piancavallo - A Mikel Landa, sentido, crepitándole el alma, la emoción a borbotones, los brazos se le fueron instintivamente al cielo, a la memoria de Michel Scarponi, su amigo muerto en la carretera. La vista del alavés, el depredador de las alturas, miró al techo de Piancavallo y las lágrimas se le cosieron al corazón alrededor de su familia, que le protege el ánimo durante estos días en el Giro. Landa encontró el abrazo inmediato de Andoni Sánchez, su masajista, amigo y confesor una vez honró a Scarponi. Luego le dio cariño su madre, que le acarició la nuca como solo las madres lo hacen. Landa sollozó la alegría con los suyos. Lágrimas de oro rosa. Lo agradeció el Giro. Bravísimo. El latido de Landa en la cima era el eco de un ciclista persiguiendo su sueño con la determinación de los locos maravillosos. En Piancavallo encontró la redención Landa. Ganó a lo grande, en solitario. Un uomo solo è al comando, il suo nome è Mikel Landa. Como Coppi. Un gigante.
Enorme, el murgiarra asaltó la gloria arrancándosela a las montañas con la dinamita de sus piernas, la pértiga de su clase y la bandera de la valentía. Incapaz de esconderse, Landa brotó en Piancavallo a lo campeón para vencer sin que nadie le sombreara la sonrisa.
Después de dos finales crueles, Landa, el irreductible, no tuvo que pensar en las curvas traicioneras que le birlaron la sonrisa en Bormio y Ortisei. En Piancavallo, sobre la huella que dejó el irreproducible Marco Pantani, el último ciclista que holló la cumbre, Landa se coronó en un trono que le añoraba. Rey de la montaña, dueño de las cumbres. El de Murgia, que se quedó con la rabia y la bilis, se reconstruyó una vez. A un campeón no se le mide por las veces en las que cae sino por el valor que demuestra a levantarse. Landa se puso en pie para mostrar su paleta de colores. Pintó la Capilla Sixtina en el paladar el Giro. Otra obra maestra para su colección de incunables. Landa huye de la mediocridad y de las gamas grises. Genio. Su demostración por la azotea del Giro es impagable para la memoria. Al fin, la brújula de su arrebatado dio con el botín en una carrera que quiso derrocarle la moral. Ocurre que el diván de Landa tiene forma de sillín. Ni la moto que le llevó al sótano en el Blockhaus, ni las dos derrotas por un palmo pudieron con la rebeldía de Landa, que acudía al Giro con la motivación por las nubes, su ecosistema.
El hábitat ideal de Landa, el sitio de su recreo, fue el patíbulo para Tom Dumoulin, que se quedó sin piernas en Piancavallo. Amputadas las piernas. “Malas piernas, simplemente”. Al holandés se le encogieron las fuerzas y Nairo Quintana, con el aspecto del superviviente, se sonrosó con una renta de 38 segundos sobre Dumoulin, que se pasó el día con la sirena de la persecución. Al comienzo, cuando perdió el hilo en un descenso y al final, cuando trataba de sobreponerse en Piancavallo. Junto a Quintana se elevó la candidatura de Nibali. Su espíritu maratoniano continúa vigente. La carrera, a la que le restan las migas, no se corre, se repta. Salvo Landa, que aún vuela. El murgiarra se liberó tras dislocar a Rui Costa en la subida definitiva. Entre los dorsales en fuga, también tintineó Pello Bilbao, que luchó con determinación para obtener un cuarto puesto. El gernikarra, que se dejó ver en el Etna, en la primera ascensión del Giro, condecoró su lucha durante días con una gran actuación en Piancavallo.
agitación desde el inicio En sus rampas se concentró la trama de una etapa con mordiente en su prólogo y su epílogo. Dos extremos. En ambas orillas, Dumoulin perdió color. A punto de ahogarse. El holandés subestimó el comienzo. Se despistó, como Froome camino de Formigal, y se amotinaron Quintana, Nibali, Pinot y Zakarin, impulsados por sus equipos. Junto al líder permanecieron Mollema, Yates... “Fue un mal día desde el comienzo, cometí un error de novato al quedarme mal colocado. Hoy (por ayer) tenía malas piernas pero mi equipo me ha salvado el culo”, dijo Dumoulin, colgando del péndulo. El Giro corrió despavorido durante 40 kilómetros, hasta que el líder cosió la herida en la segunda cota del día. Ese despertar agitado, fue el preludio de la crisis que padeció más tarde Dumoulin. En el valle entre ambas sacudidas, hubo tiempo para cháchara hasta que la muchachada de Bahrain elevó el tono de melodía sobre el felpudo de Piancavallo.
Allí entró Landa, que se acomodó en el asiento de atrás para ganar perspectiva. De natural impulsivo, Landa contuvo su relinche, su galope salvaje. Dejó que otros fueran Ícaros, que se les quemaran las alas al sol. Al trote, el alavés radiografió a todos. Era el más fuerte de los que quedaban. Se trataba de elegir el instante. Rui Costa trató de sorprender, pero Landa mantuvo la serenidad. Calma antes de la tormenta. En una de las zonas más duras de la ascensión, Landa se estiró. Luego, dejó que fluyera su corriente interna. Con su inconfundible pose, el manillar prensado por la parte baja, danzó sobre los pedales hasta la cima. En Dumoulin no hubo baile, solo plomo y entereza. Cerraba el grupo de los favoritos hasta que se quedó solo con su fiel Simon Geschke. Pellizotti, mayordomo de Nibali, daba coba al ritmo, del que nadie sobresalía. Era tal la escasez que Quintana tuvo que abrirse y certificar con sus propios ojos lo que le habían gritado por el pinganillo. El líder penaba persiguiendo. Otra vez solo y en silencio. Tampoco había ambiente para el jolgorio por delante, donde solo Pinot tuvo relieve. Quintana, el rostro encerado, y Nibali, susurraron en el último kilómetro, donde Dumoulin sacaba la lengua y el Giro se anudaba. Antes, había tronado Mikel Landa con toda su grandeza. El rayo que no cesa había asaltado el cielo.