EIBAR - Al mediodía, el presagio sonaba a txistu y tamboril en el ayuntamiento de Eibar, que celebra bodas y felicidad cuando en la Guerra Civil, sus arcos, mostrados para la memoria en la plaza Unzaga, pararon balas, proyectiles y la metralla que llegaba desde el frente de Elgeta. La República acribillada por el fascismo. La crono que dio persianazo a la Vuelta al País Vasco, convocó el festejo de los recién casados y la velocidad de las balas. La de Valverde, meteórico amarillo, fue la más rápida. La más certera. Explosiva. Su diana le caló su primera txapela en la Itzulia. Gloriosa lana. Le sienta fenomenal el tocado a Valverde, un ciclista para quitarse el sombrero. 106 victorias y subiendo. Caníbal. Infinito Valverde. El murciano adquirió el triunfo en un contrarreloj epidérmica, emocionante de punta a punta, que reivindicó su estatus frente a Contador, que aún no podrá batir el récord de victorias que comparte junto a José Antonio González Linares en la carrera, y Ion Izagirre, fantástico, tercero en la postal del podio. Como en 2015.
Para Alejandro Valverde no existen fechas, tampoco edad ni almanaque. El calendario es algo que cuelga en los azulejos de la cocina, pero no deja de ser un elemento decorativo. Un souvenir que probablemente data de cuando Alejandro era un chaval. Lo sigue siendo. Valverde, al borde de los 37, cumple años para atrás. Más joven cuanto más mayor. Mejor. Benjamin Button a pedales. “Tiene la ilusión de un crío”, susurra Eusebio Unzué, guía espiritual del Movistar, cuando saludó el triunfo de El fenómeno, El Bala o lo que sea que es Valverde, un tipo que hace tiempo aniquiló los lugares comunes y el diccionario de las alabanzas y se dedica a ser feliz sobre la bicicleta. Le basta con eso porque competir es un juego para él. No se fatiga el murciano de ganar. “Eso nunca cansa”, dice antes de apuntalar su infinito. “Estoy mejor que nunca”, reivindica Valverde, un ciclista al que el ocaso, entendido como la estampa del forajido que galopa con el botín hacia el sol, le sienta de maravilla.
El sol le carga la pilas a Valverde, alcalino su ciclismo, inagotable. Un girasol. En Eibar, la ciudad que prefirió las bicicletas a las armas, que izó la bandera de la República, el astro rey condecoró la ambición de Valverde, su sonrisa de eterno ganador. La alegría configura a Valverde, de ahí su pedalear juguetón, travieso y pinturero, de bon vivant. En la crono, seria por distancia, 27 kilómetros, y trilera por el perfil, solo Primoz Roglic, el hombre pájaro de Bilbao pudo sobrepasarle en Eibar. Al resto los desplumó Valverde en un actuación soberbia, enfatizada por la dinamita de sus piernas. Un arsenal que estalló de confeti en la calle Fermín Calbetón. El impulso de su metraje de película, le llevó hasta la calle Isasi, donde reposa el Astelena, el frontón que tantos campeones ha tallado y ovacionado. Seguro que la cátedra del centenario templo de la mano se hubiese puesto de pie si a Valverde le hubiera dado por la pelota.
Valverde Belmonte, apellido de torero, se vistió de luces, amarillo de líder, para una de sus mejores faenas en Eibar, cuya plaza de toros se asemeja a un jardín. El de Valverde crece en la carretera, donde recoge flores sin cesar. Coleccionista de ramos. El de Eibar lo adquirió en un crono en el que paró el reloj y detuvo el tiempo. No hubo manecillas para Valverde, que aventajó en 17 segundos a Contador y en 21 a Izagirre en la general. Ciclista atemporal, Valverde pugnó con el pundonor y el orgullo de Contador y el empuje y entusiasmo de Ion Izagirre, los únicos que le sostuvieron la mirada entre quienes deseaban lo más alto de la peana, esa que sobrepasa los renglones de la historia. Un laurel para el memorándum de la carrera, que al fin tuvo la firma de Valverde en su libro de honor.
el aviso de contador Valverde, un ciclista con huella, escribió su rúbrica con suspense, como si Hitchcock manejara la claqueta de una crono estupenda en su inicio, nudo y desenlace. Contador quiso una bicicleta tradicional para Karabieta, tal vez porque se ha pasado la Itzulia mudando de montura entre pinchazos, caídas y averías. Izagirre, campeón de España de contrarreloj, prefirió fintar las aventuras. Se encajonó sobre sí mismo en la montura de la crono. Agrupado. A rosca sobre el sillín. Contador optó por el baile de sus hombros antes de encapotarse en la bici de crono y soltarse en el descenso. Siempre libre, un hombre al ataque. En Karabieta, la chepa del recorrido, Contador pegó un bocado. 13:39. Era un aviso. Un mensaje disuasorio. A solo tres segundos de Valverde, el madrileño, vaporoso en la ascensión, colocó once segundos a Valverde y seis a Ion Izagirre. Al igual que el de Ormaiztegi, Valverde rodaba en una bicicleta de contrarreloj. La elección les penalizó en la lucha con Karabieta, que cerró el debate a tres caras. El resto se había entretenido demasiado. Trompicados en el reloj. Henao, Bardet, Urán y Woods se despeñaron. Se elevaron De la Cruz, cuarto al final, y Roglic, que le siguió los pasos en la general.
Con Roglic volando para la etapa, pájaro guía el esloveno, la crono se horneó en la canícula de un abril extraño, exótico, en Euskal Herria. El mes de Valverde, que el día 25 llega a los 37 mejor que nunca, genial como siempre. El viento sur ondeó la bandera de Valverde, que dejó la media asta de Karabieta para ascender por el mástil a tirones de clase y chispa, espumoso el murciano. Contador, el mejor en el primer tramo, el que simulaba una cronoescalada, fue perdiendo pie entre el descenso y el valle. Ciclista de empellones, el madrileño se alejó del swing y entró en declive a medida que la crono estiraba el gaznate y lanzaba un cable a Ion Izagirre, que no tardó en ir cercando a Contador. El guipuzcoano, con retardo en Karabieta y con la mochila de la docena de segundos concedidos en Arrate, se quedó a cinco segundos de ser el escudero de Valverde en el podio. Apoteósico cierre de Izagirre.
Final explosivo Descontado Roglic, que derritió las manecillas en Eibar, Valverde fue una estampida en el tramo definitivo. En el plano, con la quijada elevada, el murciano había igualado el tic-tac de Contador. Su reloj comenzó a retrasarse. No estaba en hora. Desvanecida la esperanza de Contador, Valverde confirmó su progresión. Se infló como un suflé. Levadura. Contador se secó y comenzó a sentir que no solo la txapela volaba de sus sueños, sino que Izagirre, obsesivo, engastado sobre la cabra, inmóvil la estampa, le apuraba el gaznate y a punto estuvo de guillotinarle la segunda plaza. Contador revivía Andalucía, París-Niza y Catalunya en la Itzulia. “Yo pienso que lo bueno se hace esperar, esto es una motivación extra”, discurrió Contador, otra vez segundo.
Lo bueno se le escurrió a Contador y lo mejor lo agarró Valverde, que no espera al destino, que va a su encuentro y lo arrebata. Valverde se adelanta al tiempo, que le colocó un dorsal imbatible. El 111 a la espalda. Señalado desde Iruñea., subrayado en Arrate y campeón en Eibar. Tres veces uno. A la vista de todos. No parecía necesaria la cabalística ni ser un visionario para saber quién ganaría la Itzulia. Lo llevaba impreso en la espalda durante toda la carrera. No había misterio. Era un presagio, como el aurresku que les bailaron a una pareja de recién casados en el ayuntamiento de Eibar al mediodía. Por la tarde, también sonó el txistu y el tamboril. Valverde, al fin, había contraído matrimonio con la Itzulia. Una txapela por anillo y un aurresku en su honor.