2 César Ortuzar
FOLIGNO ? Al Giro que emergió de la Segunda Guerra Mundial le denominaron el Giro del Renacimiento. Había razones de sobra en aquella Italia taladrada por la metralla, la muerte, el hambre y la desesperación. El Giro, en el que Coppi y Bartali vociferaban su pugna, fue la cura de un país hecho jirones. Décadas después de la mayor locura que se le recuerda al ser humano, el Giro recuperó la esencia renacentista bajo el sol del reloj. El tiempo, dicen, todo lo sana, aunque la cicatrices perduren a modo de recordatorio. Foligno, donde se instaló la rampa de lanzamiento de la crono individual, es una ciudad moderna porque las bombas de los aliados borraron su pasado. Enclavada en el centro de Italia, en la región de Umbria, la ciudad apenas posee huella de su memoria arquitectónica. Imprescindible nudo ferroviario, cordón umbilical de Italia, Foligno fue una diana en la guerra. Quedó devastada. Solo el Ayuntamiento y algún que otro palacio e iglesia entroncan con la Italia de siempre.
De ahí, de un paisaje moderno, reconstruido, despegó Tom Dumoulin. Tren bala. El holandés fue una locomotora que unió Foligno y Montefalco antes que nadie para tejer la maglia rosa, una prenda que no le es ajena. La tricotó con el mecanismo de sus piernas. Dos columnas. El holandés, exacto, poderoso en cada giro de su mecanismo, se puso en órbita y dio un segundo aire al Giro cuando se posó sobre Montefalco, que contiene lo que se espera de Italia: belleza, pasado, recuerdos, iglesias y museos que celebran a San Francisco de Asís, que se negó a la opulencia y optó por la pobreza. Cerca de Asís, el triunfo de Dumoulin enriqueció el Giro. Su aplastante victoria le puso otro semblante a la carrera italiana porque Nairo Quintana, el jerarca que encandiló en el Blockhaus, se dejó 2:57 frente al expreso holandés. “Hemos perdido más de lo que esperábamos. Dumoulin se ha salido”, dijo el colombiano sobre la crono, en la que se reforzó el holandés, que “está demostrando una gran forma también en la subida y seguramente sea el rival principal a partir de ahora”. Parpadea Quintana segundo en la general, a 2:33 del fastuoso holandés, puro derroche en la crono, que también sirvió para restablecer a Geraint Thomas, segundo en Montefalco, y a Mikel Landa, recuperado para la causa tras el incidente de la moto.
Dumoulin, enfundado en el buzo Etxe-Ondo, la misma sastrería que vestía a Miguel Indurain, el rey del reloj, también fue en moto. La suya es de gran cilindrada. Luce un enorme motor a pesar de que limó su chasis para subir mejor. Su actuación en una crono dura, aserrada, certificó su naturaleza de contrarrelojista. Campeón de su país en la especialidad, Dumoulin refuerza su candidatura después de que en el Blockhaus supiera mantener el tipo respecto a Quintana. Alrededor de Nairo, revoletean Bauke Mollema, Nibali y Pinot. Todos ellos revueltos a menos de tres minutos de Dumoulin en el meridiano del Giro, que pedaleará sobre una cúpula cerca del cielo en su última y estremecedora semana, un cúmulo de montañas, criaturas mitológicas rosas. Dumoulin, que estuvo a un palmo de ganar la Vuelta que se adjudicó Fabio Aru gracias a la detonación de Landa en la Morcuera, sabe que tiene que ganarle tiempo al tiempo.
Durante los 39 kilómetros entre Foligno y Montefalco, el holandés se dedicó a ello con devoción, con el mismo entusiasmo que un turista es capaz de subir más de trescientos peldaños para ver Florencia desde un campanario y que luego le dé un sofocón del que se debe recuperar con alguna que otra bofetada de una mano amiga. Dumoulin no hizo turismo pero sí dio un golpe sobre la mesa. El paisaje de viñedos que mecen los tintos más complejos con denominación de origen Sagrantino, por los que la región es famosa, no existió para él. Solo en un túnel del viento. Encogió la cabeza, metida en su coraza, a modo de una tortuga, para ser una liebre. Enorme, tendido sobre la geometría de su bicicleta, estirado como la piel del tambor, lo suyo fue un redoble que zarandeó a todos. Quintana, decorado en rosa, se sostuvo en el alambre del funambulista como pudo. No le sobró alegría al colombiano, que completó una crono decorosa, ni buena ni mala, pero con más pérdida que la prevista. Menudo, Nairo trató de mitigar la sangría respecto a Dumoulin. Su derrota ante la efigie holandesa, faraón en Italia, era una crónica anunciada. A Quintana se le esperaba en el Blockhaus y a Dumoulin en la cita con el reloj. Ambos exploraron con éxito las coordenadas de sus territorios.
gran exhibición En el barrio del tiempo, la Mariposa de Maastricht aleteó con fuerza y con la belleza propia que seduce a los biomecánicos cuando miran las posturas, los ángulo o la geometría. Dumoulin y la proporción áurea. En ese tono brillante discurrió Geraint Thomas, segundo en la etapa, que le sitúa cerca del top10, pero cuya pérdida global en la tabla de tiempos por culpa del accidente del domingo le redacta un Giro distinto. También a Mikel Landa, que pudo pedalear sin dolor, y completó el recorrido con entereza, pensando en el futuro después de que el pasado reciente le vistiera de mal fario. Para Landa, la crono, que hace no tanto fue una tortura, se convirtió en un respiradero en el que airear el espíritu de combate.
En la guerra entre Foligno y Montefalco sobresalió la pechera de general de Tom Dumoulin, cuya exhibición emparentó con aquellos vuelos rasos con los que Indurain apartaba a los escaladores de cualquier esperanza. La que buscó el belga Victor Campenaerts en la salida. Abierto el maillot, escribió sobre su pecho. “Carlien, ¿quieres salir conmigo? Quizás ahora me responda”. La de la cita romántica no fue la única duda a resolver. Aún queda por descubrir cuál será el grado de solidez de Dumoulin frente a las cumbres y el enjambre de ataques que le vendrán encima, el holandés obliga a un remonte considerable al resto. Además de Quintana, Mollema, que estuvo bien; Pinot, que le costó ajustar el reloj a pesar de ser campeón de Francia y Nibali, siempre dispuesto para la emboscada, deben pensar en el modo de asaltar el trono del holandés, que salió de las inmediaciones de Asís repleto de riqueza. El exuberante botín de Dumoulin fue el empobrecimiento de Nairo, al que arrancó la maglia rosa sin sutilezas para relanzar el Giro. l