DOHA - Toma el dinero y corre. Sirve la frase para enmarcar la política trazada desde la Unión Ciclista Internacional (UCI) y su idea de perpetrar los Mundiales de ciclismo en medio del desierto, en la fastuosa Doha, que acogerá la lucha por el arco iris bajo la capota de un sol blanco: duro, lacerante, inclemente. Un martirio. Un absurdo. En la parrilla de Doha, un horno también en octubre, se esperan temperaturas de 40 grados y un puñado más de calor si se atiende a la sensación térmica. Una locura alimentada por el apetito económico que va en contra de la competición. “La sensación es de que se te quema la piel, como cuando te acercas al fuego. Es esa clase de calor”, describe Aritz Arberas, preparador físico que trabajó con el SkyDive de Dubai durante 2015. De hecho, la UCI maneja un plan para delimitar el impacto de las altísimas temperaturas en la salud de los participantes. Un comité médico -Anton Zasada, Olaf Schumacher, Sébastien Racinais y Juan Manuel Alonso- determinará si se puede competir durante tanto tiempo. La prueba en ruta, la joya de la corona de los Mundiales, prevista para el día 16 y que cuenta con un trazado de 257 kilómetros, podría ser reducida a 150 kilómetros de recorrido si las asfixiantes temperaturas así lo exigen y los test de estrés de calor que se efectuarán subrayan esa necesidad.
La UCI dispondrá de acopio de líquido y se espera que se empleen 10.000 botellines durante la competición así como cantidades industriales de hielo para combatir las altísimas temperaturas. Para las carreras en ruta, la organización dispondrá de dos motos cargadas de líquido por si los coches de equipo no pueden socorrer a sus corredores. En esa misma línea, la UCI ha publicado un catálogo en el que ofrece recomendaciones para luchar contra el calor y mitigar sus efectos.
De cara a un escenario tan poco saludable, desde la UCI, la responsable última de la elección de una sede tan contraria al sentido común, se aconseja una aclimatación de entre siete y diez días para que los ciclistas puedan adaptar el organismo a las condiciones del desierto. “La aclimatación es un elemento clave para poder hacer frente a un Mundial de estas características”, determina Aritz Arberas. Expone el preparador físico que “la deshidratación” será el principal enemigo para los corredores. “Recuerdo que nosotros entrenábamos a las 5.00 o 6.00 de la mañana. Se hacían sesiones de tres horas como máximo. A partir de entonces el rendimiento baja muchísimo por culpa de la deshidratación. Se disparan las pulsaciones del corredor pero este deja de avanzar”, expone Arberas, que considera ilógica la celebración de los Mundiales en un lugar tan inhóspito. Apagar ese fuego interior no será sencillo. El estómago, advierte el preparador, “puede tolerar un litro de agua por hora como máximo. Con más cantidad se suelen producir problemas gástricos lo que complica la hidratación”. Sucede que la pérdida de líquido puede sobrepasar los cuatro litros en “ejercicios de alta intensidad en esas temperaturas”, apunta. “Por eso las sales serán fundamentales”, dice Arberas.
“Ante tanto calor llega un momento que la sangre se desplaza a la piel para eliminar el calor del núcleo (el tronco), donde más se concentra. Al principio esa sangre se traslada desde los órganos, pero llega un momento en el que también abandona el músculo. Eso hace que el rendimiento baje en picado. No serán de extrañar los golpes de calor”, destaca Arberas, que recuerda que en los meses de calor “nos íbamos de Dubai porque era imposible entrenar en esas condiciones”. La UCI, sin embargo, apuesta por correr en el infierno. Un Mundial bochornoso.