Se le derramaba el tiempo entre las manos a Mikel Larunbe (Galdakao, 1993) que no hacía más que pegarle bocados a la confianza en sus primeros años. Le lanzaba dentelladas a cada paso, en cada escalón. Cada mordisco era un vaivén en el camino del zaguero vizcaíno, un tipo noble y trabajador, al que se le vino rápido encima el profesionalismo manista. Los mordiscos agujerearon el tejido de la seguridad, pero no de su franqueza, porque no existen chalecos de kevlar para el alma. Larunbe se las vio de todos los colores. Lo cuenta él mismo mientras se apaña un refrigerio bajo la sombra de un arkupe de Galdakao, mientras se apura un trago y cuenta los remiendos que tuvo que hacerle a la historia, que se transformaron en cicatrices. Su piel de plomo no las muestra a simple vista, pero con la punta de los dedos recorre las brechas del tiempo para valorar el éxito y el fracaso, para paladear, del mismo modo que termina el trago, cuál es el aroma de la primavera que acaba de llamar a la puerta de su pueblo, donde le paran en cada momento, y cuál es el sabor de una final del Parejas. En cada herida curada hay una historia, una batalla. Larunbe es veterano de guerras libradas en el interior de un frontón a sus 24 años. Nota las costuras del tiovivo del reloj, de las páginas del almanaque, de la caprichosa velocidad de un tiempo que no siempre fue de rosas y del que regresó más fuerte, más vivo, más pelotari, más concienciado. “He pensado en esos momentos malos para disfrutar más todavía de la final del Parejas que disputaremos el domingo en Bilbao ante Irribarria-Rezusta. ¡Cómo es el deporte! Me siento satisfecho por conseguirlo. Hay que saber disfrutar este momento, porque no sabes cuándo va a volver algo así. Echo la vista atrás tres años y veo que todo lo que he luchado ha merecido la pena. Cuando peleas tanto, sientes una felicidad plena. Estoy superfeliz”, comenta.

Fueron varias las cuestiones que atormentaron sus inicios, que forman parte de una colección de tatuajes en el corazón y el cerebro. Una impresión de la que se desgaja un cambio de dirección. Un golpe de timón. El tacto de las cicatrices es el mejor memorándum. “Nunca hay que olvidar de donde vienes”, dice, lacónico. “Conozco las dos caras de la moneda y lo que más me satisface es que he pasado de estar muy bajo de confianza a pelear por una txapela de Primera a base de trabajo”, destaca Larunbe, quien analiza que “quizás mucha gente no lo creía, pero yo sí. Siempre he tenido la confianza de los que estaban cerca. Pelear por algo en lo que crees y ver que lo has conseguido poco a poco, te llena mucho. He logrado llegar a esta final del Parejas con dos narices. Y con ayuda, por supuesto. Quizás una parte del público ha visto solo este campeonato, pero no de dónde vengo”.

mucho trabajo Larunbe desde que debutó en 2013 pasó problemas de manos, una rotura de escafoides y días negros en la cancha que le descerrajaron el descorche en Asegarce. Después, llegó el crecimiento poco a poco y la resistencia, a base de trabajo, las dos finales de Segunda, una operación de corazón y la explosión definitiva en verano de 2016. Ni un paso atrás. Mikel no se rinde. Los técnicos siempre tuvieron fe en él y en sus posturas. El vizcaíno, entretanto, se define como una “hormiguita” del frontón. “Soy un trabajador. No tengo el talento que tienen otros grandes zagueros como Zabaleta o Albisu. Mi principal virtud es que soy muy cabezón y que he creído en mí de verdad. Si tú crees en lo que haces, está en tus manos intentar a muerte todos tus objetivos. Nadie puede decirte que no podrás conseguir algo”, admite el galdakoztarra, quien agrega que “soy una hormiga nata del frontón. Sin trabajo no hay resultados”. En el cuerpo del manista también se adivinan nombres. “Los compañeros del grupo de Iurreta siempre me han animado. Al de un año o año y medio de debutar, que andaba mal porque no tenía confianza, Pablo Berasaluze me dijo que fuera más días al frontón. Me llamaba para ir con él a entrenar. Las sesiones específicas las hacía con Josetxu Areitio, un entrenador que contagia. Podía ir cualquier día que yo quisiera y siempre estaba para ayudarme. Le tengo muchísimo que agradecer. Esto es fruto de tres años de tajo”, relata el guardaespaldas, quien apostilla que “Pablo me está llevando todo el campeonato y es un gran técnico. Nos apreciamos mucho”. “Por fuera, me han ayudado los amigos y la familia, que han estado en las malas al pie del cañón y, también, en las buenas. Ahí se ve la gente que realmente te apoya”, añade Larunbe, que asume que “fue duro” compaginar también los instantes complicados con los estudios de ingeniería de energías renovables que cursaba en Eibar. “He ido escalón a escalón”, admite.

“Los técnicos me han rodado en verano y han confiado en mí. En el Parejas, que es la prueba máxima, junto a un gran Oinatz, creo que he demostrado que puedo estar en Primera. No siempre van a ir tan bien las cosas, pero creo que he devuelto esa confianza. Esto no acaba aquí. Hay que mejorar y trabajar. He crecido como pelotari”, argumenta, además, Larunbe, quien considera una piedra fundamental de apoyo su fusión con Bengoetxea VI: “Con él como compañero he tenido una gran suerte. Jugaría muy a gusto con Oinatz siempre, porque es un amigo. Te sientes cómodo con él. Hace piña. Vas a gusto a jugar”.

Tal es la comunión con el pizpireto delantero de Leitza que vivieron juntos el envite decisivo de la liguilla de semifinales, que se celebró en Bilbao entre Irribarria-Rezusta y Olaizola II-Untoria, en un bar del Casco Viejo bilbaíno. Allí también estaba Iñaki Iza, expelotari, y algún amigo del galdakoztarra. “Bengoetxea me llamó y me dijo que andaba por aquí, cerca de Bilbao, y que si quería ir a ver el partido juntos. Así, quedamos en un bar del Casco Viejo. La gente entraba y veía que estábamos delante de la tele con el partido y sabía que nos la jugábamos”, evoca Larunbe, quien recuerda a “una familia” que les pidió “unas fotos” y que les sacó “algo de picar”. “Según avanzaba el choque, ellos se pusieron a celebrar los tantos que nos favorecían. Al final, Iñaki Iza, Oinatz y yo nos dimos un gran abrazo y fue un momento muy bonito”, sostiene. Relata Larunbe que “disfruté mucho y la gente flipaba al vernos. Por un momento, pensábamos que Aimar y Untoria se iban a meter, pero el partido estuvo en los dos ganchos que falló Olaizola”.

Al conseguir la clasificación, los allegados de Larunbe se pusieron “supercontentos”. “Mi familia sabe lo que he luchado por llegar hasta aquí. Respecto a mis amigos, desde que probaron la primera final de Segunda en el Labrit dijeron que querían repetir la experiencia. Esta es la tercera en toda mi carrera profesional y está todo el mundo motivado. La gente de Galdakao está muy animada. Estas semanas la gente está contenta y vivir esto es muy bonito”, sostiene el vizcaíno, quien declara que “en algunos bares de Galdakao solo ponían el partido del Athletic y ahora, de vez en cuando, ponen también los míos”.

La gestión del parejas Tras alcanzar su segunda final del Parejas de Segunda sin premio consecutiva, Asegarce tiró de él para entrar en las programaciones estelares. Después, le llegó la llamada al Parejas. “No me entraron dudas cuando me dijeron que iba a ser titular. Me lo tomé como un reto. Si tenía que jugar, ese era el momento. Estaba motivado y bastante bien de juego”, anuncia el zaguero de Galdakao, quien analiza que “siempre he tenido como objetivo mejorar, pero nunca me dije que iba a estar en Primera”. Por supuesto, el paisaje ha cambiado un montón. “Ahora sales más en los medios y al principio se hace extraño. Pero es una rutina. La cuestión es que a veces juegas bien y estás arriba; u otras veces juegas mal y te ponen en duda. Eso no me ha afectado. Creo que he sabido gestionarlo”, explica Mikel, quien considera que gran parte de su ganancia llega en el plano mental. “Me he hecho más fuerte psicológicamente poco a poco. Es importante la cabeza en estos niveles de exigencia. Mi compañero, Oinatz, es el mejor para estas cosas, ya que por su carácter es superfuerte. Oinatz transmite y eso es importante, porque cuando vas mal puedes darle la vuelta”, recita el vizcaíno.

Pero no solo ha cambiado ese aspecto. “He mejorado en muchas cosas. He metido muchas horas para superarme un poquito cada mes. Los estelares te exigen más y sacas otras cosas que igual no puedes mostrar ya en los entrenamientos. Necesitas retos: estelares, verano, el campeonato, donde están los leones... Esta era la prueba definitiva. Ha sido una gran experiencia. He acabado mejor zaguero de lo que lo empecé”, remacha Larunbe.

el premio de la final Por otro lado, con la final del Parejas del domingo en el horizonte, Larunbe trató de completar todos sus compromisos mediáticos durante la pasada semana, con la intención de hacer “vida normal”. “La final es un grandísimo premio. Vamos a salir a darlo todo. Estoy satisfecho con el campeonato que he realizado, pase lo que pase, ya que es el primer año”, apunta y hace hincapié en que “somos ambiciosos y queremos la txapela. No sabes cuándo va a volver otra oportunidad como esta. Por eso, vamos a salir a morder. A tope”. Lo que es cierto es que Irribarria y Rezusta solamente han caído en dos ocasiones: ante ellos. “No sé si son vulnerables, pero sí que se les puede ganar. Con el golpe que tienen, dominan fácil y es complicado meterles mano. Tenemos que luchar cada tanto y seguir cabezones. Hay que agarrarse al partido y luchar hasta el último pelotazo”, dice Larunbe, quien finaliza que “la pegada es lo que más tememos, porque Oinatz es un crack en los cuadros alegres”.