“Aparte de la pérdida de sentido, la pérdida de valores y la degeneración estética del comportamiento, es posible encontrar todavía la Belleza. Inmutable, eterna, absoluta?”, reflexionaba Paolo Sorrentino, director de La grande bellezza. A Italia, además de la pizza, la moda y la Ferrari, siempre le quedará la Belleza, en mayúsculas, un lugar insobornable para el imaginario colectivo del país capaz de perdonar cualquier desliz ético, pero inclemente frente a los deslices estéticos. En ese mismo espacio, que comparte con la nostalgia, se ubica el Giro, la carrera que enamora con su sastrería rosa y el febril estado de los tifosi, la cuneta que cose la locura y la pasión por el ciclismo. El Giro de Italia, que emerge hoy en Cerdeña y claudicará el 28 de mayo en Milán, cumple 100 ediciones. La vecchia signora con más pretendientes de Italia.

En una carrera acentuada por la efemérides y por una cartografía sin parangón, nada tan majestuoso y solemne como las cumbres italianas, donde Stendhal bien podría sufrir otro rapto del síndrome que le atacó las entrañas en la Santa Croce de Florencia y le llevó al hospital abrumado por la sobreexposición a la belleza, confluye el ciclismo con la huella del recuerdo. En Italia, que venera su pasado porque no soporta la mediocridad de su presente y la vulgaridad que se adivina en el futuro, el ciclismo late en el altar por el que pedalearon las leyendas, ninguna por encima de Fausto Coppi, il campionissimo -celebrado a la voz de “arriva Coppi”-. Aquel fue el grito que despertó a la Italia de la posguerra, la voz que iluminó un país vestido con el drama de las heridas que goteaban guerra y el estómago vacío de la escasez. Tanta hambre que la comida, más que comerla, se olía. El alimento de los recuerdos. En el Giro que recogió la posguerra, sin apenas liras para los premios, los ganadores obtenían viandas a cambio de sus victorias.

Medio siglo después de aquel Giro bendecido por el Papa, en el que Bartali y Coppi engrandecieron su eterna lucha, la que dividía a Italia entre el viejo campeón y el nuevo mesías, se descubre el telón de las pasiones en un Giro donde comparece el asalto a los cielos de Nairo Quintana -“el más fuerte”, define Landa- en su búsqueda del oro rosa del Giro, venció la carreta italiana en 2014, y el laurel del Tour; la emboscada de Vincenzo Nibali, -“el más peligroso” para los cálculos del alavés- campeón en 2013 y 2016 y el descaro aventurero de Mikel Landa, tercero en la carrera de 2015. Todos ellos, además de Adam Yates, Thibaut Pinot, Kruijswijk, -tan cerca del triunfo el pasado curso hasta que cegado por el esfuerzo se cayó en el Agnello cuando atacó Niba- li-, Tom Dumoulin, Bauke Mollema subyugados por la belleza atemporal del Giro, que en su aniversario, ha provisto un recorrido que recorre todos los arquetipos de Italia, que es como se decidió fomentar la prueba para acercar el norte y el sur, dos continentes en un mismo país.

en el volcán etna La cohesión de Italia se articula más que nunca en un giro que aproxima las islas -Cerdeña, punto de arranque, y Sicilia, segunda parada donde aguarda el volcán Etna como primer gran escalón-, a la península, a la gran bota, que pateará a los dorsales sin misericordia en un trazado con un par de cronos, la última el día de cierre entre Monza y Milán, y una tercera semana colapsada por el amontonamiento de montañas de la escultórica Italia. Sobre ese Coliseo, como en el gran circo romano, se espera la esgrima entre Nairo Quintana, que alcanza el Giro en un estupendo estado de forma y un currículo formidable. “Estoy con muy buenas sensaciones. Me marcho contento para el Giro”, advierte el colombiano; Vincenzo Nibali, más sombrío que en otras ocasiones -“pero es muy peligroso”, determina Lan- da-, y el propio ciclista de Murgia, que desea recuperar la estampa de 2015, la postal que le retrató en el podio.

Para ser “protagonista de la carrera”, Mikel Landa, que compartirá gobierno en el Sky con Geraint Thomas, un asunto complejo con numerosas corrientes internas, ha interiorizado más que nunca que tiene que ser fiel a sí mismo, que su ciclismo no se entiende sin sus geniales arrebatos y el estridente sonido del toque de corneta. Al ataque. “Iré al ataque porque eso me hace feliz”, dijo Landa a este periódico antes de afrontar su gran desafío, “pelear por el Giro, e ir a por todas”. Después de su apabullante alumbramiento en 2015, rey de las cumbres, excelso en las alturas, de y rubricar su ascendente sobre la carrera con un valiosísimo tercer puesto, Landa no tiene tiempo que perder: “Van pasando los años, conozco mejor el Giro y quiero dar el máximo de mí. Estoy entrando en la mejor edad como ciclista y le tengo especiales ganas a la carrera. Tengo ganas de tener oportunidades y aprovecharlas, de no dejarlas escapar”.

Con la idea de cerrar la mano y estrujar el Giro en sus manos del mismo modo en el que aprieta, enérgico, el manillar por la parte de abajo para esprintar cuesta arriba, entiende el murgiarra que en cuanto en sus rivales asome la mínima debilidad tendrá que abalanzarse sobre ellos y desatar su espíritu de dinamitero. “Cualquier momento de flaqueza que tenga para arriba Nibali habrá que aprovecharlo. Soprender a Nairo será complicado. Además de ser el más fuerte para arriba tendrá un equipo muy potente alrededor, entonces será difícil. Habrá que esperar a que tenga un mal día. Pero sobre todo, lo importante será estar ahí y si se ve la oportunidad lanzarse a por ella”. La Piedad, la que esculpió Miguel Ángel. Otra grande belleza. Como la del Giro.