambió de equipo y se enfundó el maillot del Trek que luce en la actualidad, pero eso no ha impedido los constantes ataques de Oleg Tinkov, el que fuera propietario del equipo en el que Contador corrió durante cuatro temporadas. “¿Se confundió Cardoso con la sangre de Contador?”, lanzó el magnate ruso a través de la redes sociales cuando se confirmó el positivo por EPO del ciclista portugués que iba a acompañar a Contador en el Tour.

“QUIERO GANAR SIEMPPRE”. Ajeno a las maniobras de desestabilización, Contador, carácter de campeón el suyo, se resiste a claudicar y anuncia que alcanza la salida de Düsseldorf con más frescura que el pasado año, donde las heridas de Normandía le tacharon de inmediato. “He trabajado con calma y con más intensidad en el último periodo. Me siento muy bien y con mucha confianza”, expone. Si bien lejos de la plenitud, de la exuberancia de los años felices, los de sus ascensiones al ritmo de ametralladora, alumbra Contador que su aterrizaje es mejor que el de los años precedentes, en el que según su criterio le lastraron las caídas, los malos días en carrera o el cambio de código postal. Cuestiones todas que alteraron el equilibrio necesario para elevarse en Francia sobre el resto. “En ningún año se me han presentado las condiciones idóneas”, argumenta.

Afirma Contador que accede al Tour pisando sobre una alfombra más mullida, sin la mochila de fatiga. “El años pasado terminé Dauphiné muy cansado, pero esta temporada es diferente. Tengo mejores piernas y las sensaciones son mejores. Estoy mejor que el año pasado”. En un curso en el que se ha abonado al dos, -fue segundo en la Vuelta a Andalucía, en la Volta a Catalunya, en París-Niza y en la Vuelta al País Vasco-, sus pretensiones no se han alterado ni un pulgada. Mantiene firme un deseo ancestral, inequívoco. “Quiero ganar siempre. Hace muchos años que gané el último Tour de Francia, pero no quiero ganar por ese motivo, sino porque es la carrera más difícil que hay”, apunta el corredor madrileño, que no desea mirar al porvenir más allá de las tres semanas que vienen, las que transcurrirán entre Düsseldorf y París. “No sé si es mi última oportunidad, pienso en el día a día, no en el futuro”. En el aquí y ahora, Alberto Contador se lleva la mano a la cartuchera, dispuesto a desenfundar otra vez. “El perfil de este año es bueno para mí”. Suena retador el madrileño ante su mayor desafío: vencer a todos, a los rivales, al tiempo y al Tour. Probablemente, a Contador le reste la última bala en el tambor de su revólver.