canazei - Irremediablemente unido a los festejos y a las celebraciones, ninguna bebida cataliza mejor el estado de ánimo de la victoria que el champán, con su burbuja y su color dorado, un premio en sí mismo. Oro líquido. El chisporroteo de la dicha recorre la garganta con el champán. En Canazei, que nada tiene que ver con la región de Champagne, porque es blanco nieve, el de las pistas de esquí en invierno, los teleféricos y los turistas que se deslizan por sus inagotables pistas, se desparramó el champán. Lo bebió a morro Rolland, ganador de etapa y lo saboreó Dumoulin, dichoso el líder por un día de absoluta calma a la espera de la cascada de montaña que espera a partir de hoy. El holandés de rosa sonrió un día después de su calvario y su máscara de padecimiento. La botella de champán llevaba un tiempo enfriándose en la nevera hasta que la descorchó Rolland. Espumoso y burbujeante, el francés le dio un largo trago a la bebida después de pasar varios días entre gaseosa, el champán del proletariado y que solo celebra la rutina. La rutina de Pierre Rolland es escaparse.
El francés se fuga de sí mismo, de lo que puedo ser y no fue. Rolland fue cuarto en el Giro de 2014 y conquistó dos etapas en el Tour de Francia -el francés ha sido tres veces top 10 de la general-. Tuvo Rolland el aroma de las grandes expectativas, esas que no maduran del todo y explotan como las burbujas de champán, bellas y frágiles. Añoran los franceses el rastro de Hinault y Fignon y hablan de los tiempos de Anquetil, el hombre que puso en hora el reloj del Tour. Sin nadie capaz de personificar a la grandeur, celebran en Francia a monsieur Rolland, que no desprende glamour pero honra el ciclismo con valentía. Reciclado, Rollad ha cambiado de rol. Es un cazarrecompensas que pedalea con fe y retuerce la bici. Saca la lengua como Voeckler aunque su perfil se aleja del histrionismo de su compatriota, un compendio de mímica y sobreactuación. Rolland, más contenido, logró estallar en el momento exacto entre una cuerda de fugados con muchos intereses y escasa comunicación. “Había mucha gente y poco entendimiento”, radiografió Gorka Izagirre, tercero en meta por detrás de Rui Costa. El portugués y su fama de francotirador paralizó a todos en le grupo cuando Rolland, que coronó en cabeza los dos primeros puertos, el Paso de Aprica y el Paso del Tonale, se impulsó con la determinación de los sedientos que han recorrido demasiados desiertos. Años de arena y espejismos hasta que se subrayó el pecho. En Canazei encontró su oasis. Al fin en paz. Chin-chin.
evitar el desgaste Omar Fraile es guerra. No se pierde una el santur-tziarra, que también estuvo en el baile que contó con el beneplácito del pelotón, que se desentendió absolutamente de la turba salvo el Quick-Step que defendió el blanco de Jungels ante el acechó de Polanc. Los fugados no molestaban a los jerarcas, que corrían con la bola de cristal. Tratando de intuir el futuro. El presente era para los escapados, que recopilaron una amplísima ventaja en un día de media montaña que sirvió para que los favoritos se apuntaran a la calma en un recorrido que mordía. Resistir era vencer. Las grandes derrotas se emboscan en días así, que son una condena aunque parezcan una miércoles cualquiera. El día después de la miseria, nadie trató de trastear en el organismo de Dumoulin, plácida la digestión. “Después de lo de ayer (por el martes) no he tenido problemas. Hemos esperado y esperado”. Una jornada tediosa en la carretera y los patricios del Giro maravillados en mitad de la nada bajo la mirada gris granito del Sassolungo, uno de los centinelas de los Dolomitas. Mejor aburridos que estresados durante casi seis horas de letanía.
Omar Fraile prefiere la adrenalina y el alto voltaje. Amigo del rock&roll, agitó la coctelera cuando a la etapa le restaban 15 kilómetros entre paisajes deliciosos y carreteras con lija. A su salto le faltó continuidad. El movimiento de Fraile prendió la mecha. Zafarrancho. El acelerante anidó sobre Conti, Rui Costa, Busato y otros. Sutherland, compañero de Gorka Izagirre en el Movistar, también amagó. Se imponía el fogueo, como el paint-ball en una despedida de soltero, que mancha y pica, pero no hiere. En ese juego de simulacros, Rolland disparó con bala de plata. Percutió con el espíritu de los que ansían una vida mejor. Cerró de un portazo el pasado y se largó con la maleta repleta de convencimiento. El resto se quedó pasmado. En Canazei, Rolland dejó la gaseosa que tuvo que tragar el día de gloria de Omar Fraile. “El año pasado fue difícil, pero hoy me tomé la revancha. Estoy muy feliz”. Y abrió la botella de champán.