CHICAGO - En 1908 el mundo era muy diferente de lo que es ahora. En Lisboa un atentado acababa con la vida del rey Carlos I y de Luis Felipe, el príncipe heredero. En Londres 250.000 sufragistas se reunían para reclamar el derecho al voto femenino y en Estados Unidos salía a la venta el Ford T, el primer automóvil fabricado en masa. Aquel año los Chicago Cubs conseguían ganar las Series Mundiales de béisbol. Semejante gesta quedó desde entonces fuera del alcance de la franquicia. Varias generaciones de Chicago han nacido y fallecido desde entonces sin poder ver de nuevo ese triunfo, alimentando la mayor sequía de títulos del deporte profesional americano e incluso dando lugar a una original maldición lanzada por un tabernero que no pudo soportar que en 1945 denegasen la entrada al estadio a su querida cabra.

En la madrugada del jueves los Chicago Cubs consiguieron acabar con su racha negativa. 108 años después, en la capital de Ilinois han podido celebrar un triunfo en las Series Mundiales que no estuviese protagonizado por los White Sox. Desde ayer, en Chicago ya no se mira a las cabras con odio.

La victoria del equipo entrenado por Joe Maddon ha tenido tintes épicos. Los Cubs han tenido que imponerse a los Indians de Cleveland en el séptimo partido, remontando un balance negativo de 3-1. Los Cubs han empalmado tres victorias consecutivas y dejan a los Indians sin revivir el título que consiguieron en 1948.

El decisivo partido, disputado en el hogar de los Indians, el Progressive Field de Cleveland, se tuvo que dirimir en diez entradas. Con el partido casi encarrilado, a los Cubs les volvieron a temblar las piernas y resucitaron sus fantasmas cuando dejaron que los Indians se metieran de nuevo en el encuentro. Pero los astros se alinearon en favor de los Cubs. O más bien, las nubes, ya que el partido se tuvo que suspender durante unos minutos por la lluvia. Al reanudarse los Cubs no flaquearon y firmaron el 8-7 definitivo.

La victoria supo a gloria a los miles de aficionados desplazados hasta Cleveland y que llegaron a pagar hasta 10.000 dólares por las entradas. En taquilla alcanzaban los 1.600 dólares. El coste mereció la pena y, si no, que se lo pregunten a Bill Murray, ferviente seguidor de los fans que celebró el triunfo en la propia cancha.

Gran parte del mérito se lo lleva Theo Epstein, el visionario mánager que ya rompió en los Red Sox de Boston la maldición de Bambino haciendo al equipo campeón tras 86 años de sequía. En 2011 sorprendió al fichar por los Cubs, un equipo con un siglo de miseria a sus espaldas. En solo cinco años ha diluido la maldición de la cabra.